Con el tiempo, he ido conociéndome un poco más a mí misma y, aparte de comprender, he aprendido incluso a soportar (me).
Por ejemplo, leer de manera caótica. De joven, imposible hacerlo así; ahora sé que, cuando sucede, cada vez más a menudo, es síntoma inequívoco de saturación. Y como quien requiere una bocanada de aire fresco cuando siente ahogarse, así yo paso de una lectura a otra que no tiene nada que ver.
O, una variante de esa táctica, leer simultáneamente no ya más de un libro, sino media docena, por ejemplo.
O que me impongan las lecturas, sea por obligaciones sea por devociones.
Y así, ahora que reconstruyo los últimos retazos de este 2010 recién liquidado, recuerdo que acababa de encontrarme con don Manuel Azaña en la novela de Javier Pérez Andujar (“Todo lo que se llevó el diablo”, Tusquets), que se abre con una escena en la que Manuel Azaña y Luis Bello conversan sobre la involución sucedida a raíz de los sucesos de octubre del 34, afirmando el propósito de actuar y “defender a la República de la desnaturalización a la que están sometiéndola”, prosiguiendo en el empeño de formar un pueblo conocedor de sus valores, un auténtico pueblo consciente de sus necesidades y aspiraciones, protagonista y defensor de un ideal nacional, para lo cual, entre otras cosas, impulsan las Misiones Pedagógicas (que es de lo que, en gran medida trata esta novela)

Pues bien, acababa de tropezar con don Manuel Azaña cuando al poco me llegan de Alcalá (¿de dónde, si no?) dos espléndidos libros debidos al buen hacer de mi querido amigo Jesús Cañete. De uno, habló recientemente Enrique Vila-Matas en El País: la Antología Negra de Blaise Cendrars traducida por Manuel Azaña y ahora felizmente recuperada.
El otro libro me acompañó a ratos durante unos cuantos días. No porque no se pueda leer de corrido sino porque no es recomendable hacerlo de ese modo, dado que se trata de una Antología de artículos sobre Manuel Azaña (también editados y prologados por Jesús), publicados en El País entre 1976 y 2010, y firmados por un admirable elenco de escritores, intelectuales, historiadores, periodistas… Azúa, Santos Juliá, Joaquín Estefanía, Juan Marichal, Ferrater Mora…
No es posible ni siquiera un escuálido resumen del retrato de Azaña que va emergiendo en la lectura de estas páginas, que abordan la impar figura desde perspectivas varias o atendiendo a diversos elementos de la actualidad (impagables los textos que replican al intento de apropiación indebida de Manuel Azaña por parte del Partido Popular y su caudillo en hacia 1994, con una imborrable página de Vázquez Montalbán), y que en su conjunto revisan su talla política, denuncian el olvido o reivindican el referente moral e intelectual que para la gobernanza de España supuso Azaña.
Y es que, como es sabido, acabamos de dejar atrás un año en el que ¿se conmemoró? el 75 Aniversario de la muerte de Manuel Azaña. Y el centenario de la de Tolstoi
Y estamos en el que inaugura idéntica efeméride en Valle-Inclán.
Pero no es por eso por lo que empecé a releer a Valle estas Navidades sino porque Espasa-Calpe ha sacado dos espléndidos tomos de su Narrativa Completa, con un prólogo de Darío Villanueva.

Me enfangué directamente en el ciclo novelesco de “El ruedo ibérico”, y claro, es la bendición de los clásicos (alianza y condena), que ofrecen sucesivas y renovadas lecturas. Pero de Valle-Inclán he de hablar con calma en una ¿inminente? Entrada. Ahora sólo quiero apuntar cómo, en mis divagaciones y especulaciones derivé también hacia otro tomo de don Ramón, "Artículos completos y otras páginas olvidadas", a cargo de J. Serrano Alonso (Istmo, 1987), y sin buscarlo, ya que iba a la zaga de otros asuntos, di con una Nota Literaria sobre "Mi rebelión en Barcelona", el libro donde Azaña se autoexculpa de las acusaciones (proceso judicial que derivó en cárcel) por su participacióne n la Revolución de Octubre del 34.
"Reinaba Isabel II", empieza Valle-Inclán. Y luego, tras relatar una intriga de la picaresca ultramontana, porque cree ver resucitada "la aviesa ramplonería de sus númenes" para acusar a don Manuel Azaña. "Reinaba la Isabelona...", prosigue antes de iniciar su asunto, del que sólo extraigo este párrafo:
"
Mi rebelión en Barcelona alcanza su más alto valor estético en cuanto logra, por los rigores de una sobriedad expresiva, sin contaminaciones románticas, el fin dramático y barroco de ponernos en sobresaltada espera de infortunios, de estremecernos con aviso de daños e irreparables azares. Este libro tan sereno tiene una última sugestión aterrorizante... Esta prosa tan concisa pone en pie los fantasmas de un pasado que habíamos supuesto abolido; remueve las larvas del terror a los jueces, de las acusaciones, absurdas y venales, de la letra procesal, del tintero del cuerno, del estilo de las relatorías, de la coroza, del pregonero, del verdugo, todo el viejo melodrama procesal que aún roen las ratas por los sótanos y desvanes de las antiguas Chancillerías. Pero con mayor fuerza que esta tradición espeluznante y picaresca nos sobrecogen los nuevos ejemplos de la estupidez humana, sacados a la luz en este libro. La ruin bazofia jurídica que guisan el barbero lugareño y el clérigo de misa y olla en venganza en venganza contra la austera fe republicana del hombre del bienio" (pág. 327)

Aún no habría de abandonarme don Manuel Azaña.
La víspera de Reyes opté por una lectura que me apaciguara, es decir, me permitiera cumplir con el reposo que varios achaques aconsejan, y elegí
Riña de gatos, de Eduardo Mendoza, a la que aún no me había podido entregar.
Disfruté una enormidad, por el humor (estilizado y elegante, sí, pero también peleón y directo a algunos dardos) y sobre todo por la disparatada (pero tan coherente y verosímil) intriga que urde teniendo como fondo la desquiciada España de marzo de 1936 y algunos de sus figurones (José Antonio o el triunvirato de los míllites africanistas) y que, conforme crece y se expande y enreda, nos tiene alelados para ver cómo el narrador se sale del laberíntico ruedo.
¡Y se sale, sí! ¡Y airosamente!
Aparte, son muy interesantes todas las reflexiones sobre nuestra pintura barroca y sobre Velázquez en particular. Porque en la intriga tiene inicial importancia una secreta y desconocida tela del sevillano que...
Pero es que en
Riña de gatos aparece Manuel Azaña en una escena soberbia que da cuenta de su inteligencia y melancolía y que sin duda es el personal tributo y homenaje que le rinde Mendoza.

P.D. Hoy sábado, al ir a responder a un comentario, advertí que no se había publicado la mitad última de esta entrada (redactada en dos tiempos, como suele suceder), con lo cual los temparanos lectores pensarían... ¡a saber!