jueves, 21 de mayo de 2009

MARINA TSVIETÁIEVA

Estamos de enhorabuena porque últimamente podemos seguir leyendo a Marina Tsvietáieva, a quien intento seguir desde que leí Cartas del verano de 1926 (Grijalbo-Mondadori, 1993), un fascinante epistolario a tres bandas entre Marina, Boris Pasternak y Rilke.




A veces el azar es amable, aunque inquieta pensar en lo que pudo haber no sido, pues es el caso que en diciembre de 1925 Leonid Osipovich Pasternak (el padre del joven poeta ruso), tras veinte años de silencio, decide felicitar “por su quincuagésimo aniversario a mi antiguo y querido corresponsal”, Rainer Maria Rilke, ingresado entonces en un sanatorio de Valmont (Suiza). La cálida y rápida respuesta que recibe por parte del poeta alemán y su positiva referencia a las “muy expresivas” poesías de Borís que de vez en cuando lee en las páginas de las revistas o en alguna antología provocan la ígnea misiva del joven Borís Pasternak que, no sin dificultades –a diferencia de su familia, exiliada en Berlín, él seguía en Moscú- logra hacerle llegar a su “grandioso y adorado” Rilke, a quien debe, dice, “los rasgos fundamentales de mi carácter, toda la estructura de mi existencia espiritual”.




En esta primera carta queda patente ya el encadenamiento de destino que veremos desarrollarse en las siguientes, pues el mismo día en que tiene noticias de Rilke le llega casualmente a Pasternak una copia a máquina del Poema del fin, de Marina, por entonces exiliada en París. Profundamente impresionado por “ese abismo de lírica hirviente, de frondosidad miguelangelesca y de sordera tolstoiana”, decide escribirle y exponerle a Marina sus ideas sobre la poesía, su concepción de la lírica como la “etimología del sentimiento”. Y el “tema Marina” queda rápidamente incorporado a su correspondencia con Rilke porque Pasternak sabía que aquella profunda y profética coincidencia manifestaba la refracción poética en la que creía.
Amor y Poesía van abrazados en estas páginas en las que Marina comenta los rilkeanos Sonetos a Orfeo o glosa su poema “Desde el mar”; Pasternak le habla a Marina de “El poema de la montaña” y “El cazador de ratas”, o Rilke revela el éxtasis que vivió cuando creaba las Elegías a Duino. Es precisamente la última de ellas, dedicada a Marina, la que contiene un par de versos que cifran el sentido último de este epistolario, depósito y cauce de un imposible encuentro entre sus protagonistas:

Arrebatados cuán lejos, Marina, y cuán dispersos
Aun en el más íntimo pretexto. Donadores de signos, no más.


Después leí Indicios terrestres (Cátedra-Versal, 1992), fragmentos de los diarios de MT escritos entre 1917-1919, cuando el huracán de la revolución la embistió brutalmente, llevándola de un lado a otro. Fechado en Moscú, 1918, este párrafo:

El andén está vivo. No hay donde poner el pie. Y siguen llegando nuevos: un hombre parecido a otro, una mujer idéntica a otra. No son personas con sacos, los sacos están sobre las personas. (Mentalmente, con odio: ¡allí está el trigo!. ¿Y cómo hacen los hombres para reconocer a las mujeres? Ropas de estameña, pellizas… Arrugas, pieles de ovejas…No son hombres ni mujeres, son osos: neutro.





Le tocó el turno después a Mi Pushkin (Destino, 1995), un breve libro que, como muchos otros de MT), combina la narración, el recuento autobiográfico y el ensayo literario, repleto de sugerencias, como las de estas líneas:

Pero no puedo, en nombre de quien soy ahora y de quien fui en la infancia, dejar de decir que las preguntas en los versos son un recurso que provoca irritación, aunque sólo sea porque cada uno de los “¿por qué?" exige y presagia un “porque” y esto debilita el valor de todo el proceso, convierte íntegro el poema en un intervalo, encadenando nuestra atención al objetivo final, un objetivo externo, que no debe existir en el poema.




En este reciente viaje a Almería me acompañaron dos tomitos de Marina Tsvietáieva: Natalia Goncharova. Retrato de una pintora (Minúscula, 2006). Si consideramos que la mujer retratada en estas páginas, la pintora vanguardista que vivió entre 1881 y 1962 compartía nombre y apellidos con la legendaria esposa de Pushkin… el interés y el atractivo de la lectura están garantizados de antemano.

En Viva voz de vida (Minúscula, 2008), Marina reconstruye su amistad con el poeta y el pintor Maximilián Voloshin (que arranca con una divertida anécdota entre el hombre maduro y la adolescente), el “constructor de destinos”, anfitrión en su casa de Crimen de figuras tan destacadas como Ossip Mandelstam, Andrei Biély o Alexander Blok.
(Y … a los más cañeros debo decirles que, para aprovechar mejor mis lecturas de Marina Tsvietáieva, también me llevé los ensayos escogidos de Joseph Brodsky –Menos que uno, Siruela, 2007- para releer sus dos soberbios ensayos dedicados a ella: “Una poetisa y la prosa” y “Nota al pie de un poema”. ¡Son tan iluminadores sobre la razón vital y poética de la escritura de MT…! Sin olvidar que Brodsky en este libro también nos ayuda a entender a Ajmátova, Dostoievsky, Cavafis, Montale o Mandelstam, de cuyo Viaje a Armenia de 1930 –Córdoba, Argentina, Alción Editora, 2004- hablaré un día, si vuelvo a recordarlo).


4 comentarios:

  1. Me llama la atención que para esta autora lo único vivo de una estación de ferrocarril sea el metafórico andén , en donde se hacinan miles de trabajadores y trabajadoras, gente humilde que se ha librado de la esclavitud zarista (¡¡sacos!!), gente del pueblo (¡¡osos!!) que inicia una nueva andadura colectiva. Claro... se escribía con Rilke...

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  2. Es fascinante también la figura de esta mujer. He leido alguna cosa d ella y me ha sorprendida esa prosa tan enérgica y tan viva, esa claridad en los planteamientos y la forma de transmitirlos, esa gran sensibilidad. Pareces dispuesta a descubrirnos universos femeninos tan ricos.
    José Antonio

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  3. No, no voy a discriminar. Pasa que el azar tiene sus dictados (y es él lo que hilvana estas entradas); la memoria, sus caprichos; y la historia abunda en silencios.
    Gracias, JA.

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