jueves, 31 de diciembre de 2009

2010



Un brindis con mis mejores deseos para todos y por un Venturoso 2010.







sábado, 26 de diciembre de 2009

NAVIDAD: MILLONES



No es que tenga un especial aprecio al dinero pero...
Sucede que mi reciéninaugurado slogan de que cada año soy más rica (por aquello de que mis hijos crecen y... un año menos que tirar de ellos es toda una feliz perspectiva), con el paso del tiempo va ensombreciéndose.

Así que juego a la lotería. ¡Qué remedio!





Más si es nuestra secretaria -Adela- quien se encarga del asunto.
Y héte aquí que nos han tocado 120 euritos por décimo.
Es decir: a mí sólo 120 euritos porque jugué unsolo décimo, que era lo mínimo.





Pero menos es nada. Hay que conformarse.
Mayormente yo, dado que los beneficiados serán mis hijos. No es que a ellos 60 euritos por cápita les redima de nada, pero les supondrá una grata sorpresa, que se dice.

Por lo demás, y ya instalada en la nostalgia...
Recuerdo cuándo ellos me instaban a que me presentase a uno de esos concursos televisivos de acertijos o pasapalabras, siendo yo tan sabia y, sobre todo, a partir del momento en que un alumno en activo (Luis García, creo que se llamaba) había ganado alsí como 60.ooo EUROS (que no euritos).
Por cierto, unos cuantos (sus compañeros de curso y demás) aún esperan las prometidas botellas de cava con que iba a celebrar el "success".

Bien, tengo la fidelidad de Daniela (otra ex-alumna), que en su día me mandó este vídeo que compartí con otros próximos y que hoy (a petición implorante) lo rescata para compartirlo con todos....





Y salud, prosperidad y VENTURA... en el ¿Año Nuevo?

domingo, 20 de diciembre de 2009

CASAVELLA FOREVER

Acaba de publicarse Elevación, elegancia y entusiasmo (Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores), mil páginas que reúnen las muy diversas colaboraciones de Francis Casavella en la prensa y que tratan sobre literatura, música, cine... y mil cosas más de las que hablaré profusamente (es lo menos) en una próxima entrada de Cuadernos Hispanoamericanos, dado que... ciertos manjares exigen reposo y digestiones lentas y tiempo, cierto tiempo.
(Así que, de momento, no puedo prodigarme mucho, pero puedo avisar)





Voy leyendo esas piezas muy lentamente, con verdadera devoción, repleta de asombro ; y conmovida y triste, a qué negarlo.
Pues pese a que recordaba bien la impresión, el juicio y las sensaciones que esas líneas me habían provocado, una cosa era leerlas puntualmente cuando aparecían -espaciadas en el tiempo, dosificadas-, y otra muy distinta es tenerlas reunidas en este tomo inmenso, repleto de (lecciones de) literatura y vida.

Hay una constante construcción teórica en torno a casi todos los apectos de la literatura que, a propósito de la lectura comentada, le van surgiendo al autor. Y aquí a unos cuantos les convendría tomar nota, igual que lo he ido haciendo yo, a qué engañarnos.

Pero ahora se trata de aligerar e invitar a esa lectura prodigiosa que revela una mirada lúcida, irreverente (¡ojo! no confundir con las fáciles y habituales boutades de los niños bonitos o mimados a quienes les hicieron sentirse como dioses), pletórica, oxigenante ...
¡Uy! Que me despeño por los adjetivos. Corto y cambio.

Se trata de invitar a leer Elevación, elegancia y entusiasmo, los Artículos, Reseñas y Ensayos que Casavella escribió entre 1984 y 2008.






Entre ellos, hay uno desternillante, titulado "Festiva resurrección", que va de lo siguiente.
La condición de inmortales de Shakespeare y Cervantes (que murieron ambos el 23 de abril de 1616, como todo el mundo sabe) les permite resucitar esa jornada en la Barcelona del 2000.





Omito el marco inicial, o de cuando ambos genios salen de su garito y, tras reconocerse como colegas y hermanos, "se internan en la vorágine del concurrido punto de la ciudad donde han ido a parar, famoso por sus flores, sus loros, su arquitecto Bohigas, sus putas y sus hinchas de fútbol". Omito la amplia descripción de aquel escenario y el relato de cómo, por problemas varios y dado el pintoresquismo de ambos genios, a los dos los fichan para ir a firmar a un caseto y se dejan hacer. A fin de cuentas están contentos: Shakespeare no ve a Marlowe entre los más vendidos, y, por su parte, Cervantes se complace en saber que Lope tampoco figura en esa lista.
¡Bravo!

Así que....





el Distribuidor deposita al Bardo Glorioso en una mesa junto a un individuo delgado con gafas y pañuelo al cuello que después de darle la mano de perfil y mirarle con cara de asco sigue firmando ejemplares de su última creación. Frente a él se extiende una cola de muchísimas personas instruídas. [...] Una señora pasa junto a Shakespeare y tras estudiarle un buen rato pregunta por el precio de la mesa. El escritor del pañuelo al cuello se parte de risa, mientras su bolígrafo viaja y se aventura de un libro a otro y garrapatea dedicatorias muy ingeniosas. Por fin, y por caridad cristiana, le pregunta al solitario, taciturno, pero Dulce Cisne del Río Avon, si ha estado alguna vez en una guerra, bajo el fuego, con tres cojones. Shakespeare le dice que no, y que ni ganas. Pero ha escrito sobre ellas y una batalla que se celebraba el día de San Crispín y San Crispiniano le salió bastante bien. El escritor del pañuelo, sin dejar de firmar y agradecer, le llama cursi y le dice: "En mi pueblo, a los payasos como tú les llamamos cursis. Y yo me cago en los escritores cursis". Para que el enérgico literato vea que no es tan cursi, Shakespeare le cuenta el argumento de Tito Andrónico, pero aclara que lo escribió en su juventud. "No te jode, la juventud.... -replica el escritor-. Canibalismo, sexo, violencia y ni os habéis asomado a la ventana. Si seguro que te mareas con un botellín, ¡mariquita!

(Francis Casavella: Elevación, elegancia y entusiasmo. Galaxia Gutemberg, 2009, p. 248)

Muy serios, sesudos y contundentes son los textos que tratan sobre el XVIII, ese siglo cuyas luces y sombras Casavella nos devuelve en Lo que sé de los vampiros (Premio Nadal).

Y aunque yo había leído a Casavella desde 1990, cuando triunfó a la primera, lo cierto es que en mi dilatada, si bien irregular, trayectoria crítica no me había tocado en suerte ocuparme de ninguna de sus novelas, pero héte aquí que....
¡Diana!





Reproduzco la reseña (especialmente rescatada para mis alumnos de Narrativa del XX) y de Ilustración, que apareció en la revista "Letras Libres", en mayo de 2008, y que me mereció el aprecio de Casavella. Y muchos e.mails y un par de horas verdaderas en el Café L'Aribau.



PEQUEÑAS RAZONES Y GRANDES AZARES (0 VICEVERSA)


“Sólo hay pequeñas razones y grandes azares. O viceversa. Pero no hay un solo Azar como no hay una sola Razón”, le escribe el caballero Welldone a Martin de Viloalle en carta fechada el 15 de octubre de 1781, que puede considerarse el testamento espiritual del viejo maestro para quien fue su joven colaborador y compañero de andanzas por un buen número de pequeñas cortes europeas a lo largo de una década. Unas pocas líneas más abajo, Welldone formulará la “Ley del Vampiro”: “El hombre se enmascara para no avergonzarse del mismo azar de ser hombre, de su mínima importancia, de que sólo es deudor de la nada. Por ello se traiciona a sí mismo. Bebe la sangre de los antiguos, no para alimentarse, sino para reafirmarse y reconfortarse en su idea de hombre según convenga. Y esa conveniencia hace que el hombre se vuelva vampiro. Y si el hombre no sabe a ciencia cierta de su pasado, si lo ha corrompido engañándose, ¿cómo aprenderá de sus lecciones?, ¿cómo razonará su presente?, ¿cómo aventurará su futuro? […] seguirá perdido en el Tiempo y en el Espacio. Ése es el cómico y trágico equilibrio del mundo. Días con sus noches. Hombres con sus vampiros. Lo imprevisto, inevitable”.


Cito con generosidad para que el lector advierta de entrada cuál de entre sus muchas cualidades excepcionales es el rasgo más poderoso y destacado de Lo que sé de los vampiros, novela en la que Francisco Casavella nos pasea por la segunda mitad del siglo XVIII, desde finales de 1757 (con un soberbio cuadro inicial de sendos episodios de la Guerra de los Siete Años: la batalla de Leuthen y la falsa batalla de Neisse) hasta el estallido de la Revolución Francesa y su vertiginoso y alucinado desarrollo, más un breve epílogo situado veinte años después en el Nuevo Mundo.

Excelente es, sin duda, el relato de la historia, tanto cuando el autor enfoca los grandes acontecimientos y se detiene en sus figuras más destacadas –Federico de Prusia, Voltaire, Mirabeau, la Pompadour, Cagliostro o la Corte Papal, por poner ejemplos que contrasten-, como cuando reconstruye una época que tuvo sus luces y sus sombras, revive la intrahistoria –la vida de la pequeña nobleza gallega o el día a día de un novicio en un convento jesuita, los ritos eróticos o litúrgicos, las creencias y supersticiones, las maneras de viajar, la petulancia de los peluqueros, las poses de coquetas y petimetres, las lecturas à la mode, la proliferación de panfletos, proclamas y libelos-, o, con breve y certero trazo, recorta un detalle que sugiere toda una atmósfera: “el fragoroso tableteo de las velas parduscas filtra la luz y alarga las sombras en aguada de sepia y sanguina”; “el cierzo ventila los olores de aguas estancadas, mientras hace caer con golpes sordos sobre hierba y losa las naranjas que Rosella no recoge”; “El cuero del guante brilla con presagio de espeluzne”.


He vuelto a citar para reafirmarme en lo que iba a escribir antes: el rasgo más poderoso y sobresaliente de Lo que sé de los vampiros no es la historia que se cuenta (en sí misma, excelente) sino el modo de contarla: su impecable y riquísima factura literaria. Quien haya recorrido la historia, el pensamiento y la literatura del XVIII advierte de inmediato la prodigiosa labor de síntesis que ha realizado Casavella, el peculiar tamiz por el que se ha ido cribando y acrisolando la compleja y aun contradictoria pluralidad de aquella época, la construcción de una singular voz narrativa preñada de resonancias, sí, pero sin quedarse en el fácil remedo del pastiche. Porque si bien es cierto que en el arranque de la novela encontramos al narrador-gobernador característico de aquellas letras, con una explítica presencia en el texto para conducir la acción y guiar al lector, enseguida va desapareciendo y la voz narrativa es pura aleación de voces. Destacable es igualmente la recuperación actualizada (insisto: no hay imitación ni remedo; hay reescritura) de diversas formas o modalidades literarias que se combinan y alternan, así como el empleo de materiales representativos de aquel siglo -el discurso ensayístico, la epístola, la farsa, el idilio pastoril, la novela galante y/o erótica, la crónica de viaje, la estampa de costumbres…-, además de la ironía y el humor a lo Sterne. Y desde luego, debe destacarse la creación de dos personajes soberbios, tan nutridos de Literatura como de Historia y Vida. Dos personajes que son ante todo dos miradas, singulares y genuinas cada una de ellas y a la vez complementarias, pues es el doble punto de vista desde el que se muestra la historia lo que la enriquece y le da profundidad y perspectiva: faz y envés, luz y sombra.


Al joven Martín de Viloalle, un segundón de la nobleza que se ve obligado a seguir carrera eclesiástica en los jesuitas, lo embiste de lleno la Historia cuando está a punto de ser ordenado novicio y, aun pudiendo evitarlo, decide unir su destino al de los expulsos, embarcándose hacia Italia, en la esperanza de encontrar a su hermano mayor Gonzalo –huido años antes de la casa familiar para evitar la vida de “hastío y molicie” del mayorazgo-, a quien por entonces los rumores situaban en Roma. Nunca lo encontrará, aunque en su rodar y rodar por Europa a Martín irán llegándole noticias confusas.


Hasta aquí lo universal que inaugura la modernidad: la persecución, el destierro, la errabundia.


Pero lo singular del personaje es su temprana pasión por el dibujo desde el día en que llegaron a su casa unos artistas para pintar el retrato familiar, ocasión en que el niño descubre además la anterior existencia de un hermano idéntico a él y fallecido después –Felipe-, lo que le permite a Casavella trabajar en su novela con un fabuloso elemento: el doble. Y de paso insertar interesantes reflexiones estéticas a propósito del arte de la caricatura, aplicables asimismo a la escritura. Luego, cuando Martin descubre a un tonto o idiota hijo bastardo de su padre, el dualismo se refuerza y polariza: Bien-Mal, Sublime-Grotesco, Belleza-Deformidad. Y así, ya lanzado al mundo, en la romana Piazza España, Martín sobrevivirá dedicándose a dibujar caricaturas para los nobles turistas ingleses embarcados en el Gran Tour firmando Martino da Villa, o bien haciéndolo a través de su desdoble Phillippo, dibujante burlesco al que sólo accede la clientela romana. Es en este punto cuando entra en escena el caballero Welldone –literalmente, Benefactor-, última mutación de un Hombre Nuevo de estirpe clásica que, a lo largo del siglo, vivirá la euforia de la utopía racionalista encarnado en filósofo práctico hasta el declive grotesco de lo que fue sueño de la razón que ya sólo es capaz de engendrar monstruos. Y así la Historia deviene mojiganga (donde los guiños valleinclanescos de Casavella se acentúan).


Esta pareja, como adivinará el lector, la forja el novelista a partir del binomio puer-senex característico de la literatura didáctica, pero sobre todo lo hace desde el legado de nuestra picaresca –pícaros y vagabundos son deformaciones o contrafiguras del primitivo peregrino espiritual- y desde el modelo cervantino, sobre todo en lo que la peripecia de Welldone tiene de locura reveladora de la profunda escisión entre realidad y ensueño.


Por desgracia, sólo puedo aquí apuntar el eje vertebrador de Lo que sé de los vampiros, novela de aventuras y novela de aprendizaje y formación que tiene un trenzado mucho más amplio y un fondo muy profundo y es por ello tan entretenida como aleccionadora (otro rasgo muy de época), pues más allá de los gestos y las palabras, aprendemos a mirar el fondo de la Historia. Apenas puedo ahora señalar las múltiples direcciones de la novela y subrayar de nuevo su excelente factura literaria que prueba, de forma contundente, la talla de Francisco Casavella como un escritor cuyo registro va mucho más allá del consignado en la etiqueta de muy cortas miras que le habían pegado (digamos, para entendernos, el de joven escritor postmoderno que trata de cierto sector de la Barcelona lumpen o marginal).


Y sin embargo, este “nuevo” Casavella sigue siendo el de siempre: el escritor que pasea su mirada lúcida e irreverente sobre la realidad y señala sus lacras y deformidades, el sucedáneo y la impostura, la frívola erudición violeta, la farsa y el simulacro, la cosmética, la mentira, los abusos, la inmoralidad, la corrupción, la violencia, “la deforme rueda de lo arbitrario”: la doble cara de “una época que se dice ilustrada y se quiere absolutista”.


Bien, admitamos que todo esto es mucho, pero, además, quiero avisaros de que estas Navidades voy a releerme la trilogía del Watusi, que se ha reeditado también ahora en Destino y en un solo volumen, como Casavella quería.





Mientras tanto me despido con su "Good night and good luck!".



domingo, 13 de diciembre de 2009

MACHADO: ADDENDA

Voy recorriendo lentamente las entradas machadianas y recuerdo...

E intento comprender porqué no hice una entrada más personal, dejándome de según qué pruritos.

A fin de cuentas, en su día, elegí medio verso machadiano para titular un libro: De mar a mar, que reunía la correspondencia de la jovencísima Ana María Moix y la senior Rosa Chacel (aún en el exilio, en 1967, cuando empezó aquel torrencial coloquio), imponiéndome al deseo de Ana María, que quería que titulase aquel epistolario (¡nada menos!) como "Amor y pedagogía" (con cierta razón, pues mucho de todo eso había en esos cientos de páginas, pero....).

Voy recordando y sé (ahora, al cabo del tiempo: poco, cronológicamente, pero mucho en intensidad) porqué mis "defensas" emocionales eludieron tal posibilidad.

Y es que, a pesar de la premura y del espanto y del dolor con que sobrevino la muerte de mi padre (y de la repugnancia que me producía saber que esos versos formaban parte del ciclo de "Guiomar"), lo cierto es que un 31 de agosto de 2003 (un verano en el que no se conseguía un puto ventilador en toda España) elegí, para el recordatorio de mi padre estos versos de Antonio Machado:

Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Selor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.


MACHADO: REVIVAL

“El Emplazado” es uno de esos falsos títulos románticos que detesto.
Y sin embargo, en aras de la verdad (o por moor de la verdad, que dirían algunos falsos románticos) me siento emplazada, por un romántico romántico -El Pobrecito Hablador-, y por un postmoderno -Eastriver-, a hablar de…

los “CAMINOS DE COLOR VIOLETA” y de “UNA LUZ DE ORO PÁLIDO, UNA LUZ DE SUEÑO”.







Es decir que puntearé algunas notas sobre quienes estuvieron EN SORIA, CON ANTONIO MACHADO (aprovechando una comunicación inédita leída en un reciente Homenaje (2007), cuyas Actas no se publicarán, por aquello de la Krisis y otras Koyunturas).

Bueno, tampoco soy excesivamente tonta como para darlo todo aquí, gratis et amore (y no a causa de los amigos y devotos, no......) de modo que sólo pulsaré una o dos notas de las múltiples posibles.






Que los entrecomillados paisajísticos que encabezan estas líneas se refieren a las tierras de Soria, a todos nosotros nos resulta tan cierto como que (posiblemente) vengan firmadas por Antonio Machado, el poeta que tuvo patria donde corre el Duero y al que le corresponde el nada desdeñable mérito de que “Soria, aislada, pobre, con su clima duro y a trasmano de las rutas importantes, haya llegado a ser imagen familiar para los hombres de lectura”, porque en 1907 Antonio Machado “vino a ella en los años de su primera madurez, amó, sufrió y encontró en sus paisajes el tema conveniente a su talante espiritual”.

Son las palabras con que Dionisio Ridruejo abre este tramo de su guía sobre Castilla la Vieja, afirmando acto seguido que “hoy se habla de la Soria de Machado más que de la Soria numantina” (otro mérito no menor, este desplazamiento de uno de los mitos nacionales más poderosos), y explicándonos que “si Soria es, sobre todo, la de Machado ello no sucede sólo por la mayor genialidad de nuestro poeta preferido, sino porque el sujeto se ajustaba bien a la óptica del contemplador, que era la dominante en un tiempo de crisis y esperanza” (Castilla la Vieja. Soria. Barcelona, Destino (“dl, 130”), 1974, p. 7.)







El criticismo progresista (o el patriotismo crítico) del hombre Antonio Machado le llevará a convertir a Soria en el paradigma extremo de la España menoscabada, sumergida bajo un pasado altisonante y debatiéndose por romper “hacia la vida” con la pesadumbre de sus tierras desnudas y de su resignación, tan mineral como la entraña de los páramos.

Por otra parte, su intimismo de raíz idealista le llevará a una contemplación estética de signo existencial cuando la pena de amor y muerte exacerba o alquitara aquel paisaje, vaciándolo.







Conocemos el proceso: sabemos cuánto le debe a Soria el hombre Antonio Machado y lo que el poeta anhelante de una radical depuración de su voz lírica debe a aquellas tierras desnudas que pronto serán el paisaje subjetivable por excelencia: su paisaje-alma. Lo que quiero apuntar hoy son las consecuencias de esa simbiosis, tan fraternal como fecunda, de la que brotó una larga estela de viajeros-caminantes que al andar por aquí, como el poeta, gustaron de proyectar su sombra de paseantes contemplativos o simples merodeadores, pero lo hicieron con mirada y voz machadianas.
Porque el entendimiento (y la expresión poética) de un paisaje visto en la contemplación repetida e insistente del que pasa y vuelve a pasar, “del que llega a ver las cosas incorporadas a su visor” (OROZCO, Emilio, Paisaje y sentimiento de la naturaleza en la poesía española, Madrid, Ediciones del Centro, 1974, p. 209) y lo expresa de manera “tan densa, tan orgánica en su forma” (FRANK, WALDO, España virgen., p. 206.) como había hecho Antonio Machado, dejó a los demás viajeros inermes (mudos), sabedores de que aquella otra voz había alcanzado su máxima vibración: la autenticidad.






Lo explicó hace ya algunos años Julián Marías:

"Machado se acerca a las cosas y apenas las toca. No las viste, no las recubre de recursos retóricos; simplemente nos las señala, con un gesto tímido y sorprendido, que subraya su emoción o su belleza. Es poca cosa, pero esencial: porque ese gesto mínimo e indeciso, apenas esbozado, hace entrar a la cosa en el área de la vida del poeta –y por contagio simpático en la nuestra- y la deja dar sus más propias reverberaciones, la carga de alusiones a posibles actos vitales, apenas insinuados, que le confieren una densa virtualidad poética. Las cosas están presentes en la poesía de Machado, pero no como meras cosas, sino como realidades vividas, cubiertas por una pátina humana, como la “verdinosa piedra” de sus fuentes o de sus viejos bancos de las plazas. De ahí que el poeta, gracias a su misma sobriedad, no lo dé todo hecho al lector, no le dé una interpretación conclusa y sólo suya de los objetos poéticos, sino que se limita a ponerlos en el escorzo más favorable y es el lector el que, llevado de su mano “realiza” su propia interpretación poética de unos objetos que conservan así perenne frescura y un trasfondo de intactas posibilidades”
( “Antonio Machado y su interpretación poética de las cosas”, en Aquí y ahora, Buenos Aires, Espasa-Calpe Argentina (“Austral, 1206”), 1954, p.119).









Es lo máximo que un poeta puede desear; “que sus palabras realicen las cosas; que las cosas no puedan ya ser sin sus palabras”, como expuso Dionisio Ridruejo, quien muy a menudo sigue a Machado, aunque también discrepa de él en algunas apreciaciones.







Bien, podría seguir aportando testimonios de viajeros ilustres e ilustrados que fueron a Soria y hablaron de aquellos caminos de color violeta y una luz de oro pálido, con paleta y moldes machadianos, pero no se trata de facilitarles la labor a los alumnos aventajados (que los hay, aunque no sean, precisamente, los que se declaran devotos de este Blog, sino... loslistillos desdeñosos).
Pero también podría seguir aduciendo testimonios de aquellos que contaron que… cuando Machado y Leonor abandonaron Soria en su viaje de luna de miel… los chiquillos les apedrearon.
Lo recuerda una joven María Zambrano en sus palabras del regreso, de las que ya hablé aquí.
También en este libro habla María Zambrano de la estrecha relación que unió a su padre, don Blas Zambrano, y al poeta.

Pues eso: a leer, para saber.
Sin rizar el rizo, eso no.
¡Uf!

jueves, 10 de diciembre de 2009

DE MOSTRADOR EN MOSTRADOR

Últimamente, he ido de mostrador en mostrador (por aquello de los médicos y análisis y demás).
(Y no os cuento las peripecias porque: o las contextualizo y relato con profusión de detalles ... o mi reputación quedaría maltrecha).

Iba de mostrador en mostrador y al ver a aquellas chicas o mujeres que me atendían: a mí, cara a cara; al teléfono, mediante el aparatito que llevaban hincado en la oreja; y a la pantalla del ordenador...

... recordé a los románticos y su proverbial profilaxis: sus advertencias sobre el crecimiento de lo racional e instrumental (ayudada por el ensayo de Safransky, que sigo recomendando, entre otras cosas porque es una buena síntesis y porque ya no se encuentran en "el mercado" los clásicos de Schenk, Bowra, Abrams, Béguin, Berlin, Bowra y demás... Están en la Bibliografía, recuerdo).







Total, que iba yo de mostrador en mostrador y... recordando los asuntos pendientes...

Por ejemplo, retorcerle el cuello a la edición de Si te dicen que caí, de Juan Marsé.
Es decir, pulir las anotaciones al texto y demás...







(Y es que es difícil cerrar. Sobre un hallazgo stendhaliano de última hora, acabo de encontarme con una referencia irreverente de Casavella sobre el lokal Shanghai (un baile taxi del que Marsé habla en su novela), luego rebautizado Bolero, pero... ¿a quién le importa eso? ¿Alguien recuerda al gran Casavella?).


Y además... consignar (que se decía) las variantes y esas cositas (¿le importarán a alguien? ¿subsistirán los filólogos?

Porque si en el Carmelo yo escuchaba ¿alegremente? a Jacques Brel, en las páginas de la novela resuenan otras coplas.
Por ejemplo, ésta.






Sólo que los mostradores del "Tatuaje", de la Piquer (es decir, doña Concha), no han sido estos míos recientes.





miércoles, 2 de diciembre de 2009

MUJERES MALTRATADAS


Estas jornadas de reposo y de sobredosis de actualidad televisiva (ante la imposibilidad de leer), al llegar a la correspondiente al Día de las mujeres maltratadas recordé que dejé mis clases interrumpidas cuando trataba de explicar a los alumnos lo escasamente conmovida que me siento al leer la poesía de Espronceda.






Y les conté que, alertada por don Antonio Machado (a través de su Juan de Mairena), descubrí muy pronto al cínico que yace tras la máscara pública. Que José Moreno-Villa aseguraba (en el prólogo a las Poesías de Espronceda publicadas por Espasa-Calpe en 1923) que en esos años muy pocos retenían en la memoria más de un par de versos del celebrado vate. Que Gabriel Celaya -en Inquisición de la poesía- tampoco me ayudó mucho a estimular la devoción por Espronceda, que Guillermo Carnero fue aún más cáustico, desbaratando la leyenda roja y la pretendida poesía social. Y que Rosa Chacel al asediar los versos que Espronceda le dedicó a su célebre amante, Teresa Mancha, en el Canto III de El Diablo Mundo, llega a conclusiones irrefutables, aceptando sólo aquellos que hablan de un espíritu indomable, absolutamente atípico en la España de su época, porque aquella mujer había sido una de esas figuras que se proyectaron en la pantalla de la historia con un perfil muy singular pero cuya vida y hechos habían quedado desdibujados o silenciados casi por completo.

Teresa Mancha fue un personaje de nuestro romanticismo que, como tantos otros, hizo acto de presencia en la vida misma antes que en las letras.


AQUÍ DEBERÍA IR UN RETRATO DE TERESA, PERO QUEDA UNO, Y DESDE LUEGO NO SE ENCUENTRA EN LA RED. ¡curioso!


Porque si el Canto fue el mundo de Teresa, y todo lo que ella podía esperar de su amante se contenía en esos versos, Rosa Chacel al escribir la biografía-novelada, Teresa (hay una reciente edición en Visor, 2007) decide medirlo y sopesarlo con cuidado, estudiándolo detenidamente hasta obtener una cuidadosa representación plástica. El resultado no le convenció: a pesar de los sentimientos desgarrados, de la profusión de exclamaciones, alaridos y quejas, a la escritora le parecía que “en el Canto toda nota dolorosa, para un buen oído, desafinaba un poco. Era poco, cuestión de una milésima de tono, pero cantaba en falso”.


Y no es que estemos instalados en el fácil territorio de cierta apologética feminista. Porque es el juicio que más tarde haría Jaime Gil de Biedma en su estudio sobre la poesía de Espronceda -más piadoso y comprensivo que los poetas anteriores-, recogido en El pie de la letra, donde escribe: “Pero la persona de ésta [Teresa], tan despiadadamente reducida a mero simbólico trasunto, se venga haciendo que la formulación de los sentimientos del poeta resulte inadecuada y moralmente incoherente”.


Lo admirable es comprobar cómo Rosa Chacel, desoyendo la versión oficial de aquella historia y sin atender al estado de opinión generalizado y admitido, consigue rescatar el alma de Teresa y mostrarnos una mujer que fue ejemplo de libertad y de vida, rescatándola del fango y desoyendo las turbias anécdotas y la “almibarada blasfemia” que se habían vertido sobre Teresa Mancha, para hacerle encarnar los más profundos valores del Romanticismo, al par que astillaba la máscara esproncediana, muy en sintonía con el sentir de los poetas de su generación, que de nuestro romanticismo sólo respetaban a Larra y Bécquer.







De modo que fue el espíritu de Larra el que Rosa Chacel tuvo continuamente en cuenta al ponerse ante el romanticismo, y con él trató de imaginar a Teresa. No fue un capricho. Muchos años después, en sus Memorias (Los pasos contados), otro prosista de la generación, Corpus Barga, afirmaría que el suicidio de Larra y la muerte de Teresa son los dos hechos que nos brindan la verdadera y más profunda estampa del Madrid romántico:



“¿Cómo no se ha hecho la película del Madrid romántico, con el suicidio de Larra? Habría que hacerla con el suicidio de Larra y la muerte de Teresa Mancha, ocurrida dos años después… La película de dos amores desdichados. El amor del prosista escéptico y burlón hizo de él la víctima. El del poeta de los ayes y los apóstrofes hizo víctima a ella… De los dos amantes, el poeta y el prosista, desesperados por haber perdido en el mayor juego de envite y azar, el del amor y la muerte, el prosista fue poeta, el romántico, se mató; el poeta fue burgués, se aprovechó, escribió un poema. Hay una magnífica película (por hacer) en los dos amores desdichados del primer romanticismo español, con sus dos musas cruzadas; la caída, la perdida, para el poeta burgués, y la burguesita, la arregladita, para el prosista inconforme. Si Espronceda hubiera sido el amante de Dolores y Larra el de Teresa, Larra no se hubiera suicidado ni Espronceda hubiera escrito su Canto.





Fácil, demasiado fácil sería pensar que tal vez en estos hechos Rosa Chacel estuviera cargando las tintas a favor de su heroína, pero hay otras prestigiosas voces que coinciden con la de ella. Algunas las he mencionado ya, pero también quiero añadirles la valoración que hace Unamuno en un pasaje de “Sobre Don Juan Tenorio”, un artículo de 1908 recogido en Mi religión y otros ensayos breves, donde aventura que, de no haber muerto en la flor de sus años, el donjuanesco poeta habría llegado a ser ministro –y ministro moderado, puntualiza-, “porque Espronceda, a pesar de la calentura progresista de su primera mocedad –calentura que fue la causa de que llegara a conocer a Teresa Mancha-, llevó siempre dentro de sí un reaccionario, o mejor dicho, un hombre que no quiso detenerse a sondar ciertos problemas. Su famosa desesperación, a la moda byroniana, era más retórica que otra cosa. Espronceda no pudo dudar de ciertas cosas porque jamás pensó en ellas en serio”, concluye Unamuno.






Aun así, seguiré con nuestros románticos canónicos (que no son los verdaderos).

martes, 1 de diciembre de 2009

PIRATERÍA

Me ha parecido interesante esta nota que me envía Pepo Paz, editor de Bartleby. Y muy especialmente, el debate que la entrada de su Blog está generando.




http://pepopazsaz.blogspot.com/

Piratas en casa (no sólo en el Índico)

Los que apostamos por una obra literaria, los que ponemos nuestro patrimonio en juego porque creemos en la edición, en la Literatura, en que la lectura de libros es una vía que nos hace crecer y ser mejores, estamos desprotegidos frente a los piratillas. Aunque estos se crean muy graciosos. Abren hoy los diarios con una noticia importante: La Ley de Economía Sostenible permitirá que se corte el acceso a Internet a quienes piratean los contenidos. Es el caso del siguiente blog: Neorrabioso. Como podéis ver, hasta siete obras editadas por Bartleby en los dos-tres últimos años han sido saqueadas y están expuestas al pillaje virtual. Además, como he sido educado y le he pedido, por favor, que retire esos contenidos, le tengo que dar las gracias. Ya veis cómo están las cosas. Encima tenemos suerte de que no le hayan gustado otras tantas. O de que no haya tenido tiempo para teclear los contenidos en su blog.

Pues bien: desde este mismo momento, y amparados por la cobertura jurídica que nos ofrece la Asociación de Editores de Madrid, vamos a levantar acta notarial de todas las violaciones de nuestros derechos en internet y proceder judicialmente contra quienes ejerzan la piratería contra ellos. Por el bien de todos pero, en especial, de los autores que crean y, también, de los traductores que trabajan en la soledad de sus habitaciones intentando sacar los mejor de sí mismos para que los lectores accedan a la obra de esos autores. Si tenemos buenas traducciones es, simplemente, porque trabajamos con buenos traductores. Y el que piratea los contenidos de nuestros libros debe de saber que no nos está haciendo ningún favor: ni a Bartleby como editorial (ya tenemos otros medios para llegar a los lectores), ni a los traductores ni a los autores de la obra original.