Y me acordé de una reciente lectura que, sin alharacas ni estridencias, nos lleva a reflexionar sobre la condición humana y algunos conceptos y sentimientos que parecen desalojados de nuestras conciencias. El libro lleva un título que es en sí un desafío, Los siete pecados capitales, pues a algunos puede parecerles antiguo y a saber si innecesario. Se equivocarían.
El libro lo firman Gustavo Martín Garzo y su hija Elisa Martín Ortega, y está ilustrado con fotografías de Cristina García Rodero.
Ya en las primeras páginas los autores despejan cualquier posible duda sobre la línea discursiva que van a seguir. A la interrogación ¿Un mundo sin pecados?, y tras marcar distancias con el modo en que históricamente se manejaron los conceptos de pecado y de culpa -como instrumentos de dominación y de poder ejercidos desde la preceptiva religiosa, además de formas de intromisión intolerable y fuentes de gran cantidad de inútiles sufrimientos-, GMG y EMO responden que no es pecador quien transgrede un determinado código sino "quien atenta contra la felicidad de los otros, quien les niega su derecho esencial a vivir, ser respetados, valorados y no utilizados en el propio beneficio", trasladando así el punto de referencia ético al hombre mismo. El propósito de los autores está bien claro: actualizar, llevar a la sociedad y el mundo de hoy e iluminar algunos de los viejos pecados, especialmente aquellos que se creían olvidados o fueron mal entendidos o utilizados en contra de las personas. Y no para desplegar ningún credo ni adoctrinar a nadie sino desde la creencia de que el pecado se opone a la felicidad.
Y lo hacen, además, desde una narración impecable, atenta a enfocar la respuesta o reacción humana (emociones, sentimientos, afectos) así como a ofrecer un contrapunto histórico, a menudo a poyado en lecturas de autores que nos precedieron, desde la Biblia a Elías Canetti o Mary MacCarthy. Sin olvidar la dimensión social.
Fijémonos en los subtítulos de cada entrada:: La pereza (El arte de la vida), La lujuria (La memoria del jardín), La gula (El gran almacén),La ira (El hombre sin rostro), La avaricia (Un mundo sin promesas), La envidia (Los deseos incumplidos) y La soberbia (Historia de la verdad).
Así, al hablar de la ira, por ejemplo, nos dicen que "borra el rostro del otro, lo priva de su humanidad" y de la capacidad de expresarse. ¿Un ejemplo? El burka que se le impone a las mujeres.
Por el contrario, la muy censurada indignación (notemos los comentarios surguidos a raíz del inesperado resultado que obtuvo la formación "Podemos") la entienden Gustavo Martín Garzo y Elisa Martín Ortega como una virtud, una de las más esenciales pues que "se enciende ante la injusticia y el abuso de los débides".
Impagable es la entrada sobre la actual encarnación de la avaricia, que a diferencia de los tipos que la encarnaban en Dickens o Molière, hoy está representada en el selecto Club de Davos: "Seres seguros de sí mismos, poderosos y gastadores", y cuya principal arma es "el encubrimiento de la realidad, la ocultación de lo que hacen y sus auténticas consecuencias, y la propia ceguera en la que necesitan sumirse con los suyos para no caer en la cuenta del alcance de sus actos".
(Ayer martes, ante la reunión de los jefes de Estado o de Gobierno europeos, sólo eso, ceguera.)
Si estimulante fue la lectura de Los siete pecados capitales, gozosa lo ha sido la de otro libro que acaba de regalarnos Gustavo Martín Garzo: La puerta de los pájaros, bellamente ilustrado por Pablo Auladell y editado por otra editorial aguerrida, Impedimenta.
Con los materiales de los cuentos de hadas y de las tradiciones que tan bien conoce el autor, GMG nos cuenta ahora una hermosa fábula que nos traslada a la infancia para devolvernos la magia y la candidez (imprescindible para la esperanza y los sueños) y la alegría de la infancia, como ese cascabel que agita Constanza, un cascabel de un poder extraordinario: "ofrecerle un tiempo del que solo ella era la soberana.