Al
maig, cada dia un raig
El pasado viernes, Xavier Theros escribió (en la edición
catalana de El País) un certero y
acerado artículo –“Plaga de poliflautas”- sobre el particular clima que vivimos
en Barcelona ya no el martes 1 de mayo, sino la semana entera, desde que
empezaron las medidas profilácticas destinadas a hacer agradable la estancia de
tanto ilustre visitante que tuvo a bien agraciarnos con su presencia. Hablaba
Theros de la estética poliflauta que prolifera entre los moços (que se
disfrazan de activistas antisitema pero con una banda de color verde en el
brazo izquierdo para que los distingan), del derroche de helicópteros
sobrevolando permanentemente la ciudad, de las calles cortadas y los atascos…
Y hoy sábado leíamos una muy elocuente crónica –“Un blindaje
policial sin margen para el error”- de lo que le pasó a un modesto funcionario
(sospecho que de mi faculty) que, al salir del metro en Universidad y ante el
insólito y esplendoroso espectáculo que se desplegaba a sus ojos, tuvo la
infeliz ocurrencia de sacar su móvil y disparar unas instantáneas…
También supimos que, pasado el peligro, liberaron a los
estudiantes “retenidos”.
El caso es que, por befas o por nefas, recordé otro mayo
extraño: el de 1937.
Por increíble que parezca, en la férvida Barcelona de
entonces no se celebró la gran manifestación que unitariamente habían convocado
los sindicatos para conmemorar la fiesta del proletariado, el 1 de mayo, y
aquel sábado los barceloneses se vieron obligados a trabajar igual que un día
cualquiera. Contra lo prometido, no hubo discursos, ni paradas, ni
manifestaciones: sólo un escueto comunicado oficial para notificar la
suspensión de los actos programados debido al peligro y el desorden reinantes,
instando a las organizaciones a retirar de las calles a cuantos elementos que,
a fuerza de emplear la coacción, comprometían la revolución y la guerra. Era la
única manera, decían, de erradicar el clima de alarma que reinaba en Cataluña a
causa de los asesinatos y atropellos cometidos por unos y por otros, a los que
siguieron los correspondientes entierros con sus cortejos fúnebres, unos actos
descomunales y excesivos para ser lo que supuestamente eran o deberían, pero no
para lo que en realidad fueron: una demostración de fuerza.
El narrador de mi nueva novela y su amigo Ángel habían
quedado el domingo por la tarde para ir al Capitol, y lo esperé en la Plaza de Cataluña durante unas
dos horas, y recordará la extrañeza que le produjo el monolito instalado en
mitad de la plaza para celebrar la fiesta del trabajo: un gigantesco número uno
erguido sobre una base de cuadriláteros que en cada una de sus caras llevaba
escrito en enormes letras mayúsculas un maig
aderezado con profusión de alegorías y eslóganes referidos a la histórica
jornada. En el Capitol, esa histórica jornada tenían programado La ciudad sin ley, del gran Edward G.
Robinson. Bueno, de Howard Hawks.
Naturalmente, el amigo Ángel estaba missing porque, tal como venían dadas, se jugaba el cuello. Más
tarde, cuando se encuentran, y rememora aquella otra semana trágica (que así
llegó a llamársela), entre otras cosas, le cuenta:
-Pero que conste, que en Sants triunfamos. En
mi barrio, los bakuninistas proclamaron el comunismo libertario: desde el
mismísimo martes y frente a la mismísima Plaza de España, ondeó un gigantesco
cartel –explicó, abriendo los brazos todo cuanto pudo y agitándolos en el aire
mientras exclamaba:
REPÚBLICA INDEPENDIENTE DE MURCIA
AQUÍ
TERMINA CATALUÑA.
PROHIBIDO HABLAR EN CATALÁN.
Y también le cuenta, muy enfadado, el discursito ridículo de
García Oliver conocido como “La leyenda del beso”:
¡Camaradas! Por la unidad antifascista, por
la unidad proletaria, por los que cayeron en la lucha, no hagáis caso de
provocaciones. No cultivéis en estos momentos el culto a los muertos. Que no sean
los muertos, la pasión de los muertos, de nuestros hermanos caídos, lo que os
impida en estos momentos cesar el fuego. No hagáis un culto a los muertos. […] Todos cuantos han
muerto hoy son mis hermanos; me inclino ante ellos y los beso. Son víctimas de
la lucha antifascista y los besos a todos por igual
Y ya puestos a seguir llorandoriendo, otro recuerdo de
aquellas jornadas: el
almibarado artículo aparecido en una publicación anarquista, “Las Naranjas de la Paz”, donde el autor, abusando
de la falacia patética, contaba un episodio, al parecer verídico, sucedido en
las calles de la Barceloneta:
Los
disparos de esta parte de la población se espacian y agonizan, como lanzados
por fusiles asmáticos. Un carro de naranjas, conducido por camaradas del Borne,
pone una pincelada de oro en la pausa de un tiroteo lánguido. Las naranjas
–bombas de mano de la huerta levantina- avanzan hasta la barricada que ocupan
los trabajadores. Un saco, dos sacos, tres sacos…
Los camaradas del Borne se retiran después
del dulce bombardeo y los trabajadores se disponen a engullirse el envío, ante
los rostros asombrados de los guardias. En el reducto del Orden Público las
bocas se hacen agua.
Un guardia más decidido que
otros se acerca a pedirles naranjas y les regalan un saco. Desde entonces, ni
un disparo, ni un insulto, ni una mala mirada más. Bien haya la naranja
pacificadora que ha sido instrumento de armonía…
Ay, Ana, te leo y no sé si reír o llorar.
ResponderEliminarLo mismo me ocurre con las noticias del día: Francia y Grecia.
La confusión, el miedo, el tímido resurgir de la esperanza, todo se confunde en estos inicios de mayo. O será que estoy con un trancazo descomunal y no puedo teclear dos palabras seguidas sin que me pare un estornudo.
Eso sí, me estalló la carcajada con la república independiente de Murcia.
Un gran abrazo.
Pues entonces ya ha valido la pena, Isabel... si te he arrancado carcajadas y aliviado un poco los varios escozores. Un abrazo y cuídate!
ResponderEliminar(La verdad es que el auge de los partidos fascistas es impresionante... aquí en Cataluña también ha habido brotes verdes de ese tipo; de momento andan recluidos en comarcas y ayuntamientos, pero veremos...)
Me encantaría volver a ver ese letrero en mitad de la Plaza España, ni que fuese el día de carnaval. Más que nada por tocar las narices a tanto patriota de salón, a tanto convergente estirado. Los Mossos pusieron hace poco en marcha una campaña de protesta en la que perseguían a Felip Puig allá donde fuese con banderas españolas y cantando "¡qué viva España!" de Manolo Escobar. Durante la protesta (de la que no tardaron ni una semana en negociar su final), los Mossos que la secundaron hablaban en castellano a todo el mundo. A eso se le llama imaginación. La prueba de la peligrosidad de los efectos de esa iniciativa fue, precisamente, la rapidez con que la neutralizaron
ResponderEliminarA mi el discurso del tal García Oliver me gusta. No conozco el contexto ni el personaje, ni las circunstancias que lo propiciaron, pero esas palabras por si solas, aisladas, me parecen hermosas.
¡Salud!
Ja, ja, ja...
ResponderEliminarEl discurso de García Oliver fue a raíz de la persecución de los trostkistas y anarcos en mayo del 37. Abusaba de la falacia patética, ¿no crees? Loa ácratas lo censuraron, a él y a otros dirigentes, por la blandenguerá... Un beso!
Te leo y me aterra pensar que lo peor revive y re-vuelve...
ResponderEliminarSí, sí... y aun antes, si puede ser antes. Un beso!
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