Este verano (atípico) he tenido que andar de tiendas buscando lo que necesitaba para acabar de acomodarme medianamente.
Una de esas tardes, cuando iba a pagar mis compras, ante el mostrador de la caja se debatían un par de niñas (diez u once años, les eché) contando sus monedas y haciendo cálculos. Buscaban un regalo de cumpleaños para una amiguita y... ¡cachis! no les llegaba el dinero. Sopesaban si renunciar a lo que habían elegido o...
¡ABRIR LA HUCHA!
Avalancha de recuerdos y, sobre todo, el intento de recordar las formas posibles del temido/adorado objeto de los niños.
Yo sólo tenía un baulito o una cajita de metal, con su llave (creo que había sido un joyero), porque la hucha de barro (panzuda o porcina) que se abría de un martillazo en casa debían de juzgarlo innecesariamente bárbaro.
En fin, las que más recuerdo son las del día del Domund o de la raza...
Algo infinitamente menos espantoso que la experiencia de la hucha quehabría tenido el desdichado Jacques Vingtras el protagonista de El niño, primer volumen de la trilogía autobiográfica de Jules Vallès que leo estos días (en temporadas así, aprovecho para completar mis muchas lagunas):
Me prometen recompensas, comoa todos los chiquillos; una perra gorda si me porto bien y, cada vez que sea elprimero, una perra chica. ¿Me las dan? No, mi madree me quiere demasiado.
Y, sin embargo, no me privaba para enriquecerse.
Los diez sueldos no se quedaban en la familia, iban a yacer en el interior de una alcancía cuyas fauces se reían en mis propias narices.
-Es paar ti -decía mi madre, haciéndome contemplar la moneda antes de echarla por la hendidura.
Y yo no volvía a verla.
-Es -añadía- para comprarte un hombre.
Confieso que al llegar aquí la frase me estremeció. Leo la llamada de la nota del Traductor: "El autor se refiere a una práctica, habitual entre las familias que podían permitírselo, consistente en pagar a un hombre para que hiciera el servicio militar en el puesto del hijo llamado a filas".
Y enseguida el alivio, al comprobar que el niño aprendía:
Siempre juiciosa, impartiendo sin pedantería sus lecciones, mi madre, que seguía las ideas de su siglo, me inspiró de este modo el odio hacia los ejércitos permanentes, y me hizo reflexionar acerca del impuesto de sangre. De vez en cuando me rebelaba y citaba el ejemplo de mis compañeros que gastaban su dinero en vez de guardarlo para comprar un hombre.
-Sin duda son tullidos, créeme.
(Del Cap. XIII: Fregado - Gula -Limpieza)
Entre los más altos espíritus
-
*Q*uienes carecen de autoestima a menudo desconfían de sus capacidades o
incluso llegan a creer en algún momento de sus vidas que, debido a su falta
d...
Hace 1 día
Impresionante lo que transcribes, Ana.
ResponderEliminarNo he leído nada de este autor y tiene buena pinta.
Un beso veraniego.
Bueno, es de finales del XIX, y su novela le mereció los elogios de Zola. Era una de mis lecturas pendientes. Otro beso!
ResponderEliminarEra pura economía lo que nos plantea la novela de Vallès. En este caso el objeto de la transacción es un hombre. Esa práctica, propia de las clases dominantes en gran parte de Europa, fue práctica habitual también en España, a finales del XIX y principios del XX.
ResponderEliminarEs una versión primitiva, rudimentaria, de los ejércitos profesionales de hoy. En todo caso, una práctica cruel, que muestra que en aquel tiempo el valor de la vida dependía del lugar que ocuparas en la escala social... y económica.
Feliz lectura. Que cuando termines las vacaciones ya no sea pendiente.
Un abrazo.
Gracias, Manuel. Los lectores agradecerán tu clarificadora aportación. Ya acabé el primer volumen pero aún he de hacerme con el resto de la trilogía. Un abrazo!
ResponderEliminarHola Ana Rodríguez
ResponderEliminarPues sí, parece interesante esa trilogía por cuanto te explica cómo era la vida por aquellos siglos XIX - XX. Y la verdad, antes de leer qué significaba 'comprar un hombre', habría dicho que en aquella época no se escapaba de la mili ni Dios. Ahora, después, lo veo con cierta lógica, con dinero se puede comprar todo menos unos cuantos valores como integridad o amor.
Pienso entonces... En la antigua Grecia y Roma, época que me explicaban que al ejercito y la guerra iban todos incluidos los hijos de los nobles. ¿Se podrían 'comprar hombres'?
Pues la verdad es que no puedo responderte, Anónimo. Voy a aprovechar la sobremesa de la cena y sacar el tema. Gracias por leerme!
ResponderEliminarLa frase es tremenda. Casualmente estoy leyendo la "Autobiografía del General Franco", de Vázquez Montalban (estupendo libro: literatura, historia, ensayo, crítica, momentos y hechos poco conocidos...) El inicio de la vida y de la carrera militar de Franco está jalonado por la pérdida de la últimas colonias y la guerra africana, en donde también los ricos pagaban una bula para que otro fuese a la guerra en su lugar. Claro, el hijo de un obrero.
ResponderEliminarEstoy muy de acuerdo con el comentario de Manuel Rico. Nuestros impuestos, nuestro dinero, es una manera postmoderna de comprar hombres. Y es todavía más sangrante porque muchos de ellos no son españoles y se alistan para conseguir la nacionalidad, o una manera de vivir en el occidente rico.
¡Salud Ana!
Un abrazo, Hablador!
ResponderEliminarSe me olvidó comentarte la foto antigua. Eres la de la izquierda, ¿verdad?
ResponderEliminarUna niña muy bonica.
Supongo que, como a todos, te ocurrirá que mirarás esas fotos y las observarás con una sonrisa en los labios. Sabemos que somos esos niños, pero están ya tan lejos... y, al mismo tiempo, tan cerca. Seguimos siendo ellos, porque vivimos con la infancia a cuestas toda nuestra vida.
Un beso, Ana, y perdona mi atrevimiento.
No, no, Isabel.... No soy ninguna de las tres.Nunca fui a un colegio de monjas. ¡Uf!
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