La noticia de la muerte de Jorge Semprún, si no me cogió de sorpresa, sí me cogió de viaje. No sé muy bien lo que se dijo o escribió aquí, en España. En Alemania (Berlín), donde yo estaba) desde luego se siguió cuidadosamente la noticia, hasta el mismo día de la despedida, el domingo 12 de junio.
Con la reproducción de esta reseña, quiero brindaros mi recuerdo.
El largo viaje (1963) es la primera novela de Jorge Semprún, merecedora del Premio Formentor y del Prix de la Résistance. Es el relato del viaje a la certidumbre de la muerte: el viaje en tren de Gèrard (nombre de guerra del joven combatiente de la resistencia, alter ego del autor), desde su salida de la cárcel de Compiegne con destino a Weimar, en cuyas cercanías se ubica el campo de concentración de Buchenwald.
Y es también la novela que contiene, implícito, el relato de otro viaje: el viaje a la vida, a la escritura. Y es que, releída desde la posterior trayectoria del autor y especialmente desde el ciclo de novelas de la anamnesis, El largo viaje se nos representa como una obra verdaderamente germinal, tanto en lo que se refiere a los rasgos formales como en lo relativo al haz de temas que se van sucediendo en este doble viaje: físico y mental, exterior e íntimo.
De la gestación y escritura de la novela tenemos hoy abundantes datos, revelados por el autor en ese libro tan fundamental para entender la obra de Semprún que es "La escritura o la vida" (1995), o bien en otros libros autobiográficos como "Adiós, luz de veranos…" (1998).
En el primero, habla el autor del modo en que fue escrita (“de un tirón, sin recuperar el aliento”) y del tiempo y el espacio en el que la escribió: en 1961 en Madrid, en un piso clandestino de la calle Concepción Bahamonde, cuando el joven Gèrard se había transformado en el militante y dirigente del PCE Federico Sánchez. En esa reflexión sobre las relaciones entre la memoria de la muerte y la escritura, revela también Semprún las causas de haber aplazado durante tanto tiempo el relato de este largo viaje a la certidumbre de la muerte: la necesidad de olvidar para después, desde la distancia, darse cuenta y poder así dar cuenta de todo ello (certeza ya expresada en la propia novela, si bien todavía sólo como una nebulosa intención), salvando, desde la lejanía y el silencio, lo genuinamente literario de un relato que de ningún modo debería convertirse en otro más de los previsibles relatos de ex-deportados que ya en 1945 empezaban a oírse. Al escucharlos, el Gèrard recién salido de Buchenwald, siente que jamás se prestará a quedar reducido al papel de superviviente, de testigo digno de fe, estima y compasión, y toma la decisión “de no hablar más de aquel viaje, de no ponerme jamás en situación de tener que responder a preguntas sobre aquel viaje. [...] Quizá más adelante, cuando ya nadie hable de estos viajes, quizás entonces tendré algo que decir”.Es lo que hará al cabo de diecisiete años: contar después del olvido. (Y no será casual que otra novela clásica -imperecedera- sobre esa experiencia, la tregua, de Primo Levi, aparezca también en la primavera de 1963, casi simultáneamente a El largo viaje. )
Del estímulo que al emprender la escritura supuso el recuerdo de la "Lettre sur le pouvoir d’écrire", que le había dedicado Claude-Edmonde Magny a propósito de los poemas juveniles del autor, también encontramos abundantes datos en la escritura o la vida y, sobre todo, revela allí Semprún la radical modificación del sentido de la muerte que experimentó a raíz de la publicación de su primera novela: “A partir de entonces, la muerte seguía estando en el pasado, pero éste había dejado de alejarse, de desvanecerse. Al contrario, se volvía presente otra vez. Empezaba a remontar el curso de mi vida hacia este frente, esa nada originaria”. Desde que escribió El largo viaje, declara el autor en Adiós…, “toda mi imaginación narrativa pareció imantada por aquel sol árido, rojizo como la llama del crematorio”, y aquella “mortífera memoria” más de una vez se interpuso en la de sus personajes. Una vez publicada, al sostener el volumen en su mano, siente que su propia vida ha cambiado: “Y uno no cambia de vida impunemente, sobre todo cuando el cambio se hace a sabiendas, con una conciencia aguda y clara del acontecimiento, del advenimiento de un porvenir distinto, en ruptura radical con el pasado, cualquiera que sea el curso que le está reservado”.
El relato de "El largo viaje" arranca in media res, en la quinta noche del mismo. El presente narrativo se cubre básicamente a partir de la conversación de Gèrard y el chico de Semur, personaje ficticio, cuya presencia y cuya voz –la de la razón- humaniza esa travesía transida de silencio, dolor, angustia, rabia, odio, muerte…Es el compañero en quien Gèrard se apoya, con quien comparte los incidentes del presente y los recuerdos de la vida dejada atrás. Narrativamente, es un contrapunto que enriquece el relato, porque es otra voz distinta, verbal y mentalmente hablando, que completa la del narrador y propicia nuevas meditaciones y recuerdos y hasta anticipaciones, al ser el tiempo de la escritura muy posterior al de los hechos del presente, cubriendo también el relato el tramo del silencio. Que ese vaivén de tiempos tan característico en la narrativa de Semprún -un ir y venir en el tiempo, entre anticipaciones y vueltas atrás, ininterrumpidamente, en una sucesión de capas de imágenes que se superponen pese a proceder de instantes o experiencias muy dispares- no es simple artificio retórico (derivado, por ejemplo, de la confesada filiación proustiana del autor) se advierte en la naturalidad con que sobrevienen y encajan en el discurso, pese al modo cada vez más brusco de los tránsitos (ya no sólo entre tiempos o momentos, sino entre instantes) y pese al ritmo acelerado con que se suceden. Y desde luego, a tal naturalidad contribuye igualmente la minuciosa disección de aquello que propicia la intervención de la memoria (objetos, gentes, espacios, sensaciones, etc.…), a cuyas vueltas y revueltas se entrega de buen grado el narrador, dejando fulgurar y germinar las coincidencias, las repeticiones, las recurrencias, los retornos a lo mismo.
Así pues, entre las líneas de ese diálogo entre Gerard y el chico de Semur, que va dando cuenta de la cotidianidad del viaje tanto en sus condiciones materiales como en el modo de vivirlo y sentirlo por quienes lo padecieron, la novela se abisma en la densidad de las reminiscencias, en una feliz articulación de memoria y voluntad narrativa. Leída hoy, advertimos la cualidad seminal de esta primera novela de un escritor que desde entonces ha cultivado como pocos esa reconstrucción del pasado personal y colectivo recurriendo a unos procedimientos narrativos que probó por vez primera en El largo viaje y alumbraron después obras espléndidas: la introspección, la búsqueda y el desarrollo de las imágenes perdidas, el análisis de los documentos históricos que apuntalan el marco social de los recuerdos…, convencido, como lo está Jorge Semprún, de que “toda narración es por naturaleza interminable”, porque la memoria no se agota ni se encoge ni nunca se vacía; la memoria se expande, “dilatándose en el espesor del tiempo acumulado”.
Y un último apunte. Hoy, que tanto se jalea la hibridación y el mestizaje entre los géneros narrativos, la mezcla de realidad y fiocción (faction), el intrusismo autobiográfico en la historia, etc., conviene insistir en que tales novedades y audacias las lleva poniendo en práctica Jorge Semprún desde 1963.
JORGE SEMPRÚN: El largo viaje. Traducción de Jacqueline y Rafael Conte. Tusquets Editores, 2004. 241 páginas.
Fíjate que con este hombre me ocurre algo extraño. Sé de su trayectoria, de su compromiso y de su sufrimiento. Sé que ha sido memoria viva de un tiempo y de unos hechos de la historia que no se deben olvidar. Aún así, su personalidad y su andadura posterior siempre me ha causado una sensación de artificio, de lejanía con respecto a los hechos que vivió, como si a la recuperación de las libertades hubiese pasado a formar parte de un territorio reservado a los dioses, divinizado; de una aristocracia progresista alejada de todo aquello por lo que luchó. Seguramente me ocurre por ignorancia: jamás me he acercado a un libro suyo.
ResponderEliminarMe parece mmuy sugerente la idea de memoria como "Big bang", en constante expansión
Creo que el mejor modo de despejar incertidumbres es leyéndolo. Tengo la impresión de que de Semprún se han difundido dos o tres perfiles, al sesgo del tiempo, y era un ser mucho más complejo. Saludos!
ResponderEliminarCon la muerte de Jorge Semprún la balanza se inclina un poco más hacia la mediocridad y la estupidez. Es una pena. Cada vez quedan menos. Algunos comunistas han visto su sueño cumplido. Así nos va.
ResponderEliminarBesos
Paco
Sí, sí... Y no emergen muchas más voces de referencia ineludible. Un abarazo!
ResponderEliminarComplejo era, como bien indicas.
ResponderEliminarEs posible que en este país nuestro se lo haya anatemizado por ciertos sectores. Una pena. Se suele denostar a quien no sigue al pie de la letra consignas y se mantiene en su propio criterio.
En fin..., el tiempo dirá.
Un beso, Ana.
Yo siempre he lamentado el escaso relieve que se dio a sus libros por su valor estrictamente literario. De ahí algún comentario en mi reseña, sobre todo lo referido a Autoficción, hibridación genérica y otras lindezas que algunas patentan a última hora. Kisses!
ResponderEliminarHola Ana Rodríguez
ResponderEliminarDe la muerte de Jorge Semprún, me llamó la atención el interés internacional por su persona. Creo que pocos escritores españoles, incluso con más premios, consigen tanto prestigio más allá de nuestras fronteras como él.
De tu reseña me gusta un detalle que tú muestras del escritor. Se trata se su visión tan original de la muerte al concebirla como un recuerdo, un recuerdo que es lejano en nuestra infancia y cercano en la vejez. Es decir, asumimos, nos preocupa, nos da miedo la muerte porque la vemos y la recordamos.
Creo que esta visión de Semprún es muy original porque la mayoría de nosotros vemos la muerte como una consecuencia lógica de la vida, un mecanismo racional.
Respecto a lo que mencionas sobre los nuevos estilos literarios tan de moda: un apunte que igual ya conoces. Hace poco descubrí una nueva web sobre literatura, www.lafieraliteraria.com.
Admito que en algunas cosas tienen mucha razón. Por ejemplo que existe mucho "bluff" literario en el mercado, como Fernández Mayo y demás. Pero en otras discrepo, como su tono insultante y a veces prepotente (yo soy el sabio "gurú" de la literatura), o su estrecha visión de la novela despreciando e insultando a Javier Marías. Es cierto que el madrileño tiene un estilo muy excentrico tanto a la hora de narrar como a la hora de abordar temas que siempre son muy cotidianos. Sin embargo pienso que sus novelas son buenas al manejar lo cotidiano desde una perspectiva diferente y refrescante. ¿No crees? Además, tampoco veo tanta distancia entre Marías y el Philip Roth de El mal de Portnoy, o el Sarlinger del El guardian entre el centeno.
Bueno, al final me desvié del tema Semprún. Corrígeme si me equivoco con Marías.
Qué va, qué va... No te equivocas, Eduardo. Esto de La fiera literaria es un viejo espectáculo circense que dura años... Y siempre la bestia parda es (de manera destacada) Javier Marías. Antes, por lo visto, mandaba folletos-panfletos. A mí nunca me llegó ninguno (no soy nada notable, como ves), y sé de sus contenidos por la gente del mundillo.
ResponderEliminarNo creo que valga la penas que ìerdas el tiempo con ese asunto.
Tampoco te equivocas en la apreciación sobre Javier Marías, otro de nuestros escritores con dimensión europea.
Abrazos!
No resisto la tentación de autocomentarme porque hoy, Domingo 26 de junio de 2011, aparece la habitual colaboración de Javier Marías en El País Semanal, con un comentario sobre JS y el no reconocimiento a tiempo de su obra (¿su persona?) entre nosotros.
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