Un pequeño encargo relativo a la poesía de Rosa Chacel me lleva a evocar Elena Garro, ya que fue nuestra escritora quien por primera vez me habló de Elena Garro. Lo hizo un día en que se dedicó a comentarme sus estupendas meteduras de pata (las de la propia Rosa, se entiende), porque resultó que en un poema dedicado a Octavio Paz ("Himno octaviano"), que Rosa compuso acudiendo al legado mítico-cultural de su adorada Grecia, en un verso se hablaba de Helena, y claro.... Elena Garro fue la primera mujer/esposa del célebre poeta, pero para entonces éste ya estaba unido a Marie Jo (creo recordar que así se llamaba la segunda).
Elena Garro dedicó uno de sus libros a hablar de la ruptura con OP, pero no es el mejor, ni mucho menos, ni nos da la medida de su escritura. Por eso ni lo menciono.

Aquí creo que tampoco se ha difundido/defendido mucho la obra de Elena Garro, escritora de una poderosa personalidad, que ha cultivado la novela, el cuento, el teatro, además de haber colaborado en guiones cinematográficos.
Nacida en Puebla (México), en 1920, visitó por primera vez España en 1937. Llegaba recién casada, acompañando a Octavio, que participaría en el Congreso Internacional de Escritores Antifascistas celebrado en Valencia. Los recuerdos de aquellos meses los reunió Elena Garro en el libro
Memorias de España,
1937 (publicado en México, Siglo XXI, 1992). En él descubrimos la prosa ágil y clara propia de la crónica, la transparencia de una mirada casi infantil (recordemos, Elena tenía diecisiete años) capaz de subrayar el lado cómico de algunos hechos, como la ceremonia de la boda previa a la partida para España:
"Todo iba de prisa y a paso militar. Subimos la escalera y llegamos a un despacho donde un hombre de gafas, según me enteré después, leyó la epístola de Melchor Ocampo que, también lo supe después, es la epístola laica del matrimonio en México. Me aburrió el texto y me senté en una silla de bejuco. 'Póngase de pie, que se está casando', exclamó indignado el oficinista. Me puse de pie y el oficinista ordenó 'Firme aquí'. Pensaba en el examen y no escuché la fecha de mi nacimiento y resultó que en el acta que firmé tenía más años para resultar mayor de edad. Por eso, luego resultó que no estaba casada, pero que sí lo estaba 'por antigüedad'.
La escena era 'al revés volteado' como dicen en México."
Y una mirada capaz también de subrayar la poesía -como en el espléndido recuerdo de Luis Cernuda, de María Zambrano o de Miguel Hernández o en la delicada memoria de la fotógrafa Gerda Taro, que "tenía el aire melancólico de un canario extraviado"- tanto como de delatar los aspectos más turbios o mezquinos de la humana condición: la "persecución" que Neruda ejercía sobre César Vallejo, cuyo "rostro grave" fascinaba a Elena Garro, "como si estuviera devorado por un terrible sufrimiento", sabedor de que "el hombre moderno tiene el corazón de piedra"; o el silencio en torno al General Miaja a su llegada a México y a quien Elena Garro, contraviniendo las instrucciones de Paz y sus amigos (comunarros), fue a esperar a la Estación de Interoceánico, con un ramo de rosas: "El General bajó solo del tren, venía de paisano y con una maleta vieja."
Los recuerdos del porvenir -título que coincide con el nombre que Alejo Carpentier da a una cantina situada al fondo de la selva de Los pasos perdidos (1953)- es novela que Elena Garro empieza a escribir en 1953, y a la que estuvo a punto de renunciar pero que finalmente le publicó el gran Díez-Canedo en 1963, obteniendo su autora el premio Xavier Villaurrutia de ese año. De la novela afirmó Octavio Paz en 1966: "Después de Juan Rulfo [...], la mayoría de los novelistas y cuentistas mexicanos prefieren explorar el tema de la ciudad. Y sin embargo, en los últimos años han aparecido dos novelas notables con temas provincianos. Una de ellas es La feria, de Juan José Arreola [...]. La otra novela es una obra de verdad extraordinaria, una de las creaciones más perfectas de la literatura hispanoamericana contemporánea: Los recuerdos del porvenir..."
Es, ciertamente, una excelente novela -y me temo que la única de Elena Garro publicada en España (Madrid, Siruela, 1994)-, donde se combinan Historia y Poesía, Épica y Cotidianeidad, Realismo y Ensueño. Tiene como telón de fondo la llamada "guerra cristera", es decir que el marco histórico corresponde a los años posteriores a la muerte de Francisco Madero, cuando se traiciona el ideario revolucionario bajo la dictadura de Calles (1924-1927). Entronca, por tanto, con esa corriente que en la narrativa mexicana de los años treinta se denomina "novela de la Revolución". Pero la gran novedad en la obra de Elena Garro radica en la capacidad de la autora para extraer de ese fondo histórico la poesía que subyace en el paisaje, en las pasiones, en las almas, en las calles, palacetes o cantinas de una ciudad, Ixtepec, que se erige en genuina voz del narrador -una primera persona del plural, la colectividad, capaz de aunar registros diversos: desde la escueta crónica a la elevación de la elegía o el canto. Ese narrador da cuenta del acontecer: "Cuando el general Francisco Rosas llegó a poner orden me vi invadido por el miedo y olvidé el arte de las fiestas." (p. 14); "Y mientras tanto, por mis cielos altos y azules, sin asomo de nubes, seguían haciendo círculos cada vez más cerrados las grandes bandadas de zopilotes que vigilaban a los ahorcados de las trancas de Cocula." (p. 105). Y también lo filtra y sintetiza en pasajes más bien discursivos:
"En esos días era yo tan desdichado que mis horas se acumulaban informes y mi memoria se había convertido en sensaciones. La desdicha, como el dolor físico, iguala los minutos. Los días se convierten en el mismo día, los actos en el mismo acto y las personas en un solo personaje inútil. El mundo pierde su variedad, la luz se aniquila y los milagros quedan abolidos. La inercia de esos días repetidos me guardaba quieto, contemplando la fuga inútil de mis horas y esperando el milagro que se obstinaba en no producirse. El porvenir era la repetición del pasado. Inmóvil, me dejaba devorar por la sed que roía mis esquinas. Para romper los días petrificados sólo me quedaba el espejismo ineficaz de la violencia, y la crueldad se ejercía con furor sobre las mujeres, los perros callejeros y los indios. Como en las tragedias, vivíamos dentro de un tiempo quieto y los personajes sucumbían presos en ese instante detenido. Era en vano que hicieran gestos cada vez más sangrientos. Habíamos abolido al tiempo." (p. 66)
Pero sobre todo se filtra en esas vidas prisioneras de un tiempo. Espléndidos son los perfiles femeninos, ricamente contrapunteados entre sí, bien mediante una oposición familiar o generacional -madres e hijas-, bien mediante una oposición ideológica -Lola Goríbar frente al resto de las señoras: Ana, Matilde, Elvira- o social -el mundo de las criadas o de las "cuscas" e incluso el de Julia o las otra amantes de los militares-.
Es prodigiosa la capacidad de Elena Garro para recrear ese mundo y transmitirlo de forma tan viva y sugerente, empleando -como señaló el escritor Jorge Ayala Blanco- procedimientos de prosa poética para llegar así a la magia del espacio mediante la expansión de la metáfora. Es el lenguaje y una cosmovisión que abreva en una tradición plural y fecunda -desde el surrealismo a la literatura autóctona-, y que en varias ocasiones han sido señalados como preludio de Gabriel García Márquez, lo que explica la brillantez de tantas páginas de Los recuerdos del porvenir.
(Cotilleo: Por eso, conociendo esta novela de la Garro, no me conmoccionó tanto como a otros colegas Una ventana al norte, de Álvaro Pombo, donde el novelista cántabro se remonta también a la guerra de los cristeros.)
El desconocimiento de la obra de Elena Garro puede explicarse, en parte, por la propia actitud de la escritora, que vivió alejada de la "vida literaria", aunque inspiró páginas de la literatura de su tiempo: José Bianco la recreó en La pérdida del reino, y Adolfo Bioy Casares en El sueño de los héroes. Elena asoma asimismo en Piedra y sol y en Pasado en claro, y protagoniza Mi vida con la ola, de Octavio Paz. Algunos creen verla también en el relato "Las dos Elenas", incluido en el volumen Cantar de ciegos, de Carlos Fuentes.

Pero donde de verdad sería necesario verla es en sus obras. Tanto en las que se publicaron en México -las novelas
Testimonios sobre Mariana (1981),
Reencuentro de personajes (1982),
La casa junto al río (1983),
Y matarazo no llamó (1991); los libros de relatos
Andamos huyendo,
Lola (1980),
La semana de colores (1989) y los dramas
Felipe Angeles (1979) y
Un hogar sólido y otras piezas en un acto (1983)- como las otras novelas que, según afirma Miguel Angel Quemain, Elena Garro tiene aún inéditas:
Un traje rojo para un duelo,
Inés,
Mi hermanita Magdalena,
Larga es la noche Loreto y
Un corazón en un bote de basura.
Elena Garro murió en agosto de 1998.