viernes, 8 de junio de 2012

PERIODISMO

Hace unos días apareció en el suplemento literario de "El País", Babelia, mi crítica de la reciente novela de Pedro Sorela, autor al que he seguido desde hace años, dada la personalidad no sólo de su escritura sino de sus mundos narrativos.
              
                     
 


Reproduzco ahora la breve reseña sobre El sol como disfraz (Alfaguara, 2012, 348 páginas).

Dadas las actuales circunstancias, he leído con un interés añadido la nueva novela de Pedro Sorela, El sol como disfraz, que cuenta la refundación de un periódico centenario, La Crónica del Siglo, hasta convertirlo en uno de los referentes del periodismo moderno en la España de finales de los ochenta, con la llegada de un nuevo director, Picasso, y su osadía frente a las certezas y los credos consagrados, su independencia y su capacidad de extraer lo mejor de sus colaboradores. Tal aventura durará siete años, hasta 1995, cuando la imagen –fuese eso lo que fuese- pasa a ser el valor absoluto o “la nueva demostración de Dios”.
Sin desviarse de su personal modo de entender la novela y la escritura –cuya condición esencial es que lo que dice una palabra diga más-, en El sol como disfraz Pedro Sorela dilata más el foco y en ocasiones hasta aplica una lente de aumento para diseccionar el pequeño mundo de la redacción de un periódico y las fuerzas que lo animan y agitan, con sus convicciones, códigos, leyes no escritas, servidumbres, rivalidades o intrigas, incluida la particular circunstancia humana de los periodistas y demás personal, que también incide en todo ello.
Es estimulante y admirable la agudeza crítica de Pedro Sorela, que obliga o ayuda al lector a encarar ese mundo, con sus grandezas y sus miserias, desde perspectivas nuevas, alumbrando tanto los brillantes logros de ese nuevo periodismo como su quiebra final, corroído por el tiempo y, sobre todo, embestido por las preferencias e intereses de una sociedad entregada al espectáculo, que pivota entre la mascarada y la farsa, y regida por un pragmatismo tan obsceno como acomodaticio.
El sol como disfraz está repleta de un buen número de asertos que nos dan que pensar.

                                     

Como prueba, este pasaje que narra la llegada del joven director Picasso (que se apoda así por la peculiar y aguda condición de su mirada) al periódico y la revolución que provoca: 

Porque ese fue otro de los cambios decididos por Picasso en esa semana en la que, mientras El Marqués rebuscaba en las alcantarillas una forma de contar la ciudad, él degolló, marginó, hizo que se suicidaran marchándose por las buenas o exilió a media redacción para hacerse de verdad con el poder y comenzar a dirigir el periódico: En adelante sólo podrían firmar los redactores en plantilla. Nunca los estudiantes en prácticas ni las chicas a las que los jefes babeantes permitían firmar grandes reportajes de domingo, aunque no fuesen grandes y más bien de lunes, para ver si por ahí las persuadían de ir a comparar paradores de fin de semana. Y quedaba prohibido en adelante firmar los teletipos traducidos, el corta-y-pega de Internet, cuando llegó, y los robos a otros periódicos: había que citarlos. Parecía una tontería, pero de hecho por ahí empezó todo.
      Empezó con el despido de una redactora a la que pillaron copiando de un teletipo de agencia los datos de un muerto, y firmándolos en lugar de ir a preguntárselos a alguien.    
       La chica llamó a la puerta de un pequeño despacho que Picasso se había habilitado al lado de la Redacción, como una salita de guerra, y exhibió la sorprendida sonrisa de debe de haber un error.
-         No, no lo hay, dijo Picasso, y comenzó a explicarle por qué la despedían.
-         ¡Pero si es lo que se ha hecho siempre!
-         Justo. Es lo que vas a dejar de hacer a partir de hoy, al menos en La Crónica. El problema contigo es que no es la primera vez.
   Y Picasso le demostró a la periodista cómo todos y cada uno de sus escritos del último mes eran copias de otros, le demostró que existen fotocopiadoras de carne y hueso y ella era una. Suyos eran sólo los titulares tendenciosos, el escondite de las fuentes, como si las informaciones se las hubiese colocado bajo la almohada el ratoncito Pérez, y los adjetivos. “Que están prohibidos”, dijo Picasso con un tono profesoral y algo repelente. Tuvo compasión  y no precisó que eran adjetivos de tercera –pues los adjetivos establecen entre quienes los eligen más diferencias de clase que los títulos nobiliarios- , y estaban mal puestos. Pero se quedó ahí.
    Lo cual no impidió que la noticia de que ese profesorcillo de arte a quien le había caído en un braguetazo la dirección del periódico no tenía ni puta idea de cómo funcionaban las cosas y era, además, un fascista, recorriese la sede de La Crónica en Duque de Santás.  Apenas un poco menos rápido que lo que tardó en saberse en su día que la esposa del director se había fugado con el cronista de tribunales. Aquello fue instantáneo, como una explosión nuclear, lo que permite preguntarse si la velocidad de las noticias no dependerá de la avidez de quienes las reciben.
    Santiago G. redactor jefe de Política entró sin llamar.
-         ¿Es cierto que has despedido a una redactora por tomar datos de un teletipo? Con su corbata suelta y sus tirantes, Santiago G. ponía una cara incrédula e irónica, de periodista que ya lo ha visto todo.
    Picasso lo miró con sus ojos quietos color miel.
-         ¿No te han dicho nunca que se puede llamar a la puerta antes de entrar y además ser buen periodista?
   Santiago G., a quien se le cuadraban los políticos por su poder de director de pista de circo de hacerles aparecer o no en La Crónica, ya fuese junto a los leones, ya con los payasos, quedó tan sorprendido que Picasso aprovechó para comunicarle su propio traslado a Deportes. “Soy de los que creen que hay que hacer un poco de todo, ¿sabes?”, le dijo, un viejo argumento en la antiquísima práctica de los defenestramientos periodísticos.
    Y tuvo los modales de callarse mientras Santiago G. dimitía. Picasso aceptó y suscribió la versión política que le pedían: razones personales. Eso es lo que pasa con los periodistas especializados en políticos, en jueces y hasta en porno rosa, aunque eso ya no es periodismo: terminan por contagiarse y se comportan como sus fuentes, a veces en formato de caricatura.
    Nadie en La Crónica se llamó a engaño. Santiago G. no caía bien –por sus habanos obscenos pero sobre todo por su cargo de Redactor jefe de Política, que en un periódico suena como Ministro del Interior-, y es muy probable que él mismo comprendiese su fin como lo comprende el primer ministro que ve a su rey empequeñecer mientras lo llevan a una guillotina silueteada por el crepúsculo. Sabe que su teléfono enfermará de tristeza por el silencio, y que tendrá suerte si le permiten envejecer podando rosales.

     Lo que nadie podía imaginar era hasta dónde iba a llegar el nuevo régimen. En los días siguientes Picasso se cargó a otros dos de los cinco redactores jefe del periódico. Al de Economía, por aceptar corbatas de seda gruesa con los colores de los bancos y fines de semana en paradores. No protestó y días más tarde aceptó el cargo de Vicepresidente de Comunicaciones Exteriores de un banco, con coche oficial y sobresueldos por beneficios. El otro fue despedido con la acusación de inercia.çç
-         ¿Perdón?, preguntó Manuel R., el redactor jefe de Internacional
-         Inercia. Desidia. Conformismo. Elige lo que quieras, concedió Picasso. Con tu sección parece que el mundo no da vueltas, y si las da, siempre es por la misma ruta.
    A Manuel R. se le veía cansado pero el cansancio es el destino de los periodistas de Internacional, incluso el de los sentados, que son nueve de cada diez: el simple hecho de querer abarcar tanto ya cansa. Es posible que estuviese incluso un poco aliviado, si bien habría preferido que su final fuese de otro modo.
-         ¿Y no es así?, preguntó.
-         Quizá, dijo Picasso. Es lo que espero averiguar.
    De momento respetó al redactor jefe de Cultura y al de Deportes, Germán Cortés, un tipo que se despertaba a las cuatro de la madrugada para ver las carreras de motos de Australia.
    Se cargó en cambio a Mateo Santa Cristina, y eso también hizo sensación: Mateo era “uno de los activos del periódico”, como dijo el gerente. Se había plantado en el despacho de Picasso –para entonces ya ocupaba el grande, el presidido por la mayor galería de retratos de directores de toda la prensa de Madrid-, asustado por la osadía de esa destitución:
-         ¿Si?, preguntó Picasso. Por qué.
    Bueno, Santa Cristina era un gran periodista, explicó el gerente.
-         ¿Qué ha hecho? No había malicia y Picasso mostraba genuino interés. Quizá no se había informado bien…
    Nadie hubiese podido explicar ese valor seguro. Muchos hasta envidiaban el aspecto de Santa Cristina de haber llegado hace dos días de una guerra de la que justo la noche anterior le habían desaparecido las ojeras. No había joven redactora que no quisiera tomar café con él ni joven reportero que no quisiera ser como él… y no se sabía por qué. Nadie hubiese podido citar una crónica suya, ni una decisión, ni siquiera un pie de foto ingenioso que hubiese escrito. Tenía un puñado de amigos noticiables –actrices, deportistas, directores célebres, viejos políticos-, pero son ingenuos los periodistas que creen que porque les invitan a percebes y les dan palmaditas en la espalda tienen amigos. Los que tienen amigos son los periódicos.
    De todas formas sus escritos sobre sus amigos estaban tan trufados de incienso que apenas pesaban y tenían dificultades para sostener la foto.
-         Es un globo, zanjó Picasso, sin tiempo que perder. Y le dio a elegir entre trabajar en los archivos o recibir una indemnización.

4 comentarios:

  1. No conozco al autor, ero me ha parecido que tiene una prosa muy ágil y actual. Me quedo con su nombre.
    Besos.

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  2. Un Picasso para cada cabecera necesita el país, o el mundo entero. La cosa de los medios de comunicación no tiene remedio. Al menos los convencionales. No sabes bien hasta qué punto han llegado en falta de profesionalidad, adocenamiento, ausencia total de criterio ético, resignación... desde el primer nivel directivo hasta el último becario, que a los dos días ya ve de que va la historia y se adapta al medio, a la mediocridad.

    No contrastan, manipulan, copian a pies juntillas lo que les envían los gabinetes de prensa, no salen a la calle, google es su única fuente...

    Si lee este comentario algun periodista me va a escupir, pero por mi experiencia, con honrosas excepciones, los periodistas locales, y los que se han liado la manta a la cabeza con proyectos alternativoss en la red, son los que se salvan de la quema.

    En su descargo diré que un periodista (atención, porque son licenciados) puede cobrar por jornadas leoninas, haciendo de todo, fotos, videos, redacccion, maquetacion, etc... poco más de 1000 euros al mes

    ¿Sabes cuántos grados universitarios relacionados con los medios de comunicación se ofrecen actualmente en España? Al rededor de los 500. Me da en la nariz que de ahí van a salir pocos Picassos.

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  3. Isabel, Sorela es escritor muy singular, ajeno a "tendencias" o líneas ortodoxas.
    Hablador, totalmente de acuerdo contigo. Bastaría un buen curso intensivo sobre la España larriana yy el modo en que él la abordó, testimonió, enjuició, etc. Gracias y besos!

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  4. Sorela, antiguo profesor de mis primeros años de facultad, de esos que dejan huella y el que más me ha marcado en la profesión, más que nada porque, a pesar de mis primeras reticencias, te enseñaba a hacer periodismo de verdad. Buena entrada Ana

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