jueves, 31 de diciembre de 2009

2010



Un brindis con mis mejores deseos para todos y por un Venturoso 2010.







sábado, 26 de diciembre de 2009

NAVIDAD: MILLONES



No es que tenga un especial aprecio al dinero pero...
Sucede que mi reciéninaugurado slogan de que cada año soy más rica (por aquello de que mis hijos crecen y... un año menos que tirar de ellos es toda una feliz perspectiva), con el paso del tiempo va ensombreciéndose.

Así que juego a la lotería. ¡Qué remedio!





Más si es nuestra secretaria -Adela- quien se encarga del asunto.
Y héte aquí que nos han tocado 120 euritos por décimo.
Es decir: a mí sólo 120 euritos porque jugué unsolo décimo, que era lo mínimo.





Pero menos es nada. Hay que conformarse.
Mayormente yo, dado que los beneficiados serán mis hijos. No es que a ellos 60 euritos por cápita les redima de nada, pero les supondrá una grata sorpresa, que se dice.

Por lo demás, y ya instalada en la nostalgia...
Recuerdo cuándo ellos me instaban a que me presentase a uno de esos concursos televisivos de acertijos o pasapalabras, siendo yo tan sabia y, sobre todo, a partir del momento en que un alumno en activo (Luis García, creo que se llamaba) había ganado alsí como 60.ooo EUROS (que no euritos).
Por cierto, unos cuantos (sus compañeros de curso y demás) aún esperan las prometidas botellas de cava con que iba a celebrar el "success".

Bien, tengo la fidelidad de Daniela (otra ex-alumna), que en su día me mandó este vídeo que compartí con otros próximos y que hoy (a petición implorante) lo rescata para compartirlo con todos....





Y salud, prosperidad y VENTURA... en el ¿Año Nuevo?

domingo, 20 de diciembre de 2009

CASAVELLA FOREVER

Acaba de publicarse Elevación, elegancia y entusiasmo (Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores), mil páginas que reúnen las muy diversas colaboraciones de Francis Casavella en la prensa y que tratan sobre literatura, música, cine... y mil cosas más de las que hablaré profusamente (es lo menos) en una próxima entrada de Cuadernos Hispanoamericanos, dado que... ciertos manjares exigen reposo y digestiones lentas y tiempo, cierto tiempo.
(Así que, de momento, no puedo prodigarme mucho, pero puedo avisar)





Voy leyendo esas piezas muy lentamente, con verdadera devoción, repleta de asombro ; y conmovida y triste, a qué negarlo.
Pues pese a que recordaba bien la impresión, el juicio y las sensaciones que esas líneas me habían provocado, una cosa era leerlas puntualmente cuando aparecían -espaciadas en el tiempo, dosificadas-, y otra muy distinta es tenerlas reunidas en este tomo inmenso, repleto de (lecciones de) literatura y vida.

Hay una constante construcción teórica en torno a casi todos los apectos de la literatura que, a propósito de la lectura comentada, le van surgiendo al autor. Y aquí a unos cuantos les convendría tomar nota, igual que lo he ido haciendo yo, a qué engañarnos.

Pero ahora se trata de aligerar e invitar a esa lectura prodigiosa que revela una mirada lúcida, irreverente (¡ojo! no confundir con las fáciles y habituales boutades de los niños bonitos o mimados a quienes les hicieron sentirse como dioses), pletórica, oxigenante ...
¡Uy! Que me despeño por los adjetivos. Corto y cambio.

Se trata de invitar a leer Elevación, elegancia y entusiasmo, los Artículos, Reseñas y Ensayos que Casavella escribió entre 1984 y 2008.






Entre ellos, hay uno desternillante, titulado "Festiva resurrección", que va de lo siguiente.
La condición de inmortales de Shakespeare y Cervantes (que murieron ambos el 23 de abril de 1616, como todo el mundo sabe) les permite resucitar esa jornada en la Barcelona del 2000.





Omito el marco inicial, o de cuando ambos genios salen de su garito y, tras reconocerse como colegas y hermanos, "se internan en la vorágine del concurrido punto de la ciudad donde han ido a parar, famoso por sus flores, sus loros, su arquitecto Bohigas, sus putas y sus hinchas de fútbol". Omito la amplia descripción de aquel escenario y el relato de cómo, por problemas varios y dado el pintoresquismo de ambos genios, a los dos los fichan para ir a firmar a un caseto y se dejan hacer. A fin de cuentas están contentos: Shakespeare no ve a Marlowe entre los más vendidos, y, por su parte, Cervantes se complace en saber que Lope tampoco figura en esa lista.
¡Bravo!

Así que....





el Distribuidor deposita al Bardo Glorioso en una mesa junto a un individuo delgado con gafas y pañuelo al cuello que después de darle la mano de perfil y mirarle con cara de asco sigue firmando ejemplares de su última creación. Frente a él se extiende una cola de muchísimas personas instruídas. [...] Una señora pasa junto a Shakespeare y tras estudiarle un buen rato pregunta por el precio de la mesa. El escritor del pañuelo al cuello se parte de risa, mientras su bolígrafo viaja y se aventura de un libro a otro y garrapatea dedicatorias muy ingeniosas. Por fin, y por caridad cristiana, le pregunta al solitario, taciturno, pero Dulce Cisne del Río Avon, si ha estado alguna vez en una guerra, bajo el fuego, con tres cojones. Shakespeare le dice que no, y que ni ganas. Pero ha escrito sobre ellas y una batalla que se celebraba el día de San Crispín y San Crispiniano le salió bastante bien. El escritor del pañuelo, sin dejar de firmar y agradecer, le llama cursi y le dice: "En mi pueblo, a los payasos como tú les llamamos cursis. Y yo me cago en los escritores cursis". Para que el enérgico literato vea que no es tan cursi, Shakespeare le cuenta el argumento de Tito Andrónico, pero aclara que lo escribió en su juventud. "No te jode, la juventud.... -replica el escritor-. Canibalismo, sexo, violencia y ni os habéis asomado a la ventana. Si seguro que te mareas con un botellín, ¡mariquita!

(Francis Casavella: Elevación, elegancia y entusiasmo. Galaxia Gutemberg, 2009, p. 248)

Muy serios, sesudos y contundentes son los textos que tratan sobre el XVIII, ese siglo cuyas luces y sombras Casavella nos devuelve en Lo que sé de los vampiros (Premio Nadal).

Y aunque yo había leído a Casavella desde 1990, cuando triunfó a la primera, lo cierto es que en mi dilatada, si bien irregular, trayectoria crítica no me había tocado en suerte ocuparme de ninguna de sus novelas, pero héte aquí que....
¡Diana!





Reproduzco la reseña (especialmente rescatada para mis alumnos de Narrativa del XX) y de Ilustración, que apareció en la revista "Letras Libres", en mayo de 2008, y que me mereció el aprecio de Casavella. Y muchos e.mails y un par de horas verdaderas en el Café L'Aribau.



PEQUEÑAS RAZONES Y GRANDES AZARES (0 VICEVERSA)


“Sólo hay pequeñas razones y grandes azares. O viceversa. Pero no hay un solo Azar como no hay una sola Razón”, le escribe el caballero Welldone a Martin de Viloalle en carta fechada el 15 de octubre de 1781, que puede considerarse el testamento espiritual del viejo maestro para quien fue su joven colaborador y compañero de andanzas por un buen número de pequeñas cortes europeas a lo largo de una década. Unas pocas líneas más abajo, Welldone formulará la “Ley del Vampiro”: “El hombre se enmascara para no avergonzarse del mismo azar de ser hombre, de su mínima importancia, de que sólo es deudor de la nada. Por ello se traiciona a sí mismo. Bebe la sangre de los antiguos, no para alimentarse, sino para reafirmarse y reconfortarse en su idea de hombre según convenga. Y esa conveniencia hace que el hombre se vuelva vampiro. Y si el hombre no sabe a ciencia cierta de su pasado, si lo ha corrompido engañándose, ¿cómo aprenderá de sus lecciones?, ¿cómo razonará su presente?, ¿cómo aventurará su futuro? […] seguirá perdido en el Tiempo y en el Espacio. Ése es el cómico y trágico equilibrio del mundo. Días con sus noches. Hombres con sus vampiros. Lo imprevisto, inevitable”.


Cito con generosidad para que el lector advierta de entrada cuál de entre sus muchas cualidades excepcionales es el rasgo más poderoso y destacado de Lo que sé de los vampiros, novela en la que Francisco Casavella nos pasea por la segunda mitad del siglo XVIII, desde finales de 1757 (con un soberbio cuadro inicial de sendos episodios de la Guerra de los Siete Años: la batalla de Leuthen y la falsa batalla de Neisse) hasta el estallido de la Revolución Francesa y su vertiginoso y alucinado desarrollo, más un breve epílogo situado veinte años después en el Nuevo Mundo.

Excelente es, sin duda, el relato de la historia, tanto cuando el autor enfoca los grandes acontecimientos y se detiene en sus figuras más destacadas –Federico de Prusia, Voltaire, Mirabeau, la Pompadour, Cagliostro o la Corte Papal, por poner ejemplos que contrasten-, como cuando reconstruye una época que tuvo sus luces y sus sombras, revive la intrahistoria –la vida de la pequeña nobleza gallega o el día a día de un novicio en un convento jesuita, los ritos eróticos o litúrgicos, las creencias y supersticiones, las maneras de viajar, la petulancia de los peluqueros, las poses de coquetas y petimetres, las lecturas à la mode, la proliferación de panfletos, proclamas y libelos-, o, con breve y certero trazo, recorta un detalle que sugiere toda una atmósfera: “el fragoroso tableteo de las velas parduscas filtra la luz y alarga las sombras en aguada de sepia y sanguina”; “el cierzo ventila los olores de aguas estancadas, mientras hace caer con golpes sordos sobre hierba y losa las naranjas que Rosella no recoge”; “El cuero del guante brilla con presagio de espeluzne”.


He vuelto a citar para reafirmarme en lo que iba a escribir antes: el rasgo más poderoso y sobresaliente de Lo que sé de los vampiros no es la historia que se cuenta (en sí misma, excelente) sino el modo de contarla: su impecable y riquísima factura literaria. Quien haya recorrido la historia, el pensamiento y la literatura del XVIII advierte de inmediato la prodigiosa labor de síntesis que ha realizado Casavella, el peculiar tamiz por el que se ha ido cribando y acrisolando la compleja y aun contradictoria pluralidad de aquella época, la construcción de una singular voz narrativa preñada de resonancias, sí, pero sin quedarse en el fácil remedo del pastiche. Porque si bien es cierto que en el arranque de la novela encontramos al narrador-gobernador característico de aquellas letras, con una explítica presencia en el texto para conducir la acción y guiar al lector, enseguida va desapareciendo y la voz narrativa es pura aleación de voces. Destacable es igualmente la recuperación actualizada (insisto: no hay imitación ni remedo; hay reescritura) de diversas formas o modalidades literarias que se combinan y alternan, así como el empleo de materiales representativos de aquel siglo -el discurso ensayístico, la epístola, la farsa, el idilio pastoril, la novela galante y/o erótica, la crónica de viaje, la estampa de costumbres…-, además de la ironía y el humor a lo Sterne. Y desde luego, debe destacarse la creación de dos personajes soberbios, tan nutridos de Literatura como de Historia y Vida. Dos personajes que son ante todo dos miradas, singulares y genuinas cada una de ellas y a la vez complementarias, pues es el doble punto de vista desde el que se muestra la historia lo que la enriquece y le da profundidad y perspectiva: faz y envés, luz y sombra.


Al joven Martín de Viloalle, un segundón de la nobleza que se ve obligado a seguir carrera eclesiástica en los jesuitas, lo embiste de lleno la Historia cuando está a punto de ser ordenado novicio y, aun pudiendo evitarlo, decide unir su destino al de los expulsos, embarcándose hacia Italia, en la esperanza de encontrar a su hermano mayor Gonzalo –huido años antes de la casa familiar para evitar la vida de “hastío y molicie” del mayorazgo-, a quien por entonces los rumores situaban en Roma. Nunca lo encontrará, aunque en su rodar y rodar por Europa a Martín irán llegándole noticias confusas.


Hasta aquí lo universal que inaugura la modernidad: la persecución, el destierro, la errabundia.


Pero lo singular del personaje es su temprana pasión por el dibujo desde el día en que llegaron a su casa unos artistas para pintar el retrato familiar, ocasión en que el niño descubre además la anterior existencia de un hermano idéntico a él y fallecido después –Felipe-, lo que le permite a Casavella trabajar en su novela con un fabuloso elemento: el doble. Y de paso insertar interesantes reflexiones estéticas a propósito del arte de la caricatura, aplicables asimismo a la escritura. Luego, cuando Martin descubre a un tonto o idiota hijo bastardo de su padre, el dualismo se refuerza y polariza: Bien-Mal, Sublime-Grotesco, Belleza-Deformidad. Y así, ya lanzado al mundo, en la romana Piazza España, Martín sobrevivirá dedicándose a dibujar caricaturas para los nobles turistas ingleses embarcados en el Gran Tour firmando Martino da Villa, o bien haciéndolo a través de su desdoble Phillippo, dibujante burlesco al que sólo accede la clientela romana. Es en este punto cuando entra en escena el caballero Welldone –literalmente, Benefactor-, última mutación de un Hombre Nuevo de estirpe clásica que, a lo largo del siglo, vivirá la euforia de la utopía racionalista encarnado en filósofo práctico hasta el declive grotesco de lo que fue sueño de la razón que ya sólo es capaz de engendrar monstruos. Y así la Historia deviene mojiganga (donde los guiños valleinclanescos de Casavella se acentúan).


Esta pareja, como adivinará el lector, la forja el novelista a partir del binomio puer-senex característico de la literatura didáctica, pero sobre todo lo hace desde el legado de nuestra picaresca –pícaros y vagabundos son deformaciones o contrafiguras del primitivo peregrino espiritual- y desde el modelo cervantino, sobre todo en lo que la peripecia de Welldone tiene de locura reveladora de la profunda escisión entre realidad y ensueño.


Por desgracia, sólo puedo aquí apuntar el eje vertebrador de Lo que sé de los vampiros, novela de aventuras y novela de aprendizaje y formación que tiene un trenzado mucho más amplio y un fondo muy profundo y es por ello tan entretenida como aleccionadora (otro rasgo muy de época), pues más allá de los gestos y las palabras, aprendemos a mirar el fondo de la Historia. Apenas puedo ahora señalar las múltiples direcciones de la novela y subrayar de nuevo su excelente factura literaria que prueba, de forma contundente, la talla de Francisco Casavella como un escritor cuyo registro va mucho más allá del consignado en la etiqueta de muy cortas miras que le habían pegado (digamos, para entendernos, el de joven escritor postmoderno que trata de cierto sector de la Barcelona lumpen o marginal).


Y sin embargo, este “nuevo” Casavella sigue siendo el de siempre: el escritor que pasea su mirada lúcida e irreverente sobre la realidad y señala sus lacras y deformidades, el sucedáneo y la impostura, la frívola erudición violeta, la farsa y el simulacro, la cosmética, la mentira, los abusos, la inmoralidad, la corrupción, la violencia, “la deforme rueda de lo arbitrario”: la doble cara de “una época que se dice ilustrada y se quiere absolutista”.


Bien, admitamos que todo esto es mucho, pero, además, quiero avisaros de que estas Navidades voy a releerme la trilogía del Watusi, que se ha reeditado también ahora en Destino y en un solo volumen, como Casavella quería.





Mientras tanto me despido con su "Good night and good luck!".



domingo, 13 de diciembre de 2009

MACHADO: ADDENDA

Voy recorriendo lentamente las entradas machadianas y recuerdo...

E intento comprender porqué no hice una entrada más personal, dejándome de según qué pruritos.

A fin de cuentas, en su día, elegí medio verso machadiano para titular un libro: De mar a mar, que reunía la correspondencia de la jovencísima Ana María Moix y la senior Rosa Chacel (aún en el exilio, en 1967, cuando empezó aquel torrencial coloquio), imponiéndome al deseo de Ana María, que quería que titulase aquel epistolario (¡nada menos!) como "Amor y pedagogía" (con cierta razón, pues mucho de todo eso había en esos cientos de páginas, pero....).

Voy recordando y sé (ahora, al cabo del tiempo: poco, cronológicamente, pero mucho en intensidad) porqué mis "defensas" emocionales eludieron tal posibilidad.

Y es que, a pesar de la premura y del espanto y del dolor con que sobrevino la muerte de mi padre (y de la repugnancia que me producía saber que esos versos formaban parte del ciclo de "Guiomar"), lo cierto es que un 31 de agosto de 2003 (un verano en el que no se conseguía un puto ventilador en toda España) elegí, para el recordatorio de mi padre estos versos de Antonio Machado:

Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Selor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.


MACHADO: REVIVAL

“El Emplazado” es uno de esos falsos títulos románticos que detesto.
Y sin embargo, en aras de la verdad (o por moor de la verdad, que dirían algunos falsos románticos) me siento emplazada, por un romántico romántico -El Pobrecito Hablador-, y por un postmoderno -Eastriver-, a hablar de…

los “CAMINOS DE COLOR VIOLETA” y de “UNA LUZ DE ORO PÁLIDO, UNA LUZ DE SUEÑO”.







Es decir que puntearé algunas notas sobre quienes estuvieron EN SORIA, CON ANTONIO MACHADO (aprovechando una comunicación inédita leída en un reciente Homenaje (2007), cuyas Actas no se publicarán, por aquello de la Krisis y otras Koyunturas).

Bueno, tampoco soy excesivamente tonta como para darlo todo aquí, gratis et amore (y no a causa de los amigos y devotos, no......) de modo que sólo pulsaré una o dos notas de las múltiples posibles.






Que los entrecomillados paisajísticos que encabezan estas líneas se refieren a las tierras de Soria, a todos nosotros nos resulta tan cierto como que (posiblemente) vengan firmadas por Antonio Machado, el poeta que tuvo patria donde corre el Duero y al que le corresponde el nada desdeñable mérito de que “Soria, aislada, pobre, con su clima duro y a trasmano de las rutas importantes, haya llegado a ser imagen familiar para los hombres de lectura”, porque en 1907 Antonio Machado “vino a ella en los años de su primera madurez, amó, sufrió y encontró en sus paisajes el tema conveniente a su talante espiritual”.

Son las palabras con que Dionisio Ridruejo abre este tramo de su guía sobre Castilla la Vieja, afirmando acto seguido que “hoy se habla de la Soria de Machado más que de la Soria numantina” (otro mérito no menor, este desplazamiento de uno de los mitos nacionales más poderosos), y explicándonos que “si Soria es, sobre todo, la de Machado ello no sucede sólo por la mayor genialidad de nuestro poeta preferido, sino porque el sujeto se ajustaba bien a la óptica del contemplador, que era la dominante en un tiempo de crisis y esperanza” (Castilla la Vieja. Soria. Barcelona, Destino (“dl, 130”), 1974, p. 7.)







El criticismo progresista (o el patriotismo crítico) del hombre Antonio Machado le llevará a convertir a Soria en el paradigma extremo de la España menoscabada, sumergida bajo un pasado altisonante y debatiéndose por romper “hacia la vida” con la pesadumbre de sus tierras desnudas y de su resignación, tan mineral como la entraña de los páramos.

Por otra parte, su intimismo de raíz idealista le llevará a una contemplación estética de signo existencial cuando la pena de amor y muerte exacerba o alquitara aquel paisaje, vaciándolo.







Conocemos el proceso: sabemos cuánto le debe a Soria el hombre Antonio Machado y lo que el poeta anhelante de una radical depuración de su voz lírica debe a aquellas tierras desnudas que pronto serán el paisaje subjetivable por excelencia: su paisaje-alma. Lo que quiero apuntar hoy son las consecuencias de esa simbiosis, tan fraternal como fecunda, de la que brotó una larga estela de viajeros-caminantes que al andar por aquí, como el poeta, gustaron de proyectar su sombra de paseantes contemplativos o simples merodeadores, pero lo hicieron con mirada y voz machadianas.
Porque el entendimiento (y la expresión poética) de un paisaje visto en la contemplación repetida e insistente del que pasa y vuelve a pasar, “del que llega a ver las cosas incorporadas a su visor” (OROZCO, Emilio, Paisaje y sentimiento de la naturaleza en la poesía española, Madrid, Ediciones del Centro, 1974, p. 209) y lo expresa de manera “tan densa, tan orgánica en su forma” (FRANK, WALDO, España virgen., p. 206.) como había hecho Antonio Machado, dejó a los demás viajeros inermes (mudos), sabedores de que aquella otra voz había alcanzado su máxima vibración: la autenticidad.






Lo explicó hace ya algunos años Julián Marías:

"Machado se acerca a las cosas y apenas las toca. No las viste, no las recubre de recursos retóricos; simplemente nos las señala, con un gesto tímido y sorprendido, que subraya su emoción o su belleza. Es poca cosa, pero esencial: porque ese gesto mínimo e indeciso, apenas esbozado, hace entrar a la cosa en el área de la vida del poeta –y por contagio simpático en la nuestra- y la deja dar sus más propias reverberaciones, la carga de alusiones a posibles actos vitales, apenas insinuados, que le confieren una densa virtualidad poética. Las cosas están presentes en la poesía de Machado, pero no como meras cosas, sino como realidades vividas, cubiertas por una pátina humana, como la “verdinosa piedra” de sus fuentes o de sus viejos bancos de las plazas. De ahí que el poeta, gracias a su misma sobriedad, no lo dé todo hecho al lector, no le dé una interpretación conclusa y sólo suya de los objetos poéticos, sino que se limita a ponerlos en el escorzo más favorable y es el lector el que, llevado de su mano “realiza” su propia interpretación poética de unos objetos que conservan así perenne frescura y un trasfondo de intactas posibilidades”
( “Antonio Machado y su interpretación poética de las cosas”, en Aquí y ahora, Buenos Aires, Espasa-Calpe Argentina (“Austral, 1206”), 1954, p.119).









Es lo máximo que un poeta puede desear; “que sus palabras realicen las cosas; que las cosas no puedan ya ser sin sus palabras”, como expuso Dionisio Ridruejo, quien muy a menudo sigue a Machado, aunque también discrepa de él en algunas apreciaciones.







Bien, podría seguir aportando testimonios de viajeros ilustres e ilustrados que fueron a Soria y hablaron de aquellos caminos de color violeta y una luz de oro pálido, con paleta y moldes machadianos, pero no se trata de facilitarles la labor a los alumnos aventajados (que los hay, aunque no sean, precisamente, los que se declaran devotos de este Blog, sino... loslistillos desdeñosos).
Pero también podría seguir aduciendo testimonios de aquellos que contaron que… cuando Machado y Leonor abandonaron Soria en su viaje de luna de miel… los chiquillos les apedrearon.
Lo recuerda una joven María Zambrano en sus palabras del regreso, de las que ya hablé aquí.
También en este libro habla María Zambrano de la estrecha relación que unió a su padre, don Blas Zambrano, y al poeta.

Pues eso: a leer, para saber.
Sin rizar el rizo, eso no.
¡Uf!

jueves, 10 de diciembre de 2009

DE MOSTRADOR EN MOSTRADOR

Últimamente, he ido de mostrador en mostrador (por aquello de los médicos y análisis y demás).
(Y no os cuento las peripecias porque: o las contextualizo y relato con profusión de detalles ... o mi reputación quedaría maltrecha).

Iba de mostrador en mostrador y al ver a aquellas chicas o mujeres que me atendían: a mí, cara a cara; al teléfono, mediante el aparatito que llevaban hincado en la oreja; y a la pantalla del ordenador...

... recordé a los románticos y su proverbial profilaxis: sus advertencias sobre el crecimiento de lo racional e instrumental (ayudada por el ensayo de Safransky, que sigo recomendando, entre otras cosas porque es una buena síntesis y porque ya no se encuentran en "el mercado" los clásicos de Schenk, Bowra, Abrams, Béguin, Berlin, Bowra y demás... Están en la Bibliografía, recuerdo).







Total, que iba yo de mostrador en mostrador y... recordando los asuntos pendientes...

Por ejemplo, retorcerle el cuello a la edición de Si te dicen que caí, de Juan Marsé.
Es decir, pulir las anotaciones al texto y demás...







(Y es que es difícil cerrar. Sobre un hallazgo stendhaliano de última hora, acabo de encontarme con una referencia irreverente de Casavella sobre el lokal Shanghai (un baile taxi del que Marsé habla en su novela), luego rebautizado Bolero, pero... ¿a quién le importa eso? ¿Alguien recuerda al gran Casavella?).


Y además... consignar (que se decía) las variantes y esas cositas (¿le importarán a alguien? ¿subsistirán los filólogos?

Porque si en el Carmelo yo escuchaba ¿alegremente? a Jacques Brel, en las páginas de la novela resuenan otras coplas.
Por ejemplo, ésta.






Sólo que los mostradores del "Tatuaje", de la Piquer (es decir, doña Concha), no han sido estos míos recientes.





miércoles, 2 de diciembre de 2009

MUJERES MALTRATADAS


Estas jornadas de reposo y de sobredosis de actualidad televisiva (ante la imposibilidad de leer), al llegar a la correspondiente al Día de las mujeres maltratadas recordé que dejé mis clases interrumpidas cuando trataba de explicar a los alumnos lo escasamente conmovida que me siento al leer la poesía de Espronceda.






Y les conté que, alertada por don Antonio Machado (a través de su Juan de Mairena), descubrí muy pronto al cínico que yace tras la máscara pública. Que José Moreno-Villa aseguraba (en el prólogo a las Poesías de Espronceda publicadas por Espasa-Calpe en 1923) que en esos años muy pocos retenían en la memoria más de un par de versos del celebrado vate. Que Gabriel Celaya -en Inquisición de la poesía- tampoco me ayudó mucho a estimular la devoción por Espronceda, que Guillermo Carnero fue aún más cáustico, desbaratando la leyenda roja y la pretendida poesía social. Y que Rosa Chacel al asediar los versos que Espronceda le dedicó a su célebre amante, Teresa Mancha, en el Canto III de El Diablo Mundo, llega a conclusiones irrefutables, aceptando sólo aquellos que hablan de un espíritu indomable, absolutamente atípico en la España de su época, porque aquella mujer había sido una de esas figuras que se proyectaron en la pantalla de la historia con un perfil muy singular pero cuya vida y hechos habían quedado desdibujados o silenciados casi por completo.

Teresa Mancha fue un personaje de nuestro romanticismo que, como tantos otros, hizo acto de presencia en la vida misma antes que en las letras.


AQUÍ DEBERÍA IR UN RETRATO DE TERESA, PERO QUEDA UNO, Y DESDE LUEGO NO SE ENCUENTRA EN LA RED. ¡curioso!


Porque si el Canto fue el mundo de Teresa, y todo lo que ella podía esperar de su amante se contenía en esos versos, Rosa Chacel al escribir la biografía-novelada, Teresa (hay una reciente edición en Visor, 2007) decide medirlo y sopesarlo con cuidado, estudiándolo detenidamente hasta obtener una cuidadosa representación plástica. El resultado no le convenció: a pesar de los sentimientos desgarrados, de la profusión de exclamaciones, alaridos y quejas, a la escritora le parecía que “en el Canto toda nota dolorosa, para un buen oído, desafinaba un poco. Era poco, cuestión de una milésima de tono, pero cantaba en falso”.


Y no es que estemos instalados en el fácil territorio de cierta apologética feminista. Porque es el juicio que más tarde haría Jaime Gil de Biedma en su estudio sobre la poesía de Espronceda -más piadoso y comprensivo que los poetas anteriores-, recogido en El pie de la letra, donde escribe: “Pero la persona de ésta [Teresa], tan despiadadamente reducida a mero simbólico trasunto, se venga haciendo que la formulación de los sentimientos del poeta resulte inadecuada y moralmente incoherente”.


Lo admirable es comprobar cómo Rosa Chacel, desoyendo la versión oficial de aquella historia y sin atender al estado de opinión generalizado y admitido, consigue rescatar el alma de Teresa y mostrarnos una mujer que fue ejemplo de libertad y de vida, rescatándola del fango y desoyendo las turbias anécdotas y la “almibarada blasfemia” que se habían vertido sobre Teresa Mancha, para hacerle encarnar los más profundos valores del Romanticismo, al par que astillaba la máscara esproncediana, muy en sintonía con el sentir de los poetas de su generación, que de nuestro romanticismo sólo respetaban a Larra y Bécquer.







De modo que fue el espíritu de Larra el que Rosa Chacel tuvo continuamente en cuenta al ponerse ante el romanticismo, y con él trató de imaginar a Teresa. No fue un capricho. Muchos años después, en sus Memorias (Los pasos contados), otro prosista de la generación, Corpus Barga, afirmaría que el suicidio de Larra y la muerte de Teresa son los dos hechos que nos brindan la verdadera y más profunda estampa del Madrid romántico:



“¿Cómo no se ha hecho la película del Madrid romántico, con el suicidio de Larra? Habría que hacerla con el suicidio de Larra y la muerte de Teresa Mancha, ocurrida dos años después… La película de dos amores desdichados. El amor del prosista escéptico y burlón hizo de él la víctima. El del poeta de los ayes y los apóstrofes hizo víctima a ella… De los dos amantes, el poeta y el prosista, desesperados por haber perdido en el mayor juego de envite y azar, el del amor y la muerte, el prosista fue poeta, el romántico, se mató; el poeta fue burgués, se aprovechó, escribió un poema. Hay una magnífica película (por hacer) en los dos amores desdichados del primer romanticismo español, con sus dos musas cruzadas; la caída, la perdida, para el poeta burgués, y la burguesita, la arregladita, para el prosista inconforme. Si Espronceda hubiera sido el amante de Dolores y Larra el de Teresa, Larra no se hubiera suicidado ni Espronceda hubiera escrito su Canto.





Fácil, demasiado fácil sería pensar que tal vez en estos hechos Rosa Chacel estuviera cargando las tintas a favor de su heroína, pero hay otras prestigiosas voces que coinciden con la de ella. Algunas las he mencionado ya, pero también quiero añadirles la valoración que hace Unamuno en un pasaje de “Sobre Don Juan Tenorio”, un artículo de 1908 recogido en Mi religión y otros ensayos breves, donde aventura que, de no haber muerto en la flor de sus años, el donjuanesco poeta habría llegado a ser ministro –y ministro moderado, puntualiza-, “porque Espronceda, a pesar de la calentura progresista de su primera mocedad –calentura que fue la causa de que llegara a conocer a Teresa Mancha-, llevó siempre dentro de sí un reaccionario, o mejor dicho, un hombre que no quiso detenerse a sondar ciertos problemas. Su famosa desesperación, a la moda byroniana, era más retórica que otra cosa. Espronceda no pudo dudar de ciertas cosas porque jamás pensó en ellas en serio”, concluye Unamuno.






Aun así, seguiré con nuestros románticos canónicos (que no son los verdaderos).

martes, 1 de diciembre de 2009

PIRATERÍA

Me ha parecido interesante esta nota que me envía Pepo Paz, editor de Bartleby. Y muy especialmente, el debate que la entrada de su Blog está generando.




http://pepopazsaz.blogspot.com/

Piratas en casa (no sólo en el Índico)

Los que apostamos por una obra literaria, los que ponemos nuestro patrimonio en juego porque creemos en la edición, en la Literatura, en que la lectura de libros es una vía que nos hace crecer y ser mejores, estamos desprotegidos frente a los piratillas. Aunque estos se crean muy graciosos. Abren hoy los diarios con una noticia importante: La Ley de Economía Sostenible permitirá que se corte el acceso a Internet a quienes piratean los contenidos. Es el caso del siguiente blog: Neorrabioso. Como podéis ver, hasta siete obras editadas por Bartleby en los dos-tres últimos años han sido saqueadas y están expuestas al pillaje virtual. Además, como he sido educado y le he pedido, por favor, que retire esos contenidos, le tengo que dar las gracias. Ya veis cómo están las cosas. Encima tenemos suerte de que no le hayan gustado otras tantas. O de que no haya tenido tiempo para teclear los contenidos en su blog.

Pues bien: desde este mismo momento, y amparados por la cobertura jurídica que nos ofrece la Asociación de Editores de Madrid, vamos a levantar acta notarial de todas las violaciones de nuestros derechos en internet y proceder judicialmente contra quienes ejerzan la piratería contra ellos. Por el bien de todos pero, en especial, de los autores que crean y, también, de los traductores que trabajan en la soledad de sus habitaciones intentando sacar los mejor de sí mismos para que los lectores accedan a la obra de esos autores. Si tenemos buenas traducciones es, simplemente, porque trabajamos con buenos traductores. Y el que piratea los contenidos de nuestros libros debe de saber que no nos está haciendo ningún favor: ni a Bartleby como editorial (ya tenemos otros medios para llegar a los lectores), ni a los traductores ni a los autores de la obra original.

martes, 24 de noviembre de 2009

ANUNCIOS

Alguien muy cercano a este Blog me informó de una feliz coincidencia.

Él no la llamó así pero yo, instalada en pleno Romanticismo en uno de mis cursos, me siento algo tocada por la ironía de aquéllos, "que no se agota ni de lejos con la conocida figura retórica por la que se dice algo y a la vez se deja entrever que se piensa otra cosa, quizás incluso lo contrario de lo dicho". Aparte la ironía socrática, que también conocían los románticos, hasta entonces la ironía se consideraba "una figura retórica, o también un método literario, situado en algún lugar entre el humor, la burla y la sátira". Pero Friedrich Schlegel decide romantizar la ironía y... entonces empieza el gran juego.

Todo esto lo explica muy bien Rüdiger Safransky en Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán. Barcelona, Tusquets Editores, 2009, p. 59 y ss.






Bien, el caso es que me hablan de esa feliz coincidencia y de golpe me acuerdo de un eslogan publicitario, lo que a su vez me lleva a recordar un libro que había ojeado, pero que no había podido saborear a fondo.

Sin embargo, estos días en que la fiebre y otras perturbaciones derivadas de la gripe me impedían sentirme Flex y abordar lecturas más enjundiosas, confieso mi gratitud para con Sergio Rodríguez, autor de Busque, compare, y si encuentra un libro mejor, ¡Cómprelo!, publicado recientemente en Electa.







Y me entretuve con los recuerdos que iban aflorando.

Confieso ser de las que se sabían de memoria la canción del Cola-Cao, porque era adicta a un programa radiofónico llamado "Matilde, Perico y Periquín", y me encantaban las travesuras de aquel gamberrete.

Solía contárselo y cantársela a mis hijos y acaso por eso se pasaron al Nesquick.







¿Y qué decir de la Familia Telerín? Aquí no voy a vanagloriarme de recordar la cancioncilla, pero sí de acordarme de corrido de Cleo, Tete, Maripí, Pelusín, Colitas y Cuquín... Mis simpatías las tenía ganadas este otro desobediente y no sus hermanos, con nombres muy de ...





Admito que sigo siendo adicta a las aceitunas "La Española", acaso por cosa de los astros, pues ese anuncio es de 1957.

Y que me encantaba el capuchón de papel de seda de "La Casera" y que mi hermano mayor desataba mis instintos cainitas cuando me lo arrebataba, lo inflaba de aire y... ¡plop!
Desolación de ¿la quimera?
No, del goce del tacto.





El anuncio de "Terry me va" también me gustaba, a qué negarlo: aquel paseo de aquella chica-amazona, que resultó ser una peluquera de la calle Mandri (según contaba mi tío Alessandro, por entonces aparejador de la inmobiliaria Lamaro, que construí allí y en otros barrios menos nobles).


Luego ya fui creciendo, y me volví... ¿irónica?
El caso es que las muñecas de Famosa... se dirigen al portal y lo de volver a casa por Navidad y el gustirrinín de la Filomatic y el atún calvo, claro....

Pero estos días repaso esas imágenes y recuerdo...

Y me pregundo qué será la memoria de la infancia de aquellos que irán a crecer sin anuncios (como mis hipotéticos nietos).

Y me pongo melancólica.
Y me inquieto.
¿Será cosa del Romanticismo?, me pregunto.






viernes, 20 de noviembre de 2009

Paisanaje

Estos días, a raíz de la muerte de Francisco Ayala, recuerdo que este verano tuve noticia de algunas cosas que desconocía de su biografía y que leí alguna de sus cartas.






Acudía a un acto celebrado en la espléndida Casa de Cultura de mi pueblo (un bellísimo inmueble donado por unos patricios altruistas, posteriormente habilitado con escrupulosa delicadeza), donde se presentaba un minucioso y quizás definitivo ensayo sobre Álvaro Fernández Suárez, veigueño o vegadense ilustre, e intelectual de relieve en la España republicana, que siempre llevó a cuestas la memoria de su pequeño país.

Fue un ensayista admirado -incluso por sus adversarios ideológicos: Maeztu, sin ir más lejos- debido a su penetración analítica y a su agudeza expresiva, y también por su independencia de criterio, apreciable en el hecho de que se fogueó en un periódico libertario -"La Tierra"- y, sobre todo, en el libro que le dio más y temprana fama, "Futuro del mundo occidental" (en diálogo disidente con el famoso título de Spengler, "La decadencia de occidente").



En aquella Edad de Plata, Álvaro Fernández Suárez se codeó con los mejores cráneos de la II República, eso sí, y fue contertulio de Valle-Inclán y otros memorables. Y por supuesto, trató a Augusto Barcia Trelles, nacido también en Vegadeo (¡Hale, hale!) y Ministro de Estado en cuatro gobiernos sucesivos de la II República, además de efímero presidente (durante cuatro días) de la misma durante un gobierno de transición que duró -literalmente- cuatro días, en mayo de 1936.
(No es de extrañar, lo de efímero.)







Hace tres años rendimos Homenaje a Álvaro Fernández Suárez en unas jornadas donde yo hablé de su novela "Hermano perro" (al poco rescatada en la Biblioteca del Exilio, con prólogo de Soldevila Durante, toda una autoridad), y otros ilustres colegas glosaron las varias caras de este personaje curioso e inquieto. Lo hizo, entre otros, el joven Luis Casteleiro, que acaba de dedicarle a nuestro común paisano un grueso volumen biobibliográfico (KRK Ediciones, 2009)






Nacido en Vegadeo, en 1906, la infancia retorna incesante en textos de la madurez cuando los vientos de la Historia lo llevaron a descargar fardos en el puerto de Montevideo en el primer exilio y... sobrevivir como pudo, aunque enseguida lo rescataron (León Felipe, entre otros), y entonces, entre otros medios, colaboró asiduamente en "Marcha", en los primeros años curarenta, justo cuando uno de los colaboradores del semanario era Juan Carlos Onetti, ni más ni menos.
Bien, pero antes Álvaro Fernández Suárez se había codeado con los más ilustres representantes de la intelectualidad republicana, cuyo destino sufrió: en Madrid, Valencia y Barcelona. Tuvo un exilio discreto, aunque colaboró en el citado semanario "Marcha" y en la revista "Sur", de Victoria Ocampo, aparte de en otras publicaciones como "Realidad", gobernada por Francisco Ayala, su compañero de milicias.
De esos años proceden las cartas; y de ellas, mi recuerdo.










Álvarez Fernández Suárez regresó del exilio en 1954. Justo entonces escribió uno de sus más entrañables relatos, "Un pequeño país de cuento", en el que describe (con nostalgia) ese espacio en el que entonces correteaba -como luego yo y mis hijos-: la Ría del Eo (que no de Ribadeo, como reza en según qué mapas, y ya os contaré porqué) y las villas que yacen a lo largo de sus orillas: Figueras, Castropol, Vegadeo y, ya en la raya gallega, Ribadeo.









Son esas evocaciones de la niñez lo que más me convence de su faceta literaria:

"Hay un país pequeño con un pequeño tren y un brazo de mar pequeño por donde navegan pequeños barcos, echando humo.
Este país existe. Ni fue soñado, ni es un juguete..."

(Digamos que, de momento, al menos parte de ese pequeño país sigue existiendo y yo ya me conformo con que mis hijos hayan podido verlo y sentirlo, pero claro, la edad... ¿Y los nietos nonatos? Bien, gracias a la crisis, quizás, quizás, quizás...)

En la obra de Álvaro Fernández Suárez me conmueve y reconforta, sobre todo, la salvación ya no tanto de las cosas (que también, según proclamaba Ortega) como de las vidas.

Mi padre, cuando una vez reseñé el libro de Shirley Manginy sobre las mujeres republicanas, me dijo: Has de hacerme fotocopia para dársela a la Miss: una mujer de belleza extraordinaria, que él recordaba en aquellos años -mi padre nació en el 25- porque la vio desfilar pelona e insultada y... (¡menuda historia, cuando la feroz represión franquista en aquellosprimeros años en que al general episcopal, de Asturias, sólo le interesaba el solar).

A otro registro pertenecía el relato de las exquisitas cañas de crema confitadas por Alvariño (éstas aún las recuerdo, creo), o las magníficas tartas de almendra y brazos de gitano de Bautista (el obrador que confeccionaba los dulces u demás: sigue existiendo, sin perder un ápice de la sublimidad de entonces: pregúntenles a mis hijos), o las disparatadas salidas de Naina y su prodigioso ingenio (un borrachín excepcional, que lo mismo ejercía de limpiabotas y dejaba a los paisanos a medias, si el reloj del ayuntamiento daba la una de la tarde, hora en que también cerraban los comercios y él.. pues lo mismo, o se paseaba por las calles preguntando cuántas truchas querían fulana y zutana y volvía de pescar con el canasto lleno de las piezas que le habían pedido), de aquel otro paciente a quien, recomendándole una cena ligera volvía al poco reventado porque... ¿Hay algo más ligero que una liebre?



Por todo eso, por venir yo de allí, Álvaro Fernández Suárez me resulta más convincente cuando retrata a alguno de los lugareños, como Ramón, el herrero:

"No tenía nunca nada que decir. Silenciosamnete tiraba de la cuerda del fuelle de la fragua; silenciosamnete sacaba el hierro rojo del hogar y silenciosamnete lo machacaba sobre el yunque espantando encendidos meteoros. Silenciosamente se emborrachaba los sábados en compañía de un amigo silencioso y permanecía en beatitud todo el día festivo. [...] Ramón no era callado porque ocultase algún misterioso tormento en el alma. Era callado porque el espectáculo del universo no le sugería ninguna observación..."


¡Sabiduría!

Regresado a España, volvió a tener cierta resonancia cuando publicó....









(Ilustraciones del sufrido Nico)

domingo, 15 de noviembre de 2009

MADRID : RETORNOS

Ando con Bécquer en uno de los cursos, y quizá por eso me viene a la memoria lo de "No digáis que agotado su tesoro, de asuntos falta, enmudeció la lira...".

Y es que siento que me quedan muchas cosas que contar, a raíz del reciente viaje a Madrid. Pero si no escribo más aquí, no es por falta de ideas sino de tiempo.

En cualquier caso, como suelo aprovechar los periodos de docencia para actualizar las lecturas pertinentes, estos días leo, a rachas (la estructuración en capítulos independientes lo permite) un ensayo de autoría múltiple: Heroínas y patriotas. Mujeres de 1808 (Cátedra, 2009)







Los adictos al Blog (véase la entrada sobre Jovellanos) y los alumnos que me sufren esta temporada ya saben que no soy nada entusiasta del Evento de 1808, porque, pese a la lectura "romántica", el pueblo se levantó a defender a Dios y al Rey. Y como dijo un personaje de Zarraluki, si el timbaler del Bruc, en vez de ponerse a tocar el tambor, se tocase los... otro gallo nos hubiese cantado.

Bien, pero voy leyendo el libro. Y averiguo porqué el madrileño Barrio de Maravillas pasó a llamarse Malasaña, en honor a una muchachita de diecisiete años, Manuela Malasaña, fusilada porque (versión mítica) se la halló en el Parque de Artilleros llevándole cartuchos a su padre (un panadero) durante la revuelta, o bien porque (versión real) cuando regresaba del taller de costura a su casa le encontraron en un bolsillo las tijerillas que necesitaba para su labor de aprendiz de modista.
El libro rastrea de manera ejemplar las varias versiones de estas heroínas del 1808, en escenarios múltiples, y sin recurrir a los clisés de los estudios de género.
Deliciosa es también la estampa de María García, "la Tinajera", actuando en la Serranía de Ronda; la de María del Carmen Silva, la Robespierre española (heroína y periodista de guerra avant la lettre); o la de Emilia Duguermeur de Lacy y su liderazgo en el núcleo de aquel liberalismo temprano.





Esta lectura me recuerda que en esa reciente visita a Madrid, en mi habitual escapada al Museo del Prado, esta vez le di prioridad a las recién inauguradas salas del XIX.

Y sí, me encontré con todo un clásico: el lienzo de Padilla del que os hablé (mejor dicho, lo hicieron otros ilustres) en la entrada "La reina loca".






Tampoco me perdí la "Ejecución de Torrijos y sus compañeros", de Gisbert, en parte porque este verano lo había tenido muy presente: no en vano es un elemento central de Si te dicen que caí, ya que el lienzo está reproducido en la alfombra del piso del señorito Conrado Galán y, en la novela, hay una escena soberbia en la que se hace confluir ese elemento decorativo y artificioso, sobre el que Java y Aurora escenifican para el voyeur sus juegos eróticos, con el relato de las ejecuciones reales en el Campo de la Bota, incluida la del guerrillero Artemi :

"Sobre la luz de gas derramada en la playa ficticia de la alfombra, intentaría concentrarse en el caprichoso poder del que dispuso la espectral escena y en el rumor expectante del mar, en la arrogante aceptación de la derrota mirando más allá de la muerte, en la crispación de los puños maniatados y de las lívidas caras donde asomaba la sequedad del hueso, una carne yerta que mucho antes de sonar la descarga ya había dejado de recibir el flujo de la sangre. Uno de los condenados parecía que no se tenía en pie. La playa se repetía en sus ojos como una desolación sin nombre.[…] Por todos los medios tratarían los civiles de mantenerlo erguido, pero él se dejaba caer. El pelotón se puso nervioso. El oficial ordenó que lo sostuvieran por los sobacos. Pero al soltarlo, en el último momento, volvía a caer y el oficial desistió. La primera descarga lo pilló sentado, la cabeza sobre el pecho, las manos atadas chapoteando en el charco, como un niño jugando a la orilla del mar. (p. 326)







Lo que me lleva a recordar que también Javier Marías en Tu rostro mañana III. Veneno y sombra y adiós, acudió a ese lienzo, y lo glosa magníficamente en la página 182 y siguientes, entreverando su discurso con los versos del romance lorquiano:

"... y allí estaban los frailes, que jamás han faltado en nuestros acontecimientos sombríos... uno leyendo o rezando y dos tapando miradas, los tres agoreros, el pelotón de ejecución más atrás, a la espera y difuminado ("Grandes nubes se levantan sobre la tierra de Mijas"), es posible que el que lo comandaba dejara caer el pañuelo blanco que sujeta en su mano izquierda, quizá desde la punta del sable, a la vez que gritaba ¡Fuego!".





(Cuando lo de Bolonia arrecie, a los alumnos de Narrativa del XX les pondré un trabajo "comparativo" y "estilístico" sobre el tema. ¡AVISO!)

Apaciguémonos...


En esa escapada a El Prado, de las nuevas salas donde se exhiben las pinturas del XIX tal vez la que más me cautivó fue la dedicada a Aureliano de Beruete y Compañía. (Acaso porque esas otras telas "históricas" las tenía más presentes.)

Creo que de Carlos Haes sólo había visto hasta entonces una pequeña (pero inmensa) acuarela en Zaragoza, en una Expo sobre el agua. Reproducía una catarata: rústica y elemental, como la que cualquier paseante se encuentra en....
Ahora vi otras de sus piezas






Y también las pinturas de Aureliano de Beruete. No sólo la serie sobre el Guadarrama sino también los paisajes de Cuenca y Toledo y...


Lo que me confirma en lo apuntado en mis clases al hablar de Camino de perfección, cuando comentaba cómo a finales de XIX, y coincidiendo con la expansión de Madrid y la construcción de una vía férrea que acercaba la capital a las cumbres, los pintores de nuestra escuela realista, con Carlos Haes –que además ejercía su influencia desde su cátedra de paisaje en la Escuela de San Fernando– y Aureliano de Beruete a la cabeza, emprendieron el descubrimiento del Guadarrama, con un especial empeño en captar la luz y la refinada atmósfera de la sierra en su delicada gama de grises.







En la literatura, fue don Francisco Giner de los Ríos, a través de las Institución Libre de Enseñanza,uno de los principales divulgadores del gusto por la sierra. Conocidas son las caminatas y excursiones de Giner por los pueblos de los alrededores de Madrid hasta el punto de hacer de esas salidas y excursiones (o de viajes culturales más extensos) un signo y un emblema institucionista. En 1885, según relata su discípulo Manuel Cossío, Giner llevó a cabo la primera de sus expediciones al Guadarrama –ya cantado por nuestro romántico García Tassara, según Unamuno nos recuerda una y otra vez, citando dichos versos–, desde Villalba al Monasterio de El Paular, atravesando los puertos de Navacerrada y los Cotos y, de vuelta, por la Granja y el Reventón.





Todo ello -la impresión de estas telas y el escaso tiempo- me impidió visitar a mis clásicos de El Prado.
Uno de ellos es el cuadro de Patinir "El paso de la laguna Estigia" (que, cuando yo puse por primera vez los pies en ese Museo, estaba casi a la entrada, y ante el que siempre me detenía).
Pero hete aquí que me llega....

El azul del infierno, de Carlos Barral: un breve tomito en el que al poeta se le encargó urdir un relato sobre o inspirándose en el lienzo de Patinir, allá por 1989, a finales de año, justo un mes antes de que el poeta-editor muriera.

Así que estos días también he viajado a ese azul (más luminoso que infernal) gracias a Carlos Barral. Y no me importa que el relato haya quedado inconcluso.





Me bastan las palabras (iluminadas o completadas por las propias anotaciones del autor, en una especie de "Making off" -para entendernos- o Diario o Cuaderno de Bitácora, que se reproduce en el tomito). Párrafos como

El amanecer sería gris, lleno de nubes y agujeros amarillos y grandes lamparones rosados, siempre es así en aquella costa, al menos cuando yo tengo insomnio y sobre todo si no he bebido. Cuando he bebido es mucho más oscuro.








P.S. Ilustraciones de mi hijo Nico.

lunes, 9 de noviembre de 2009

MAGRINYÁ RESPONDE

Menos mal que esta vida atrafagada no perturba aún a según qué aéreos como Luis Magrinyá, que, seguidor avisado del Blog, viene en mi ayuda y.... Literal y fraternalmente... os remito sus palabras, porque son sin duda más valiosas que las mías.





He visto en tu blog que algun curioso manifestaba
interés por el primer mail que te escribí y no encontrabas. Yo sí lo he
encontrado, jeje, es bastante defensivo, pero no airado. Puedes disponer de
él.

L




Querida amiga:

Escribí a Amalia Iglesias para que me pasara tu
dirección de correo y, aunque ha tardado un poco en hacerlo, por fin lo tengo.
Luego me he retrasado un poco yo en escribir. Quería darte las gracias por tu
crítica de mis Intrusos en el número de noviembre de Revista de
Libros.

La verdad es que tu crítica es tan seria y está tan
llena de alicientes que da ganas de comentarla... a mí al menos, aunque esté
bajo sospecha, siendo como soy el autor. Pero, en serio, creo que se trata de
una lectura llena de claves. Me gusta mucho la caracterización del héroe y su
adscripción precisa a cierta tradición literaria europea, que aquí se halla,
ciertamente, históricamente aclimatada. ¡El punto de vista histórico es tan
importante en la crítica! Me siento muy honrado, francamente, de que mi libro se
vea históricamente situado en esa tradición. Por otro lado, las citas que eliges
para ilustrar tu idea no son sólo de mis favoritas sino que me parecen muy
representativas y la descripción del personaje y de su cambio es
perfecta.

Hay una cosa, anedótica, que supongo que es
culpa mía pero que debo aclarar: ya sé que da la impresión contraria, pero la
verdad es que el héroe nunca llega a tomarse el éxtasis la noche que sale
con Pablo. Muchos lectores lo han creído así y he tenido que pedirles que
volvieran a leer ese episodio para que se dieran cuenta. Para mí era importante
que el prota no tomara ninguna droga ilegal en el curso del libro y que, sin
embargo, llegara a sentir sus efectos. En el caso del éxtasis, la empatía --una
de sus pronunciadas propiedades-- debía envolverlo todo y el pobre hombre, al
que vemos empatizando mucho desde el principio (sobre todo con lo malo: en la
escena de la fiesta del estreno, un hombre se ahoga de tos y él se pone a
vomitar), tenía que quedar en todos los sentidos completamente envuelto. Por
otro lado, ese efecto de «tomar sin tomar» está, en el caso del éxtasis,
debidamente documentado y es uno de sus graciosos misterios. Pero también hay
ahí, creo, un efecto político: el hecho de que el prota nunca tome drogas
ilegales impide «explicar» por las drogas --más de uno se habría sentido tentado
de hacerlo-- su inopinada transformación. Y a mí además me apetecía que,
por una vez, fuera alguien que «no toma» quien se viera presionado a dar cuenta
de por qué no toma, cuando la presión por el porqué normalmente
siempre se dirige a los que sí toman. También creo que el hombre da cuenta muy
razonablemente de su actitud «abstemia» y eso para mí era
importante.

¿Puedo atreverme a discutir una cosa ? Creo que
jamás he llamado «novela experimental» a mi libro, siempre he sido muy cauto con
lo de «novela», porque no tengo muy claro que lo sea. De hecho, ¡me gustaría
pensar que no lo es! Por supuesto no estaba dentro de mis pretensiones (que las
tengo, sin duda) que después de Intrusos el género de la novela ya
no pudiera ser el mismo. Pero creo que, si, como bien dices, hay ahí un
«experimento psicológico», y siendo la psicología un centro vital del género,
¿no hay por fuerza también un experimento narrativo? Todo eso me llevaría muy
lejos y temo enormemente fatigarte; me siento como un intruso
diciéndote estas cosas, pero sólo lo hago porque, como te decía, tu crítica
invita al diálogo. El caso es que en mi libro sin duda he querido hacer
una experimento con el yo narrativo, alejándome por una parte del yo
reconstructivo decimonónico (ese que se cuenta desde el final y se presenta a sí
mismo como resultado de algo, como tú bien citas) y, por otra, de dos
tratamientos posmodernos que llevo cierto tiempo detectando y --perdón por el
juego de palabras-- detestando: un yo fragmentario, inestable, sin «identidad
fija» como el de mi personaje, sí, pero no con el acabado melancólico,
neorromántico, del «extraviado» (Sebald) ni mucho menos con la carnavalesca
satisfacción del «poseído» (Vila-Matas). Yo quise hacer un yo en abierta
competencia con esos otros que, como se dice en algun lugar del libro, de un
modo u otro, siempre consiguen hacer un grato retrato de sí mismos.

La segunda mitad de Intrusos puede leerse
como una respuesta a lord Chandos. Me hace gracia constatar que la experiencia
que llevó a lord Chandos a dejar de escribir la describiera Hoffmansthal
prácticamente del mismo modo que algunos iluminados han descrito su experiencia
con LSD.

Bueno, no me enrollo más. Gracias de nuevo y
disculpa esta prolijidad no solicitada. Viene dictada por la gratitud y sólo por
ella.

Cordialmente,
Luis Magrinyà





Tiene razón, Magrinyá. Esta respuesta no era nada airada (sería que andaba yo algo espitada, como de costumbre, y... ante la desmesura de la respuesta y esa pretensión de entablar diálogo o coloquio...). Es sin duda una pieza extra- ordinaria que quiero compartir con lectores amigos (y también con los curiosos que no sean declaradamente impertinentes), por si no llego a escribir mis Memorias.