Un buen amigo, Joan Ramón Villalbí, al que ya conocéis (véase entrada "Rien de Rien" o "Ná de Ná", ya no me acuerdo) me presentó hace un par de años a Marianne Brull.
Marianne Brull había vivido en la calle Girona y era vecina y amiga de una amiga de mi amigo, Mercè, que organizó una estupenda comida "magnética" en la terraza de su casa para que nos conociéramos unos happy few.
Marianne Brull fue la mujer o compañera de Pepe Martínez, el inolvidable editor de Ruedo Ibérico.
(Y aprovecho para recordar a Luis, que tenía su puesto en el mercado de San Antonio (junto con Antonio Rabinad), y que nos proveía de esas publicaciones (los dos tomitos de ensayos sobre literatura de Trostky) y de otras. Hubo un tiempo en que Luis se instalaba una vez por semana bajo los porches del Patio de Letras, pero últimamente ha claudicado. Prefiero ignorar por qué.)
Por aquel entonces, cuando comíamos entre los citados amigos, una exposición recorría Europa: la de (nuestro) Ruedo Ibérico.
-¿Y cuándo llegará a Barcelona? -pregunté, no sé si en mi condición de militante de la ingenuidad, que es lo que me cautivó de los anarcos (ramalazos de la infancia, cuando el mundo se nos representa como un infinito abierto y luminoso), o bien lo hice en mi actual condición de estúpida insensata, o... aturdida ya por los efectos del vino y las conversaciones envolventes... (omito el adjetivo más ajustado a la realidad).
Marianne -pese a su condición de buena bebedora- respondió con un pormenorizado y escalofriante relato del que se desprendía el desdén, la estulticia, el ninguneo, la ignorancia-arrogancia y otras inclinaciones manifestadas por los mandarines culturales que gestionan los espacios públicos de Barcelona, quizás atentos a cumplir y rellenar el slogan oficial.
Y ahora, Joan Ramón Villalbí me manda un e.mail que reza:
"Esta es la Exposición que no tuvo cabida en el Museo de Historia de la Ciudad".
Y me adjunta esta invitación, junto con el correspondiente tríptico que anuncia las próximas actividades vinculadas a la Exposición.
(Tríptico descargable pinchando aquí.)
Para los jóvenes cachorros que me siguen (o eso dicen), reproduzco la necrológica sobre José Martínez publicada en El País, el 14 de marzo de 1986.
José Martínez, el fundador de la Editorial Ruedo Ibérico, vivía desde hace tres años en Madrid. Anteayer por la mañana, sus amistades le encontraron muerto en su domicilio; estaba en el suelo. Tenía 64 años, "Parece que fue de un ataque al corazón", informó una amiga suya, "aunque no podemos confirmarlo todavía". Ayer esperaban aún el resultado de la autopsia. Será enterrado hoy en el Cementerio Civil de Madrid. Uno de sus mejores amigos, el escritor Luciano Rincón, guarda como último recuerdo de Martínez una carta de enero pasado, que era un lamento del desánimo moral que aquejaba al editor."Me deseaba un feliz año nuevo sin esperanza", dice Rincón.
La última noticia aparecida en la Prensa de José Martínez data de 1979. Desde entonces el aislamiento del editor fue absoluto. "Era de carácter retraído", dice su amigo el escritor y periodista Luciano Rincón. "Es duro decirlo ahora, pero la verdad es que le influyó mucho el fracaso de su proyecto a partir de la muerte de Franco. Además, prescindieron de él. Algunos de los que están ahora arriba le olvidaron después de haber acudido a él en otros tiempos. En fin, éstas son cosas normales, pero él lo encajó muy mal. Le afectó profundamente que no se reconociera el valor de Ruedo Ibérico".
José Martínez se trasladó a Madrid hace tres años. El aislamiento fue tal durante sus últimos años que algunos amigos ni siquiera sabían a qué se dedicaba. Pilar Muñoz, amiga del editor fallecido, informó que en los últimos tiempos José Martínez trabajaba en el departamento de ediciones del Instituto de España, la entidad que preside Fernando Chueca Goitia. Fueron sus compañeros del Instituto los que dieron la alarma sobre la ausencia del fundador de Ruedo Ibérico, que no respondía a sus llamadas.
Luciano Rincón le había pedido a Martínez un comentario crítico para su libro ETA, pero éste le escribió en enero una triste carta en la que le decía que ya nada merecía la pena. "Estaba muy desanimado. Se despedía deseándome un feliz año nuevo sin esperanza", dice Rincón. Fue el último contacto que mantuvo con su amigo. Luciano Rincón publicó, con el seudónimo de Luis Ramírez, dos libros con Ruedo Ibérico: Nuestros primeros 25 años y Franco, historia de un mesianismo (Franco, la obsesión de ser, la obsesión de poder).
"Mi vida política es similar a la de cualquier muchacho de mis características", contaba José Martínez en una entrevista. "Nazco en el seno de una familia de izquierdas, concretamente anarcosindicalista. Milito en las Juventudes Libertarias. Me pongo a trabajar muy joven y entro en la sede de la Federación Regional de Campesinos de Valencia de la CNT". Martínez luchó, durante la guerra civil, en una columna anarquista -"naturalmente"-. Fue detenido y, por ser menor de edad, enviado a un reformatorio, en el que estuvo dos años y medio. Finalmente, tras otra detención, las Juventudes Libertarias deciden que se exilie, en 1948, y que forme parte de la delegación exterior de esta organización. José Martínez fue allí el último secretario de la Federación Universitaria Española (FUE) en el exilio. En 1961 fundó Ruedo Ibérico, la editorial que, además de publicar los libros a los que los españoles no tenían acceso, constituyó un auténtico centro de peregrinación cultural y polític
"Fue un personaje muy importante durante el último periodo del franquismo", dijo ayer el historiador y ex senador Josep Benet, "de una enorme influencia en España a través de sus ediciones. Se merecía el agradecimiento de muchas personas y creo que se fue injusto con él". Benet, que promovió las Edicions Catalanes a París, editorial nacida después de Ruedo Ibérico y que publicaba los textos catalanes censurados en España, considera que Martínez definía más políticamente su línea editorial. "Nosotros publicábamos, por ejemplo, textos de autores liberales porque lo que nos interesaba era rescatar los libros catalanes censurados".
El profesor Nicolás Sánchez Albornoz, catedrático de Historia de España Contemporánea en la universidad de Nueva York, amigo personal de Martínez, señaló ayer, desde la ciudad norteamericana, "la injusticia que ha supuesto para la historia de la cultura española el olvido al que se sometió en los últimos tiempos al creador de Ruedo Ibérico, que había dado plataforma a la intelectualidad antifranquista en tiempos en que la frustración era total. Su labor tuvo un gran impacto en España, porque la clandestinidad se las arregló para recibir sus libros y los cuadernos que editó, en los cuales pudieron expresarse bajo seudónimo personajes que hoy son notorios en la vida pública española, como el ex ministro José Luis Leal y el presidente de la autonomía madrileña, Joaquín Leguina".
"Fue un hombre fiel a sus ideales, pero evitó adherirse a una opción política determinada", dijo ayer el ex presidente de la Generalitat Josep Tarradellas. "Su objetivo, a través de Ruedo Ibérico, era unitario y, a pesar de que su familia provenía de la CNT valenciana, no quiso jugar a un liderazgo político personal que pudiera suponer un obstáculo al trabajo unitario de Ruedo Ibérico". Tarradellas, que coincidió con Martínez tras su regreso del exilio, considera que el promotor de Ruedo Ibérico sufrió una cierta decepción, una vez en España. "Martínez pensaba que la obra de Ruedo Ibérico era un potencial político aprovechable en el interior, que le daría una determinada influencia y que incluso podría estructurarse políticamente. Sin embargo, no fue así. La clase política del interior, que siempre reconoció su esfuerzo desde el exilio, no compartió su visión del futuro político español. Con todo, Martínez tenía claro en el exilio que la política se hace en el interior y que el papel del exilio ha de ser de ayuda, supletorio, por más importante que sea esta ayuda."
Martínez preparaba la traducción de La sonrisa del gato de François Maspero, y un ensayo crítico sobre el PSOE.
Y asimismo me parece muy interesante incluir en esta entrada esta otra aportación:
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| Los excluidos de la transición. La editorial Ruedo Ibérico, fundada en 1961 en París, creó un espacio ético de lucha contra el franquismo. La Vanguardia - JOAN MARTÍNEZ ALIER - 12/01/2005 http://www.lavanguardia.es/web/20050112/51173726645.html
José Martínez, editor de Ruedo Ibérico La editorial Ruedo Ibérico, fundada en 1961 en París, creó un espacio ético de lucha contra el franquismo, abierto al pensamiento crítico disidente de las organizaciones políticas tradicionales. Sus ediciones fueron un punto de referencia, en el exilio y en el interior, y un puente entre la intelectualidad de dentro y de fuera del país. Tras la muerte de Franco, el intento de establecerse en España fracasó. Eran años de transición y muchas iniciativas fundamentales en la lucha contra la dictadura fueron arrinconadas. Queda por recuperar el valor de aquel desafío y analizar las causas de su desaparición
Mi relación con la editorial Ruedo Ibérico empezó en 1965, cuando yo tenía 25 años y acababa mi tesis sobre el latifundismo en la campiña de Córdoba que escribía en Oxford, desde donde hacía viajes a Andalucía. Pasaba por París y entraba en La Joie de Lire, la librería de Maspero, donde estaban los primeros libros de Ruedo Ibérico. Ya en el número 13 de los Cuadernos de Ruedo Ibérico (CRI), dedicado a la agricultura, tanto José Manuel Naredo (a quien no conocía aún personalmente) como yo publicamos artículos. Colaboré a distancia con Ruedo Ibérico de 1965 a 1974 y en 1974-75 pasé seis meses en la editorial en París. Fue un tiempo divertido y de gran actividad. Fue cuando coeditamos el libro de la Operación Ogro.
Los libros de Ruedo Ibérico eran diversos. Muchos eran de historia de España de autores liberales o de izquierda, que aquí no se podían publicar, eran también memorias de anarquistas (Mera, García Oliver y otros) o de militantes del POUM, y fueron, cada vez más, libros de actualidad en las postrimerías del franquismo (el proceso de Burgos, el Opus Dei, la ACNP, el dominio adquirido por el Partido Comunista sobre Comisiones Obreras y tantos otros temas). Así, hasta unos doscientos libros y muchas reediciones en veinte años. Además los Cuadernos, cuyas caricaturas se burlaban de Franco, también de Fraga y de Juan Carlos. Algunos decían que Ruedo Ibérico no tenía una línea concreta. A su director, Pepe Martínez, eso no le importaba. La intención era publicar lo que no se podía publicar en el interior, ilustrar a los jóvenes. Pepe Martínez había hecho y perdido la Guerra Cvil a los 17 años, había estado en la cárcel, se había exilado a París en 1947, había sido anarquista de joven y lo fue activamente otra vez de mayor. Murió casi abandonado y de muy mal humor en 1986, el día del referéndum de la Otan. La editorial había dejado de existir seis años antes. Sus archivos están en el Instituto de Historia Social de Amsterdam.
Volviendo al 1966. Naredo era entonces un economista de 24 años, que hacía un stage en la OCDE. Él también entró en el grupo de Ruedo Ibérico. Pepe Martinez sabía historias que nadie nos había contado, además era un exilado que no sólo hablaba sino que hacía algo práctico. Pocos años más tarde Naredo y yo conocimos a Elena Romo, a Nicolás Sánchez-Albornoz, a Ramón Viladás, que con Vicente Girbau y Pepe Martínez habían fundado la editorial en 1960. También a Barbara Probst, de visita en Francia. También a Marianne Brull, secretaria y compañera de Pepe Martínez, que vive ahora en Barcelona. Podemos decir que Naredo y yo fuimos de la segunda ola. Naredo fue durante doce años un elemento importante de los Cuadernos de Ruedo Ibérico, ayudando a coordinar lo que se escribía desde Madrid por economistas como Juan Muñoz (mas tarde vicepresidente del Congreso), Arturo Cabello, Leguina y otros. Naredo siempre usó seudónimo, era funcionario y casi siempre vivía en Madrid. A partir de 1973 Naredo y yo ayudamos a Pepe Martínez a sacar los últimos veinticinco números de los Cuadernos, al final ya en Barcelona. Juan Goytisolo continuó enviando ensayos propios y de otros autores en su papel de asesor de temas de literatura, y se convirtió en el autor más habitual de los Cuadernos a lo largo de su historia. El segundo creo que fui yo. Pero la nómina de quienes escribieron es muy amplia. Algunos, como Alfonso Sastre o Paco Letamendia pertenecen a los innombrables, otros han sido ministros.
Desde 1974, con Naredo y conmigo, con Francisco Carrasquer y Carlos Peregrín Otero, el contenido de la revista se hizo ya bastante ecologista y anarquista. A Pepe Martínez le desesperaba la lentitud de la redacción de los artículos y la falta de suscriptores (aunque CRI llegaba a bastantes bibliotecas del mundo). Pero en cuanto al contenido estaba de acuerdo con nosotros. Él mismo, con el seudónimo Felipe Orero (nombre de un tío materno suyo fusilado por los franquistas), escribió artículos de doctrina anarquista. Los colaboradores iniciales de Cuadernos más conocidos, Jorge Semprún y Fernando Claudín, dejaron Ruedo Ibérico. Se preparaban para su trayectoria posterior, lo mismo que tantos otros que iban a circular en la órbita del diario El País y se preparaban a gozar de las delicias de la transición. Nosotros, por el contrario, con pleno apoyo de Pepe Martínez, estábamos disconformes con la transición que se preparaba.
Las ‘grandes rebajas’ En los Cuadernos, entre 1974 y 1978 atacamos la reconciliación nacional, no desde luego porque quisiéramos otra guerra sino porque permitía dar una salida fácil a los franquistas. Nos preguntamos: “¿Quién amnistiará a los amnistiadores?" Resultó que se amnistiaron ellos mismos. Protestamos por las grandes rebajas de la oposición política y pedimos “una oposición que se oponga" (título del número 54 de CRI). Analizamos los gobiernos de Suárez (con mucha presencia directa de empresarios y banqueros, y de políticos de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, es decir, los herederos de Herrera Oria y Martín Artajo, a saber, Osorio, Lavilla, Oreja). El Partido Comunista empujaba a la reconciliación con los postfranquistas, el Partido Socialista, que apenas había existido durante los años 1960-1970, aprovechó el empujón para correrse más a la derecha con sus nuevos líderes. La resistencia al franquismo se rompió. Nosotros quedamos fuera.
Pepe Martínez estuvo dos años sin decidirse a traer la editorial a España y al final escogió Barcelona (cuando ya Tarradellas estaba aquí, un viejo amigo personal del exilio). En los primeros meses o años tras la muerte de Franco no tenía pasaporte y temía ser detenido al llegar a España. Después, todos tuvimos temor a la violencia si abríamos aquí una editorial y una librería. En París, en la librería de Ruedo Ibérico de la calle de Latran alguien puso una bomba en octubre del 1974. Típica historia: no se sabe aún hoy exactamente quién fue, cómo se llamaba, quién le mandó hacerlo. Lo más probable es que fueran policías españoles. Seguramente a estas alturas quienes pusieron la bomba se habrán ya jubilado o estarán por hacerlo después de haber servido a la democracia con la misma profesionalidad que sirvieron a la dictadura. Tendrán una pensión del Estado español. Pepe Martínez no tuvo pensión española. A él le ayudaron al final económicamente sus amigos italianos, a quienes conocía de empresas editoriales. Y un poco, muy poco, nosotros sus amigos ibéricos.
La transición política española fue una transición excluyente. No es verdad que a todos los que habían estado en la resistencia la transición les pareciera bien. Ciertamente, la mayor parte de la resistencia al franquismo se acomodó rápidamente (excepto en Euskadi) a la nueva situación. Otros, los menos, quedaron fuera. Por ejemplo, entre quienes se habían jugado la vida entrando en la Unión Militar Democrática, algunos acabaron de diputados socialistas, otros fueron olvidados y dejados de lado. Por ejemplo, quienes intentaron reconstruir la CNT en Catalunya tuvieron inicialmente un cierto eco en su oposición al Pacto de la Moncloa (contra el que despotricamos en los Cuadernos de la última época). Pero la CNT casi desapareció tras el atentado a Scala en enero de 1978, en el que participó un agente provocador llamado Gambín, cuando Martín Villa (demócrata de toda la vida) era ministro del Interior.
El ninguneo social y político que recibió Pepe Martínez era esperado pero le dolió mucho, él había estado exilado treinta años, no tenía ya su vida profesional por delante. El había hecho algo notable por la cultura española y contra el franquismo. No se le reconoció en vida, no fuera que al salir en los diarios o en la tele dijera algo inconveniente. Ahora han pasado muchos años más desde su muerte y más aún desde que la editorial Ruedo Ibérico desapareció. Treinta años de retraso son ya muchos para que nadie se atreviera a recoger en nombre de Ruedo Ibérico premios de las autoridades estatales ni elogios de los monopolistas de la cultura. Premios o elogios que les laven la mala conciencia, si la tienen. Fraga (que como ministro de cultura franquista se molestaba mucho con Ruedo Ibérico) ganó su puesto en la transición política democrática española, nada menos que como fundador del PP, partido de gobierno. Ruedo Ibérico quedó fuera, excluidos de la transición. El caso Ruedo Ibérico es uno más tan sólo. Así fue. No tiene ya remedio.
Joan Martínez Alier es catedrático de Economía e Historia Económica de la Universitat Autònoma de Barcelona. Miembro del Comité Científico de la Agencia Europea de Medio Ambiente y Presidente de la International Society for Ecological Economics
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