domingo, 28 de junio de 2009

ESTÉTICA


Hace ya unos días que mi hijo Nico y sus amigos acabaron sus obligaciones académicas y de vez en cuando se bajan a la Barceloneta. Yo lo hice el año pasado una desesperada tarde de sábado y... lo mejor eran las masajistas chinas, a qué engañarnos.




Vengo de donde vengo y, considerando que mi playa de Asturias era (y sigue siendo) ésta



Aunque también me gustaba la vieja Barceloneta (por asquerosa que dijeran que estaba la playa y el agua) y los baños de San Sebastián y por supuesto cenar en los chiriguitos instalados en la arena... Le pregunté a Nico si seguían las masajistas, informó que sí, pero sigo sin decidirme a bajar.

Últimamente, como ya sabéis en qué situación me encuentro, sin poder embarcarme en casi nada (salvo corregir exámenes, en el Despacho), he dejado para estos días de errabundia forzada una serie de gestiones de diversa índole. Entre ellas, cortarme el pelo.

Alguna combustión extraña debió de producirse en mi sub porque en vez de bajar a La Pelu de Tallers tomé la dirección contraria. Últimamente me había fijado en un "Centro de Estética con Peluquería Modas Jim", porque está al lado de la tintorería (a un par de pasos), muy frecuentada con lo del cambio de estaciones y demás y también porque hubo una noticia sobre cómo muchos de estos locales prestaban otros servicios, no sé si solicitados o no. Pero ayer tarde había dos o tres clientas que inspiraban confianza, y me animé a probar (los precios invitaban).

Nada más entrar se organizó en torno a mí un bullicio de colmena, pues enseguida comprobé que del fondo del local aparecían dos o tres mujeres más, aparte del chico que cortaba el pelo y otras dos jóvenes entregadas a otras tantas clientas. Vino una señora de mediana edad decidida.....

La señora, decidida, sentenció: "Laval" y, al concluir, tras enrollarme una segunda toalla en la cabeza (las cambian en cuanto quedan mínimamente mojadas) empezó el masaje: hombros, cuello, cervicales, brazos... Unos diez minutos bien bien. Movimientos enérgicos, algo demasiado contundentes al final.
"Ahola lelajada", se despidió con sonrisa amable.
Pronto entendería el motivo oculto y la razón de ser del masaje: su necesidad y conveniencia. Ocupó su puesto el chico, que había acabado con la señora de mi derecha. Me miró largamente pero sin mostrar sorpresa y empezó a manejar la tijera a una velocidad endiablada. Eso y el comprobar que trabajaba en dirección contraria a la de los peluqueros de aquí, empezó a inquietarme. Pero una señora a mi izquierda (a la que había visto tirar de algún mechón de sus cabellos afirmando "liso, liso"), me dijo (en catalán): "No entienden nada, pero lo hacen muy bien". Supe entonces que era inútil preveer a mi arrebatado peluquero sobre mis remolinos pero recurrimos a la comunicación no verbal y la cosa salió muy bien, la verdad... Antes de acabar, eso sí, me preguntó ¿Gómina?.
"Sí, un poco".
"Poco, sí", aceptó.

El precio eran 12;50 y dejé 15 euros, indicando con un gesto que los abarcase a todos . Dije "Propina".
"Plopina", sonrieron.
Intenté, sin éxito, que perfeccionaran la pronunciación. Renuncié tras el tercer intento pero, aun así, me quedé satisfecha de haber aumentado notablemente su vocabulario.
Al pagar, cogí un folleto que, entre otros servicios, ofrecían un "tatuaje de cejas" (120 euros) y "Bordar cejas" (150 euros).

Y me quedé intrigada por esa insólita carestía.

Y ya os lo contaré si me decido a probar/experimentar.


jueves, 25 de junio de 2009

A LA INTEMPERIE: NOUVELLE



Como mi casa ya no es mi casa…
(Han empezado por fin la proclamada reforma de las fachadas…
(Lo de proclamada viene a cuento de que, tras varios rifirrafes con el Ayuntamiento…
(Con la misma institución que quería derruir los bellísimos edificios que se alzan frente frente al Palacio de la Música y que de repente decide catalogar una modesta finca de la calle Aribau
(Unas obras que deberían haber empezado el 14 de abril…, por fin están teniendo lugar).




Peor que las uralitas, os lo juro. Porque mi estudio-liliput lo tengo en la galería (allí donde los demás vecinos instalan sus lavadoras y otros trastos) que da a uno de los magníficos patios de Cerdá, aunque sin jardín. Pero la luz y el silencio son incontestables (salvo en verano, por culpa de los motores del aire acondicionado del edificio de Hacienda, pero ya me explicó mi querida Marisé Lasaosa, arquitecta, la normativa que en este caso no cumplen, así que... a la vuelta del estío... ejem, ejem)





Total que cuando de buena mañana empezaba a trabajar y la cosa a cundir, al poco me daba de bruces con los hombres-araña (pobrecillos, no digo nada de ellos sino de su empresa), tan inquietantes. Aparecen, desparecen, hablan (¡Señora! ¿No tendrá la llavecita de la azotea? Es mejor que vaya retirando el silloncito, aconsejan, mientras pasean una mirada pasmada por las estanterías) y suben y bajan, y sonríen cuando nos daríamos de bruces de no ser por el cristal…
Ahora ya están dentro de mi casa, prácticamente y las dotos reproducen el caos queme rodea.

Así que como mi casa ya no es mi casa, decido ser yo. Cojo una nouvelle y me voy a leerla a un jardín cercano, ignorando las dos novelas de 500 páginas pendientes de reseñar para las publicaciones donde colaboro con cierta asiduidad.



Digo Nouvelle por no decir Novelita (deliciosa, eso sí) porque, como escribe doña Emilia en esas páginas (sí, sí, hablo de la Pardo Bazán), con la sorna que caracteriza a quien fue bautizada como "Capitana Verdades":

"Si le parece a usted diremos, en vez de timarse, flirtear. Una palabrita inglesa dulcifica lo más agrio".

¿Verdad que sí?
Hay un humor encantador en El Niño de Guzmán (publicada en Ediciones del Viento), una novela breve , un delicioso pastiche del “género casto y sentimental” que seguramente habría alentado las fantasías de las bovarys ibéricas, como lo hizo con una de las protagonistas de esta historia, en la que aparecen otros quijotes : el muchacho de origen español educado por un tutor irlandés devoto de la imagen romántica de España, que cuando llega aquí, en 1897… pues que no, que la realidad estrangulaba los sueños. Hay en El Niño de Guzmán una ácida crítica de la España de Cánovas (acaba con el asesinato del Presidente del Consejo de Ministros en un balneario de Mondragón, el 8 de agosto de 1897), una revisión de la dejación de todo un país, cuyas clases altas se dedicaban a reproducir el snobismo ajeno, y cuya clase media….

"Enriquecida por el expolio de los bienes de la Iglesia; engreída ridículamente con los títulos nobiliarios que prodigaron a banqueros y mercachifles los políticos, con anuencia de los reyes; idólatra del dinero, pervertida y prevaricadora… ¡Santo Dios! ¡La clase media! ¿Yo creo que ahí está la fuente de todos nuestros males!"





Una lectura perfecta para relajarse: la trama sentimental está llena de guiños risueños y por lo demás… sosiego y deleite pese al zafarrancho.

domingo, 21 de junio de 2009

MÚSICA

Me entero de que hoy es el día mundial de la Música y decido rendirle homenaje porque poco a poco he venido recuperando el tiempo y el espacio necesarios para escuchar música, que nunca entendí como mera nota ambiental (lo que me trae más de un problema con algunos amigos, cuando me invitan a cenar a su casa y se empeñan en...) ni acompañante de conversaciones, salvo que (de jóvenes) quedásemos explícitamente para escuchar tal o cual álbum.
Yo, por lo general, no me gastaba mucho dnero en discos: vivía de los LPs que me dejaban o regalaban mis hermanos y mis amigos. Cuando por primera vez salí de España (en 1974) compré algunas joyitas (mayormente para sacarme la espina). Una de ellas fue el doble LP "Songs of the Spanish Civil War", con interpretaciones clásicas tipo "Si me quieres escribir", "Los cuatro generales", "El quinto regimiento ", "Viva la Quince Brigada", y demás. Una de ellas interpretada por Pete Seeger.




Es un doble álbum precioso que hivernó en un altillo (con el equipo que lo hacía sonar: un Marantz comprado en Berlín e introducido ilegalmente en España allá por 1982, en la furgoneta de un amigo, para eludir los disparatados aranceles de la aduana) hasta que mi hijo Nico (alentado por su troupe de amigos fanáticos de... "lo antiguo": la colección de vinilos de los padres, igual que nosotros nos pirrábamos por las enaguas de la abuela o los abanicos) lo trajo a primer plano.

Por razones que no vienen a cuento, en los últimos meses a menudo me acompañaron canciones como "Lied der Internationalen Brigaden" (con letra de Erich Weinert y música de Espinosa/Palacio), "Hans Beimler" (letra de Ernst Busch y música de Friedrich Silcher (1789-1860), "Die Thäelmann Kolonne" (letra de Karl Ernst y música de Peter Daniel), "La canción del Frente Unido" (letra de BERTOLD BRECHT y música de Hans Eisler), "Jarama Valley"...

En fin, podría seguir. Pero, contra lo que sostiene David Lodge en su "The Art of Fiction" (hay traducción en Península), o aquí somos muy tontos o no les sabemos sacar el debido partido o rendimiento literario a "las listas", en tanto que recurso narrativo, según propone el novelista inglés (creo recordar que algo dije al respecto en el prólogo a "Ronda Marsé). Total, que últimamente cuando vuelvo a tener tiempo para escuchar música suelo acudir al apartado correspondiente en el ordenador de Nico. Uno de esos apartados se titula GUERRA CIVIL, en el cual, junto a los temas clásicos ya mencionados, encontré esta estremecedora pieza (creo que muy poco conocida, según mis informantes-consultores).







"Si la bala me da" ("Wenn das Eisen mich mäch") fue una especie de banda sonora en una reciente aventura, cuando hacía una pausa para descansar. Si (fácilmente) la melancolía me invadía, entonces variaba de ritmo, aunque sin salirme del registro, y me metía esta especie de chute: "Arroja la bomba", una canción extrema en su mensaje (pero la historia fue como fue), además de inquietante cuando tales consignas las propaga una vocecita femenina, tan enérgica como cálida (la voz, en sus quiebros). En la Barcelona en armas, llegó a ser casi tan popular como el himno "Hijos del pueblo". Al parecer, según mis fuentes, la canción fue compuesta por un cenetista aragonés en los calabozos de Jefatura de Policía de Barcelona, en 1932, cuando fue sometido a brutales interrogatorios.


jueves, 18 de junio de 2009

ELENA GARRO

Un pequeño encargo relativo a la poesía de Rosa Chacel me lleva a evocar Elena Garro, ya que fue nuestra escritora quien por primera vez me habló de Elena Garro. Lo hizo un día en que se dedicó a comentarme sus estupendas meteduras de pata (las de la propia Rosa, se entiende), porque resultó que en un poema dedicado a Octavio Paz ("Himno octaviano"), que Rosa compuso acudiendo al legado mítico-cultural de su adorada Grecia, en un verso se hablaba de Helena, y claro.... Elena Garro fue la primera mujer/esposa del célebre poeta, pero para entonces éste ya estaba unido a Marie Jo (creo recordar que así se llamaba la segunda).

Elena Garro dedicó uno de sus libros a hablar de la ruptura con OP, pero no es el mejor, ni mucho menos, ni nos da la medida de su escritura. Por eso ni lo menciono.



Aquí creo que tampoco se ha difundido/defendido mucho la obra de Elena Garro, escritora de una poderosa personalidad, que ha cultivado la novela, el cuento, el teatro, además de haber colaborado en guiones cinematográficos.

Nacida en Puebla (México), en 1920, visitó por primera vez España en 1937. Llegaba recién casada, acompañando a Octavio, que participaría en el Congreso Internacional de Escritores Antifascistas celebrado en Valencia. Los recuerdos de aquellos meses los reunió Elena Garro en el libro Memorias de España, 1937 (publicado en México, Siglo XXI, 1992). En él descubrimos la prosa ágil y clara propia de la crónica, la transparencia de una mirada casi infantil (recordemos, Elena tenía diecisiete años) capaz de subrayar el lado cómico de algunos hechos, como la ceremonia de la boda previa a la partida para España:

"Todo iba de prisa y a paso militar. Subimos la escalera y llegamos a un despacho donde un hombre de gafas, según me enteré después, leyó la epístola de Melchor Ocampo que, también lo supe después, es la epístola laica del matrimonio en México. Me aburrió el texto y me senté en una silla de bejuco. 'Póngase de pie, que se está casando', exclamó indignado el oficinista. Me puse de pie y el oficinista ordenó 'Firme aquí'. Pensaba en el examen y no escuché la fecha de mi nacimiento y resultó que en el acta que firmé tenía más años para resultar mayor de edad. Por eso, luego resultó que no estaba casada, pero que sí lo estaba 'por antigüedad'.
La escena era 'al revés volteado' como dicen en México."







Y una mirada capaz también de subrayar la poesía -como en el espléndido recuerdo de Luis Cernuda, de María Zambrano o de Miguel Hernández o en la delicada memoria de la fotógrafa Gerda Taro, que "tenía el aire melancólico de un canario extraviado"- tanto como de delatar los aspectos más turbios o mezquinos de la humana condición: la "persecución" que Neruda ejercía sobre César Vallejo, cuyo "rostro grave" fascinaba a Elena Garro, "como si estuviera devorado por un terrible sufrimiento", sabedor de que "el hombre moderno tiene el corazón de piedra"; o el silencio en torno al General Miaja a su llegada a México y a quien Elena Garro, contraviniendo las instrucciones de Paz y sus amigos (comunarros), fue a esperar a la Estación de Interoceánico, con un ramo de rosas: "El General bajó solo del tren, venía de paisano y con una maleta vieja."


Los recuerdos del porvenir -título que coincide con el nombre que Alejo Carpentier da a una cantina situada al fondo de la selva de Los pasos perdidos (1953)- es novela que Elena Garro empieza a escribir en 1953, y a la que estuvo a punto de renunciar pero que finalmente le publicó el gran Díez-Canedo en 1963, obteniendo su autora el premio Xavier Villaurrutia de ese año. De la novela afirmó Octavio Paz en 1966: "Después de Juan Rulfo [...], la mayoría de los novelistas y cuentistas mexicanos prefieren explorar el tema de la ciudad. Y sin embargo, en los últimos años han aparecido dos novelas notables con temas provincianos. Una de ellas es La feria, de Juan José Arreola [...]. La otra novela es una obra de verdad extraordinaria, una de las creaciones más perfectas de la literatura hispanoamericana contemporánea: Los recuerdos del porvenir..."

Es, ciertamente, una excelente novela -y me temo que la única de Elena Garro publicada en España (Madrid, Siruela, 1994)-, donde se combinan Historia y Poesía, Épica y Cotidianeidad, Realismo y Ensueño. Tiene como telón de fondo la llamada "guerra cristera", es decir que el marco histórico corresponde a los años posteriores a la muerte de Francisco Madero, cuando se traiciona el ideario revolucionario bajo la dictadura de Calles (1924-1927). Entronca, por tanto, con esa corriente que en la narrativa mexicana de los años treinta se denomina "novela de la Revolución". Pero la gran novedad en la obra de Elena Garro radica en la capacidad de la autora para extraer de ese fondo histórico la poesía que subyace en el paisaje, en las pasiones, en las almas, en las calles, palacetes o cantinas de una ciudad, Ixtepec, que se erige en genuina voz del narrador -una primera persona del plural, la colectividad, capaz de aunar registros diversos: desde la escueta crónica a la elevación de la elegía o el canto. Ese narrador da cuenta del acontecer: "Cuando el general Francisco Rosas llegó a poner orden me vi invadido por el miedo y olvidé el arte de las fiestas." (p. 14); "Y mientras tanto, por mis cielos altos y azules, sin asomo de nubes, seguían haciendo círculos cada vez más cerrados las grandes bandadas de zopilotes que vigilaban a los ahorcados de las trancas de Cocula." (p. 105). Y también lo filtra y sintetiza en pasajes más bien discursivos:





"En esos días era yo tan desdichado que mis horas se acumulaban informes y mi memoria se había convertido en sensaciones. La desdicha, como el dolor físico, iguala los minutos. Los días se convierten en el mismo día, los actos en el mismo acto y las personas en un solo personaje inútil. El mundo pierde su variedad, la luz se aniquila y los milagros quedan abolidos. La inercia de esos días repetidos me guardaba quieto, contemplando la fuga inútil de mis horas y esperando el milagro que se obstinaba en no producirse. El porvenir era la repetición del pasado. Inmóvil, me dejaba devorar por la sed que roía mis esquinas. Para romper los días petrificados sólo me quedaba el espejismo ineficaz de la violencia, y la crueldad se ejercía con furor sobre las mujeres, los perros callejeros y los indios. Como en las tragedias, vivíamos dentro de un tiempo quieto y los personajes sucumbían presos en ese instante detenido. Era en vano que hicieran gestos cada vez más sangrientos. Habíamos abolido al tiempo." (p. 66)

Pero sobre todo se filtra en esas vidas prisioneras de un tiempo. Espléndidos son los perfiles femeninos, ricamente contrapunteados entre sí, bien mediante una oposición familiar o generacional -madres e hijas-, bien mediante una oposición ideológica -Lola Goríbar frente al resto de las señoras: Ana, Matilde, Elvira- o social -el mundo de las criadas o de las "cuscas" e incluso el de Julia o las otra amantes de los militares-.


Es prodigiosa la capacidad de Elena Garro para recrear ese mundo y transmitirlo de forma tan viva y sugerente, empleando -como señaló el escritor Jorge Ayala Blanco- procedimientos de prosa poética para llegar así a la magia del espacio mediante la expansión de la metáfora. Es el lenguaje y una cosmovisión que abreva en una tradición plural y fecunda -desde el surrealismo a la literatura autóctona-, y que en varias ocasiones han sido señalados como preludio de Gabriel García Márquez, lo que explica la brillantez de tantas páginas de Los recuerdos del porvenir.

(Cotilleo: Por eso, conociendo esta novela de la Garro, no me conmoccionó tanto como a otros colegas Una ventana al norte, de Álvaro Pombo, donde el novelista cántabro se remonta también a la guerra de los cristeros.)

El desconocimiento de la obra de Elena Garro puede explicarse, en parte, por la propia actitud de la escritora, que vivió alejada de la "vida literaria", aunque inspiró páginas de la literatura de su tiempo: José Bianco la recreó en La pérdida del reino, y Adolfo Bioy Casares en El sueño de los héroes. Elena asoma asimismo en Piedra y sol y en Pasado en claro, y protagoniza Mi vida con la ola, de Octavio Paz. Algunos creen verla también en el relato "Las dos Elenas", incluido en el volumen Cantar de ciegos, de Carlos Fuentes.




Pero donde de verdad sería necesario verla es en sus obras. Tanto en las que se publicaron en México -las novelas Testimonios sobre Mariana (1981), Reencuentro de personajes (1982), La casa junto al río (1983), Y matarazo no llamó (1991); los libros de relatos Andamos huyendo, Lola (1980), La semana de colores (1989) y los dramas Felipe Angeles (1979) y Un hogar sólido y otras piezas en un acto (1983)- como las otras novelas que, según afirma Miguel Angel Quemain, Elena Garro tiene aún inéditas: Un traje rojo para un duelo, Inés, Mi hermanita Magdalena, Larga es la noche Loreto y Un corazón en un bote de basura.

Elena Garro murió en agosto de 1998.

domingo, 14 de junio de 2009

NONI BENEGAS

A Noni Benegas la conocí personalmente en Soria, en un congreso que nos reunía para hablar de la llegada de Machado allí, en 1907.

La volveré a ver en Barcelona, el próximo martes 16, a las 19:30, en el Ateneo, donde Nora Catelli y Edgardo Dobry presentarán el nuevo poemario de Noni Benegas, del que os incluyo un poema.





Los relojes, ¿pesan?
¿un autómata pesa?
¿pesa el resorte,
el mecanismo simple
de tres compuesto,
el engranaje,
los meros dientes
las manecillas
que abrir quisieran
y desmontar
pudieran
la máquina en celo,
el instinto cielo
de un metal candente
como estar vivos?


De ese roce vivo (Huerga y Fierro, 2009)

jueves, 11 de junio de 2009

1968: CoHN-Bendit

Saben bien mis alumnos que a menudo les insisto en que rehúyan las frases hechas que tanto gustan a los políticos por aquello de conectar con la masa y estar au dessis... Una de las que más detesto es "Sobre gustos no hay nada escrito" (o cualquiera de su variantes). Desde que un día (cuando con Guelbenzu impartía en Santander un seminario de narrativa) le oí a él replicar "Pues mire usted, sí lo hay. Ocurre que usted no lo ha leído", suelo plagiar al novelista madrileño.

Otro lugar común que desprecio es lo "Una imagen vale más que mil palabras". Pues dependerá de la imagen y de las palabras.

Yo me llevo muy bien con ambas. De hecho, las imágenes recientes de Cohn-Bendit a raíz del espectacular aumento de los verdes et alii en las elecciones europeas, me han llevado a recordar un par de tomos que encierran unas ¿miles? de palabras. Uno es un ensayo del propio Daniel C-B, La revolución y nosotros, que la quisimos tanto Publicado hace ya unos cuantos años en la colección de ensayo de Anagrama (esa parte de mi biblioteca la tengo en el Raval, así que imposible precisar fecha)









El otro tomito que quiero recordar es una recopilación que Manuel Serrat Crespo ha hecho de las Pintadas, Eslóganes y Carteles del Mayo Francés, bellísimamente editadas en Edhasa (2008).





Tengo varias preferidas, entre las que se cuentan algunas de las más divulgados (por algo quedaron). Si hubiera de seleccionar una, cogería ésta:

LA BARRICADA CIERRA LA CALLE PERO ABRE EL CAMINO

domingo, 7 de junio de 2009

PEREGRINO GAY

Se acabaron las clases de este curso, y me quedé sin hablarles a mis alumnos de Siglo XX de Ciro Bayo, como les prometí cuando en Luces de bohemia Valle–Inclán retrataba al impar personaje en don Peregrino Gay, del que dice que “ha escrito la crónica de su vida andariega en un rancio y animado castellano”.







En la nota biográfica que el propio autor redactó para la Enciclopedia Espasa–Calpe viene mezclado lo cierto con lo imaginario y ni siquiera la fotografía (que es la de su padre) le corresponde. Al parecer, en 1878 se fue a La Habana con unos cómicos y, disuelta la compañía, él permaneció en la perla de las Antillas, regresando después a Barcelona. Hacia 1884 lo encontramos de nuevo en Madrid y, poco después, viajando por Europa. En 1889 sale de Barcelona rumbo a Argentina. En 1892 inició un viaje a caballo hacia Chicago, sede de la Exposición Universal: “Y a Chicago hubiera ido, ¡ya lo creo!, si no es porque en Sucre me hicieron tan buena acogida que no tuve más remedio que quedarme”, nos cuenta en Por la América desconocida, libro en que relata sus correrías por la altiplanicie andina (cinco años) y por la Mesopotamia boliviana (tres años), escenarios de un nuevo libro nómada, El peregrino en Indias, publicado en 1912.


Tras sus andanzas por Centro y Suramérica, cuando en 1900 regresa a España se nos dice que Ciro Bayo emprendió “a pie y sin dinero, dos viajes por tierras de Castilla, Andalucía y Levante, en la forma que describe en Lazarillo español”, aparecido en 1911. Un año antes se publicaba El peregrino entretenido (Viaje romancesco), relato cuyo origen se cifra en un viaje real desde Madrid al Monasterio de Yuste, que Ciro Bayo hizo acompañado de Pío y Ricardo Baroja, viaje que el novelista vasco dejó también reflejado en La dama errante (1908). Pero, como certeramente señaló Bernaldo de Quirós en su reseña de La Lectura, “mientras en las páginas de Baroja está continuamente el paisajista, aquí [en El peregrino entretenido] el paisaje desaparece –aunque se le siente presente, como en los días nublados tras de la niebla–, y las figuras, los retratos, campean casi exclusivamente”. Un avisado lector de este género como lo fue Azorín percibió lo nuevo, o al menos novedoso, de un libro que participa a la vez de lo novelesco, de lo curioso y de lo castizo, y que recoge tanto las voces nuevas como el peculiar y tradicional modo de expresión de la tierra que recorre.
(Creo que Camilo José Cela también se benefició del hallazgo en algunos de sus libros andariegos y carpetovetónicos.)





Hasta ahora, de Ciro Bayo yo sólo conocía los dos libros peninsulares, pero acabo de leer Chuquisaca o la plata perulera (Ediciones del Viento, 2009), un libro de 1912, que contiene cuadros históricos, tipos y costumbres del Alto Perú (Bolivia). Esta insólita entrega cubre, pues, parte de la epopeya americana de Ciro Bayo.


Creo que es un libro menos “pícaro” que los anteriores: más pegado a la verdad que a la ficción, con capítulos que versan sobre la Historia de Bolivia y otros, más interesantes, referidos a las etnias, desde el aborigen (el andícola altoperuano) a los mestizos o cholos y otros tipos. Bayo refiere además un par de experiencias autobiográficas (la de taquígrafo parlamentario, la de maestro de escuela y la redactor de El Fígaro una revista cómico-literaria) que le llevan a reflexionar sobre el imperialismo cultural:

Hay que convencerse de que la España actual no reúne potencia económica ni supremacía de cultura bastantes para el imperialismo intelectual en América … Todas nuestras aspiraciones de hegemonía deben cifrarse en que España sea, a lo sumo, inspiradora y guía …. En una palabra, que, sin renunciar al intercambio de espíritu y cultura con los pueblos de América, nos dejemos de imperialismos, tutelas o predominios intelectuales, de tan imposible realización como el imperialismo militar.





Y dado que andamos en lo que andamos, también me interesaron las reflexiones que en Chuquisaca o la plata perulera hace Ciro Bayo sobre las reformas de la enseñanza:

Aquí, como en España, llueve sobre la enseñanza un chaparrón de decretos y reformas, pero poco dinero. Y así anda ella en uno y otro país.

P.D.¡Ay qué pena! ¡Tener reloj y no tener cadena! (que me dijo uno de estos días mi querida Lluïsa la, asistenta, que dicen en Madrid). Es decir, contar con mentes despejadas e inteligentes que llevan un siglo avisando… y… Nastic de Plastic, que se decía.

He postergado esa entrada hasta después de los comicios, pero no me diréis que... es para ponerse a cantar... no sé muy bien qué..

viernes, 5 de junio de 2009

LLUEVE EN BARCELONA

Este año la lluvia ha caído abundante (y a veces trágica) sobre Barcelona. La anunciaron para el pasado fin de semana, que empezó caluroso y sofocante, pero no llegó hasta hoy, brevemente.





Entonces recordé una divertida historia de Hans Christian Andersen, que llegó a nuestra ciudad a finales del verano de 1862 y ya pasadas las diez de la noche. Llegaba a una estación de tren –“una barraca de madera”– abarrotada de público, donde “todo era alboroto, aglomeración, apretujones”, y donde el barullo y griterío propios de la hora y el lugar dan al escritor danés la impresión de hallarse “en medio de un saqueo”. Luego, ya subido al carruaje que lo trasladaría a la Fonda del Oriente –parada habitual de tantos viajeros de paso en la Barcelona de entonces- la primera visión de aquella ciudad para él exótica y nueva se le aparece repleta de vida y animación: “La iluminación resplandecía en las anchas calles, que se prolongaban entre edificios señoriales y desembocaban en el concurrido paseo de la Rambla. Las lámparas de gas esclarecían los escaparates de las tiendas […]. Allí arriba, se mostraba el cielo infinitamente claro, casi verde azulado”.


Las sucesivas visiones de la ciudad no defraudarán a Andersen. Pese a que por momentos se sentía en el París de España -“a pesar del influjo francés, que aquí, tan cerca de la frontera, se notaba en todo”-, el escritor danés encontrará “muchas cosas singulares y típicamente españolas que ver”, y en conjunto todo le parece “ameno y lleno de colorido”, notas especialmente destacadas en el latido vital de la ciudad, cuyas calles Andersen recorre al azar, infatigablemente, dejándonos así impagables estampas. Predominan las referidas al genuino boulevard –la Rambla-, activísimo a todas horas del día con su desfile de “ciudadanos y campesinos, oficinistas a pie, labriegos montados en sus mulos, carros y ómnibus, voces y gritos, chasquidos de látigos y tintineo de campanillas…”. Asimismo destacan las estampas de los grandes y magníficos cafés; las de las vistosas barberías; las de las tiendas y los escaparates… Andersen permanece aquí un par de semanas y tiene tiempo de verlo casi todo: los teatros (en el Liceo presencia el ensayo de una opereta; en el Teatro del Circo, una comedia de Scribe), la Plaza de Toros (extensa relación), el Cementerio del Poble Nou, la catedral, la Casa del Gran Inquisidor (que se estaba entonces demoliendo), el desconcertante dédalo de callejuelas todavía gremiales, la fortaleza de Montjuich o

… todo el arrabal que llaman la “Barceloneta”; cuando llegué allí, ¡menuda algarabía! Las calles allí son ángulos rectos, sin más que casas bajas, con aspecto de asilo de pobres; por todas partes hay puestos de ropa, quioscos de comidas, trastos viejos y baratijas; carretas de transporte y coches de mulas se cruzan entre sí; críos medio desnudos fumando pitillos, obreros, marineros, campesinos y ciudadanos, retozan al sol, entre el polvo. Aquí se anda siempre en medio de aglomeraciones; pero, si uno lo desea, puede darse un baño refrescante: se sale a la playa y allí hay casetas.





Y es que si impagables son las estampas de la ciudad, imborrables son algunas escenas protagonizadas por una troupe de titiriteros, un regimiento de soldados, los bañistas, un grupo de pescadores, el público de las corridas o aquel hombre de la clase humilde, con sus cuatro niñas pequeñas que entra en el suntuoso café a contemplar “con curiosidad, casi devoción, el lujo y la exquisitez a su alrededor”. Ahora bien, si “dignas de pasar al lienzo” son dichas escenas, la verdaderamente antológica es la de la gran inundación que anega la Rambla y que llega a inspirarle un cuento:

Nunca antes hubiera imaginado el poder de un torrente de montaña. Pensé en el Külborn de Undine. Pensé en el cuento que podía salir de ese pequeño torrente de montaña, normalmente un simple arroyuelo cercado de áloes y chumberas. Su ninfa era una niña juguetona –por cierto, las niñas españolas, en un instante, se tornan doncellas adolescentes- bueno, pues aquí, esta doncella voluntariosa e intrépida acababa de llegar a la gran ciudad para aposentarse en ella, entre sus gentes, para husmear en sus casas e iglesias, saludarles en el paseo donde se conocen los desconocidos; yo fui testigo de su llegada.




Lo apocalítico de la escena es memorable pero sólo puedo aquí entresacar unas líneas de aquella espléndida crónica de sucesos:

Todo eran gritos y carreras; desde mi balcón vi como echaban montones de grava delante del hotel; por ambas calles […] bajaba rodando una corriente de agua color café con leche. Las calles empedradas de la Rambla eran un creciente y arrollador río […] el río crecía y crecía y, al fin, se desbordó y saltó sobre todo obstáculo que halló en el camino; rápidamente quedaron inundados los raíles, la carretera quedó totalmente socavada, las cercas reventadas, árboles y árboles arrancados de cuajo por el ímpetu del aluvión, que irrumpió por la puerta de la ciudad, rugiendo como presa de molino; color café con leche tenían las aguas que bajaban bordeando la calzada del paseo; consigo arrastraban las casetas de madera, las mercancías, los carros y barriles: todo cuanto hallaban a su paso; calabazas, naranjas, mesas y bancos salieron navegando. […] Dentro de las tiendas se movía la gente con el agua hasta las caderas; los más robustos, desde el interior del local, tensaron unas cuerdas sobre el nivel del agua, enganchándolas en los árboles de la parte más alta de la rambla, de modo que las señoras tuviesen donde agarrarse al andar entre la arrolladora corriente. A pesar de todo, vi cómo era arrastrada una mujer; dos mozos se tiraron a cogerla y la sacaron desmayada. Todo eran gritos y clamores […] Se habían levantado las tapas de las cloacas en el empedrado de la calzada para que el agua desalojase por allí; no se solucionó gran cosa, al contrario, se dio lugar a mayores desgracias; supe más tarde que varias personas habían sido absorbidas por los remolinos originados y habían desaparecido en el vacío. Jamás había yo comprobado la magnitud del poder de las aguas ¡era espantoso! […] Se dijo que dentro de las iglesias cantaban misa los sacerdotes con el agua hasta la cintura.





En nuestra ciudad, Andersen se sintió “como en mi propia casa”, pero al cabo de dos semanas partirá en el vapor “Catalán” rumbo a Valencia. A bordo de él, escribe: “Durante más de una milla se apreciaba el agua aún amarillenta, de resultas de la inundación; y de súbito quedó claramente delimitada por el transparente y verde mar. Al fondo se extendía Barcelona bajo la magnífica luz del sol”.

(ANDERSEN: Viaje por España. Madrid, Alianza Editorial, 1988.)

lunes, 1 de junio de 2009

ELI AYALA

A veces el azar nos presenta su cara más amable, como lo hizo el pasado diciembre a través de Montse Benito, alumna de Romanticismo que me sopló (mientras tomábamos algo en plan despedida, en el socorrido Café L'Aribau) que Elizabeth, otra alumna del curso, era una gran bailaora y estaba actuando en el Novedades con la compañía de Rafael Amargó.
Era un miércoles, el miércoles en que moría Francis Casavella y los dos días siguientes yo no tenía el cuerpo para muchas danzas. El sábado volaba a Alemania y...
Pero a Elizabeth he vuelto a tenerla en mis clases de siglo XX, este segundo trimestre del actual curso, que ya hemos despedido. Y me enteré de que estos días (SÓLO HASTA EL 7 DE JUNIO, en que se nos va a Madrid) estaba actuando en el Tablao de Carmen, en El Pueblo Español.

Ayer domingo, aprovechando el largo finde, me fui a verla con Paco Gómez (ver entrada "Alta Poesía"), a quien hacía tiempo que no veía, y con el que pasé una tarde más que agradable por las faldas de Montjuich, antes del espectáculo que nos dejó sin palabras.

Vean, si no, estos vídeos: