Reproduzco ahora la breve reseña sobre El sol como disfraz (Alfaguara, 2012, 348
páginas).
Dadas las
actuales circunstancias, he leído con un interés añadido la nueva novela de
Pedro Sorela, El sol como disfraz,
que cuenta la refundación de un periódico centenario, La
Crónica del Siglo,
hasta convertirlo en uno de los referentes del periodismo moderno en la España de finales de los
ochenta, con la llegada de un nuevo director, Picasso, y su osadía frente a las certezas y los credos
consagrados, su independencia y su capacidad de extraer lo mejor de sus
colaboradores. Tal aventura durará siete años, hasta 1995, cuando la imagen –fuese eso lo que fuese- pasa
a ser el valor absoluto o “la nueva demostración de Dios”.
Sin desviarse de
su personal modo de entender la novela y la escritura –cuya condición esencial
es que lo que dice una palabra diga más-, en
El sol como disfraz Pedro Sorela dilata más el foco y en ocasiones hasta
aplica una lente de aumento para diseccionar el pequeño mundo de la redacción
de un periódico y las fuerzas que lo animan y agitan, con sus convicciones,
códigos, leyes no escritas, servidumbres, rivalidades o intrigas, incluida la
particular circunstancia humana de los periodistas y demás personal, que
también incide en todo ello.
Es estimulante y
admirable la agudeza crítica de Pedro Sorela, que obliga o ayuda al lector a
encarar ese mundo, con sus grandezas y sus miserias, desde perspectivas nuevas,
alumbrando tanto los brillantes logros de ese nuevo periodismo como su quiebra
final, corroído por el tiempo y, sobre todo, embestido por las preferencias e
intereses de una sociedad entregada al espectáculo, que pivota entre la
mascarada y la farsa, y regida por un pragmatismo tan obsceno como
acomodaticio.
El sol como disfraz está repleta de un
buen número de asertos que nos dan que pensar.
Como prueba, este pasaje que narra la llegada del joven director Picasso (que se apoda así por la peculiar y aguda condición de su mirada) al periódico y la revolución que provoca:
Porque ese fue otro de los
cambios decididos por Picasso en esa
semana en la que, mientras El Marqués rebuscaba
en las alcantarillas una forma de contar la ciudad, él degolló, marginó, hizo
que se suicidaran marchándose por las buenas o exilió a media redacción para
hacerse de verdad con el poder y comenzar a dirigir el periódico: En adelante
sólo podrían firmar los redactores en plantilla. Nunca los estudiantes en
prácticas ni las chicas a las que los jefes babeantes permitían firmar grandes
reportajes de domingo, aunque no fuesen grandes y más bien de lunes, para ver
si por ahí las persuadían de ir a comparar paradores de fin de semana. Y
quedaba prohibido en adelante firmar los teletipos traducidos, el corta-y-pega
de Internet, cuando llegó, y los robos a otros periódicos: había que citarlos.
Parecía una tontería, pero de hecho por ahí empezó todo.
Empezó con el despido de una redactora a
la que pillaron copiando de un teletipo de agencia los datos de un muerto, y
firmándolos en lugar de ir a preguntárselos a alguien.
La chica llamó a la puerta de un pequeño
despacho que Picasso se había
habilitado al lado de la
Redacción, como una salita de guerra, y exhibió la
sorprendida sonrisa de debe de haber un
error.
-
No, no lo hay, dijo Picasso,
y comenzó a explicarle por qué la despedían.
-
¡Pero si es lo que se ha hecho siempre!
-
Justo. Es lo que vas a dejar de hacer a partir de hoy, al
menos en La Crónica. El
problema contigo es que no es la primera vez.
Y Picasso
le demostró a la periodista cómo todos y cada uno de sus escritos del
último mes eran copias de otros, le demostró que existen fotocopiadoras de
carne y hueso y ella era una. Suyos eran sólo los titulares tendenciosos, el
escondite de las fuentes, como si las informaciones se las hubiese colocado
bajo la almohada el ratoncito Pérez, y los adjetivos. “Que están prohibidos”,
dijo Picasso con un tono profesoral y
algo repelente. Tuvo compasión y no
precisó que eran adjetivos de tercera –pues los adjetivos establecen entre
quienes los eligen más diferencias de clase que los títulos nobiliarios- , y
estaban mal puestos. Pero se quedó ahí.
Lo cual no impidió que la noticia de que
ese profesorcillo de arte a quien le había caído en un braguetazo la dirección
del periódico no tenía ni puta idea de cómo funcionaban las cosas y era,
además, un fascista, recorriese la sede de La
Crónica en
Duque de Santás. Apenas un poco menos
rápido que lo que tardó en saberse en su día que la esposa del director se
había fugado con el cronista de tribunales. Aquello fue instantáneo, como una
explosión nuclear, lo que permite preguntarse si la velocidad de las noticias
no dependerá de la avidez de quienes las reciben.
Santiago G. redactor jefe de Política entró
sin llamar.
-
¿Es cierto que has despedido a una redactora por tomar datos
de un teletipo? Con su corbata suelta y sus tirantes, Santiago G. ponía una
cara incrédula e irónica, de periodista que ya lo ha visto todo.
Picasso
lo miró con sus ojos quietos color miel.
-
¿No te han dicho nunca que se puede llamar a la puerta antes
de entrar y además ser buen periodista?
Santiago G., a quien se le cuadraban los
políticos por su poder de director de pista de circo de hacerles aparecer o no
en La Crónica,
ya fuese junto a los leones, ya con los payasos, quedó tan sorprendido que Picasso aprovechó para comunicarle su
propio traslado a Deportes. “Soy de los que creen que hay que hacer un poco de
todo, ¿sabes?”, le dijo, un viejo argumento en la antiquísima práctica de los
defenestramientos periodísticos.
Y
tuvo los modales de callarse mientras Santiago G. dimitía. Picasso aceptó y suscribió la versión política que le pedían:
razones personales. Eso es lo que pasa con los periodistas especializados en
políticos, en jueces y hasta en porno rosa, aunque eso ya no es periodismo:
terminan por contagiarse y se comportan como sus fuentes, a veces en formato de
caricatura.
Nadie en La
Crónica se
llamó a engaño. Santiago G. no caía bien –por sus habanos obscenos pero sobre
todo por su cargo de Redactor jefe de Política, que en un periódico suena como
Ministro del Interior-, y es muy probable que él mismo comprendiese su fin como
lo comprende el primer ministro que ve a su rey empequeñecer mientras lo llevan
a una guillotina silueteada por el crepúsculo. Sabe que su teléfono enfermará
de tristeza por el silencio, y que tendrá suerte si le permiten envejecer
podando rosales.
Lo que nadie podía imaginar era hasta
dónde iba a llegar el nuevo régimen. En los días siguientes Picasso se cargó a otros dos de los cinco
redactores jefe del periódico. Al de Economía, por aceptar corbatas de seda
gruesa con los colores de los bancos y fines de semana en paradores. No
protestó y días más tarde aceptó el cargo de Vicepresidente de Comunicaciones
Exteriores de un banco, con coche oficial y sobresueldos por beneficios. El
otro fue despedido con la acusación de inercia.çç
-
¿Perdón?, preguntó Manuel R., el redactor jefe de
Internacional
-
Inercia. Desidia. Conformismo. Elige lo que quieras, concedió
Picasso. Con tu sección parece que el
mundo no da vueltas, y si las da, siempre es por la misma ruta.
A Manuel R. se le veía cansado pero el
cansancio es el destino de los periodistas de Internacional, incluso el de los
sentados, que son nueve de cada diez: el simple hecho de querer abarcar tanto
ya cansa. Es posible que estuviese incluso un poco aliviado, si bien habría
preferido que su final fuese de otro modo.
-
¿Y no es así?, preguntó.
-
Quizá, dijo Picasso.
Es lo que espero averiguar.
De momento respetó al redactor jefe de Cultura
y al de Deportes, Germán Cortés, un tipo que se despertaba a las cuatro de la
madrugada para ver las carreras de motos de Australia.
Se cargó en cambio a Mateo Santa Cristina,
y eso también hizo sensación: Mateo era “uno de los activos del periódico”,
como dijo el gerente. Se había plantado en el despacho de Picasso –para entonces ya ocupaba el grande, el presidido por la
mayor galería de retratos de directores de toda la prensa de Madrid-, asustado
por la osadía de esa destitución:
-
¿Si?, preguntó Picasso.
Por qué.
Bueno, Santa Cristina era un gran
periodista, explicó el gerente.
-
¿Qué ha hecho? No había malicia y Picasso mostraba genuino interés. Quizá no se había informado bien…
Nadie hubiese podido explicar ese valor seguro. Muchos hasta envidiaban el
aspecto de Santa Cristina de haber llegado hace dos días de una guerra de la
que justo la noche anterior le habían desaparecido las ojeras. No había joven
redactora que no quisiera tomar café con él ni joven reportero que no quisiera
ser como él… y no se sabía por qué. Nadie hubiese podido citar una crónica
suya, ni una decisión, ni siquiera un pie de foto ingenioso que hubiese
escrito. Tenía un puñado de amigos noticiables –actrices, deportistas,
directores célebres, viejos políticos-, pero son ingenuos los periodistas que
creen que porque les invitan a percebes y les dan palmaditas en la espalda
tienen amigos. Los que tienen amigos son los periódicos.
De todas formas sus escritos sobre sus
amigos estaban tan trufados de incienso que apenas pesaban y tenían
dificultades para sostener la foto.
-
Es un globo, zanjó Picasso,
sin tiempo que perder. Y le dio a elegir entre trabajar en los archivos o
recibir una indemnización.
No conozco al autor, ero me ha parecido que tiene una prosa muy ágil y actual. Me quedo con su nombre.
ResponderEliminarBesos.
Un Picasso para cada cabecera necesita el país, o el mundo entero. La cosa de los medios de comunicación no tiene remedio. Al menos los convencionales. No sabes bien hasta qué punto han llegado en falta de profesionalidad, adocenamiento, ausencia total de criterio ético, resignación... desde el primer nivel directivo hasta el último becario, que a los dos días ya ve de que va la historia y se adapta al medio, a la mediocridad.
ResponderEliminarNo contrastan, manipulan, copian a pies juntillas lo que les envían los gabinetes de prensa, no salen a la calle, google es su única fuente...
Si lee este comentario algun periodista me va a escupir, pero por mi experiencia, con honrosas excepciones, los periodistas locales, y los que se han liado la manta a la cabeza con proyectos alternativoss en la red, son los que se salvan de la quema.
En su descargo diré que un periodista (atención, porque son licenciados) puede cobrar por jornadas leoninas, haciendo de todo, fotos, videos, redacccion, maquetacion, etc... poco más de 1000 euros al mes
¿Sabes cuántos grados universitarios relacionados con los medios de comunicación se ofrecen actualmente en España? Al rededor de los 500. Me da en la nariz que de ahí van a salir pocos Picassos.
Isabel, Sorela es escritor muy singular, ajeno a "tendencias" o líneas ortodoxas.
ResponderEliminarHablador, totalmente de acuerdo contigo. Bastaría un buen curso intensivo sobre la España larriana yy el modo en que él la abordó, testimonió, enjuició, etc. Gracias y besos!
Sorela, antiguo profesor de mis primeros años de facultad, de esos que dejan huella y el que más me ha marcado en la profesión, más que nada porque, a pesar de mis primeras reticencias, te enseñaba a hacer periodismo de verdad. Buena entrada Ana
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