La poesía los unió en su juventud y ahora el azar.....
Lo leí tempranamente: primero Teoría, en uno de los tomitos de Lumen, en la misma colección donde también descubrí al Azúa de Edgar en Stephane y No time for flowers, de Ana María Moix.
Y en esta tarde soleada y amable he releído Papá, dame la mano que tengo miedo (Cahoba, 2007), libro de título valiente estremecedor, según reconoce Ana María en el Prólogo que lo acompaña, y que anuncia ya el lacerante verbo de Panero. Y sigue:
"En realidad, y aunque seguramente no lo sepa, quizá [el lector] acuda a la lectura de los textos de Panero en busca, precisamente, de quedarse helado, o mejor dicho, de que algo o alguien le deje helado, casi al borde del sinsentido y de la muerte, de la muerte en estado consciente, para no perdérsela como se perderá la propia el día que le llegue. Quedarse helado por el pánico, por la belleza, por el terror, por la ternura, por la carcajada infernal del verbo de Leopoldo María Panero es la única posibilidad que tiene, hoy en día, de rozar el cielo de lo sublime y quemarse..."
Lo leí acompañado también de ese prólogo luminoso, donde AMM nos invita a leer a este LMP rabioso, iconoclasta, desesperado, cargado a veces de un humor más que negro, subversivo, virulento... pero carente de odio, sólo estremecido por "la hermosa insatisfacción de quienes aún viven transitados por la nostalgia del paraíso insensatamente perdido".
Y para acabar de reordarlo, este fragmento en que Leopoldo María panero dialoga con otro de los poetas que más releo:
A Claudio Rodríguez, recordando el día en que, con un
cigarrillo temblándole en los labios, me dijo, en el Drugstore
de Fuencarral, «a esta gente hay que ganarla».
Aun cuando tejí mi armadura de acero
el terror en mis ojos muertos.
Aun cuando con mano blanca y nula
hice de silencio tus orines
y la nieve cae aún sobre mi cuerpo
pese a ello se impone un silencio aún más hondo
a los clavos que habían horadado mi cráneo:
aun cuando sean huesos quizá lo que no tiembla
aun cuando el musgo concluye mi pecho
el terror remueve las cuencas vacías.
A Claudio Rodríguez, recordando el día en que, con un
cigarrillo temblándole en los labios, me dijo, en el Drugstore
de Fuencarral, «a esta gente hay que ganarla».
Aun cuando tejí mi armadura de acero
el terror en mis ojos muertos.
Aun cuando con mano blanca y nula
hice de silencio tus orines
y la nieve cae aún sobre mi cuerpo
pese a ello se impone un silencio aún más hondo
a los clavos que habían horadado mi cráneo:
aun cuando sean huesos quizá lo que no tiembla
aun cuando el musgo concluye mi pecho
el terror remueve las cuencas vacías.
Lo de "la única posibilidad" lo veo yo bastante discutible, la verdad. Es difícil saber qué es, exactamente, eso de "rozar el cielo de lo sublime y quemarse" (y recuerdo lo de Rilke: "era poeta y odiaba lo impreciso"), pero signifique lo que signifique, veo muy dudoso que la de LMP sea la única posibilidad de conocer esa experiencia. Es afirmación que me recuerda el título de Túa Blesa: "LMP, el último poeta". Quizá, señor TB, sea "el último poeta" que usted mismo sea capaz de reconocer como tal; pero, si es así, se trata de una (gravísima, y más en un crítico) limitación suya. No elogiemos a LMP a costa de todos los demás, y menos aún de la poesía. Las cosas, afortunadamente para todos, no son tan simples.
ResponderEliminarHermoso y sentido homenaje. Con tan pocos días de diferencias, ambos, LPM y AMM, se fueron al territorio de la nada.
ResponderEliminarUn beso, Ana.
Sí, todo el mundo comentaba el (funesto) azar.
ResponderEliminarUn abrazo, Isabel!
Y aún hoy, domingo 30 de marzo, Molina Foux publica en El País un artículo imprescindible...
ResponderEliminar