La semana pasada(no consigo ponerme al día, tal es la saturación de la actualidad)
por alejarme (es un decir) un poco de lo nuestro, y no seguir mirando a Grecia y orientar la mirada hacia la luminosa y dulce Francia... me quedaba atónita (y más entristecida que indignada) ante la noticia de ciertas intrigas que tuvieron como resultado la derrota de Segolène Royal, en favor de un arrepentido del PSF, a quien la nueva primera dama del Elíseo acogiera clamorosamente en su twiter y bla, bla, bla....
Muchos creen que si las mujeres accediesen al poder, la cosa pública iría de otro modo. No estoy tan segura. En una lejana novela (que tiene mucho que ver con la que anda ahora en las prensas), escribí, sin duda con el fondo de lo que había visto en el patio del instituto, lo siguiente:
-Hay un momento en que
los niños empiezan a decir tonterías y se apartan de nosotras. ¿No lo
recuerdas? Yo sí, porque en Asturias iba a una escuela mixta, ya sabes, una
escuela de pueblo, "nacional", como se les llamaba. Desde pequeños
habíamos estado siempre juntos, pero a los siete u ocho años los niños
empezaron a decir tonterías y se pusieron a jugar entre ellos. Decían
verdaderas salvajadas, obscenidades casi, si se tiene en cuenta que salían de
labios infantiles, tan sonrosados y limpios como los nuestros. Cosas tales como
"todas las niñas tienen el culo gordo", "cuando se hacen grandes
les crecen tetas de vaca". ¿Lo recuerdas? Yo sí. Entonces nos damos la
vuelta, sin más. Y crecemos solas. Y nos acostumbramos a hablar en un silencio
casi perfecto y a descubrirlo todo desde allí. Prácticamente no necesitamos
nada más. Y nos sentimos bien. No creas, no hay nada raro, sólo una especie de
calma, una gran tranquilidad, inexistente en los chicos, que no son capaces de
entender el agobio de la adolescencia y siempre están sin saber qué hacer, a
punto de estallar. Créeme, esa etapa llegó a ser molesta, turbia y fea. En
ellos antes que en ellas, y de forma más violenta, ya sabes, la nuez, esa voz
ridícula que se os pone, la barba que quiere salir y no puede, pura impotencia
y a la vez signo de un combate. Hasta la manera de moverse es un puro
sobresalto. Pasé muchos ratos contemplando a los chicos del instituto porque me
encanta perder el tiempo. ¿No te ocurre nunca? Quedarte mirando algo sin saber
por qué lo haces, es decir, por qué en un momento determinado te paras
largamente ante algo. Te lo preguntas en ese mismo instante, no brota la
respuesta y, sin embargo, sigues allí clavado, sabiendo que algún día entenderás.
Los miraba, a ellos y a ellas. Ellas, al final, accedían a acercarse. Poco a
poco, condescendientes. Cada paso hacia ellos era como un abandono, porque las
chicas caían en la estridencia. Y entonces, lo que hasta el momento había sido
complicidad se torna pugna feroz. Hacia los quince años las chicas pueden
llegar a ser verdaderos lobos para las chicas. Sí, ríete de la frasecita. Es
así. Puedes quedarte sin amigas por un barbilampiño estampado de acné. Podría
contarte alguna historia. Nada personal. A mí todo eso no me afectó mucho
porque en casa era distinto. Tenía a Toni, que era mayor, y después vinisteis
vosotros. Ángeles no. Ángeles no lo soportó.
Ana, hace tiempo que no te leía y me ha encantado esta entrada, más que nada porque me ha hecho recordar tu "batir de alas", preciosa novela. Me voy a poner al día con los últimos post
ResponderEliminarLo celebro, Marta.
ResponderEliminar¿Has visto lo que pasó a posteriori con la madama?
¿Vienes a Vegadeo? Choni sabe cómo localizarme.
Está a punto de aparecer la nueva novela (muy de aquí, aunque contenga la historia de Elisa; sobre todo del padre). Besos!