Algo melancólica
andaba el pasado sábado, ante la imposibilidad de ir a Berlín a visitar a mi
hijo pequeño (como sí lo ha hecho su padre estos días, y no por motivos de las
celebraciones en torno a la “caída” del muro), cuando un artículo del pasado sábado
8 noviembre me traía de golpe a la memoria una de las imágenes cotidianas de
los días en donde vive mi hijo. No lo frecuentamos tanto por las tapas (que
dicen que son espléndidas) sino por su generosa terraza con vistas parciales
con pequeño parque o arboleda.
Y recuerdo el
relato de mi hijo de la pasada primavera cuando acudió allí a una calçotada, que esa sí es una
especialidad culinaria que él no domina, a diferencia de lo que sí controla (y
más que bien) de nuestra gastronomía.
Total, que me
conformé con el sucedáneo de la literatura, que tan a menudo nos proporciona
los viajes más imprevisibles y estimulantes. Y fui picoteando en un conjunto de
relatos firmados por escritores de la antigua DDR (República Democrática
Alemana), algunos de los cuales me venían como un guante para hablar a los
estudiantes, siguiendo el programa del curso, del Realismo Social(ista).
Por ejemplo la
selección de las autobiografías de Stefan Heym y Erich Loest, que tan
magníficamente reflejan el escenario en que artistas y escritores desarrollaban
su creación. Nada nuevo bajo el sol, después de conocer lo sucedido en la URSS.
Aun así, no nos deja indiferentes asomarnos a ese clima de inseguridad,
vigilancia, amenazas, consignas, sospechas, acusaciones, censura... y la vuelta
de palabras que creíamos olvidadas: desviacionista, negligente,
contrarrevolucionario. Y como no hay tragedia sin sátira -según escribe Haym-,
mencionar también la carcajada que inevitablemente estalla cuando estos autores
nos relatan su experiencia en lo que podríamos llamar seminarios o escuelas de
escritura amoldada a la nueva orientación estética.
Un descubrimiento fueron los diarios de
Brigitte Reimann, un par de extractos de los años 1957 y 1960. Abundan entradas
de carácter íntimo y personal, los relatos de sueños, las referencias a los
distintos libros (y el juicio sobre los mismos), las escapadas a Berlín... pero
si tuviera que elegir una sola entrada sin duda me decantaría por el relato del
día en que a su casa acudieron agentes de la Stasi para captar la como informante.
¿Recordáis la
película “La vida de los otros”?
Vaya contrastes en tu entrada de hoy. El goce de los sentidos y el gris sin paliativos
ResponderEliminarC'est la vie. Kisses!
ResponderEliminarHola Ana Rodríguez
ResponderEliminar¡Qué suerte tiene tu hijo! Por lo menos está lejos del ambiente plomizo que se respira por aquí. No sé si es tan gris como el Berlín dividido por el muro, porque yo empiezo a estar saturado de tanta independencia y tanto PP, y eso que no miro las noticias.
Igual, como sigamos así, recuperamos esos terminos de desviacionista y contrarrevolucionario para el lenguaje coloquial.
Un saludo
Saludos efusivos, Eduardo.
ResponderEliminarCoincidencia total. Berlín es hermoso siempre... especialmente en otoño. Aprovechemos que hoy ha salido el sol... Abrazos!
Creo que, en estas ocasión, me quedo con las tapas. Me tientan más que la literatura del realismo social.
ResponderEliminarY sí, siempre es estimulante escaparse a Berlín.
Un beso.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarBueno, bueno... como madre estoy orgullosa del legado culinario, es cierto... pero más del intelectual. Abrazos, Isabel!
ResponderEliminarHola, tiene usted un error, supongo de "tecleado",cuando escribe en el último párrafo: "para captar la como informante.¿Recordáis la película “La vida de los otros”?", como es usted profe de lengua o similar creo que es importante, aunque sea una nadería, ¿o quizás ese captar la, en vez de captarla es un catalanismo? No sé
ResponderEliminarUn saludo
pues sí, es un error de tecleado, querido Lansky... Debería decir CAPTARLA, sin lapsus.
ResponderEliminarY no soy "profe" de lengua. Aunque no me disculpe... Sucede que las prisas y mi enemistad con..
Gracias