lunes, 15 de septiembre de 2014

ANA MARÍA MATUTE

Soy mala en la premura. Detesto las prisas.
Alguna vez aventuré confesar (más bien en conversaciones privadas) que, en rigor,  mi siglo vital debería haber sido el XIX  (Ahora sí entiendo a mis abuelas, más allá del folklore con o sin enaguas). Pese a que no siento grandes simpatías estéticas o literarias por sus prodigios, creía que entonces la vida (cuyo relato detestaba por prosaico) era otra cosa. O podría haberlo sido.
De inmediato las voces críticas alertaban que quizás entonces...
Yo no sería yo, sino....


Viene esto a cuento de que, raras veces, admito hacer una necrológica. Lo hice con dos escritoras fallecidas recientemente: Ana María Moix (de la que voy a ocuparme más en breve) y Ana María Matute.
De esta última (re)leo una novela menos conocida, Luciérnagas.




Escrita en 1949 pero dada a publicar en 1952, Las luciérnagas, fue denegada por la censura, por juzgarla “destructora de los valores humanos y religiosos esenciales”. Ante la delicada situación económica que atravesaba, Ana María Matute procedió a las correcciones y mutilaciones que le exigían y se publicó en 1955, en la barcelonesa editorial Éxito, con el título En esta tierra. Es la primera vez que la autora afronta el tema de la Guerra Civil española en una novela que narra “la historia de una adolescente de dieciséis  años y de su trágico choque con el alucinante torbellino de odio y de muerte que ensangrentó las calles de nuestra ciudad durante los años desolados y amargos de nuestra guerra. A través de la dolorosa experiencia de Soledad Roda, una muchacha de la alta burguesía barcelonesa que pasa súbitamente de los ensueños románticos de la adolescencia al amargo despertar de la realidad para convertirse en mujer, Ana María Matute ha descrito la vida de la Barcelona roja, entrevista desde el peculiar enfoque que le impone la condición social de su heroína, cuya cálida y ardiente feminidad proyecta una visión humana y entrañable sobre las cosas y los seres que la rodean. En este sentido, la trágica historia del Sol, la esbelta adolescente de dieciséis años, a quien el asesinato de su padre en los primeros días de la revolución sume, con toda su familia, en la estrechez y en la miseria, constituye por su autenticidad y dramatismo un ejemplo patente de cómo en la obra de su joven autora la verdadera creación novelesca para ser plenamente lograda ha de inspirarse no en las ideas, sino en la vida. Ana María Matute posee una mágica y sobrecogedora intuición de la vida, y no sólo de la vida íntima de su heroína, a la que retrata en el difícil tránsito de la vaga feminidad adolescente a la plenitud de mujer, sino de la vida cotidiana y vulgar en todo cuanto atañe a la eterna y doliente condición humana. Esta prodigiosa intuición, este conocimiento intuitivo de las cosas y de los seres, de los sentimientos y de las pasiones humanas, va acompañado de una extraordinaria fuerza expresiva que caracteriza su estilo peculiarísimo, cuya profusión de imágenes le confiere una jugosa plasticidad y una honda sugestión poética.


             Habrían de pasar muchos años para que pudiéramos leer la novela con su título original, Las luciérnagas (1993), recuperando también la versión íntegra de la misma.
Que es la que ahora ofrece la profesora Marisa Sotelo en esta edición canónica.



jueves, 4 de septiembre de 2014

SORIA: CALATAÑAZOR




Al regresar a Barcelona desde Asturias, suelo recordar los viajes "de entonces"... aproximadamente de hace cuarenta años (que no es poco). El punto más temible eran Los Monegros... que ahora resultan casi un vergel, donde incluso se cultiva maíz. Por eso, despreocupados ya de cálculos horarios, casi siempre paramos en  Bujaraloz, localidad que goza de mi querencia por razones históricas y que últimamente goza también de las simpatías de mi esposo gracias a los espléndidos pinchos que sirven en "El Español", un restaurante-bar  que llamaríamos "de carretera" (al pie de la Nacional)  pero en plan bien... sencillo y sin pretensiones, atentísimos los camareros, con excelente materia prima... y nada que ver con lo que te dan en los abrevaderos de autopistas y demás.


                          


En aquellos viajes de entonces, Santander (a la ida) y Soria (a la vuelta) eran otras paradas inolvidables.
A Soria vuelvo o en Soria (la provincia) me detengo siempre que puedo, cada vez que la rondo.
Recientemente, descubrí Calatañazor, que no me había inspirado nunca porque recordaba la cantinela de las clases de Historia y... pensaba que era un enclave "patriótico", saturado de folklore.
Fue una sorpresa. La ubicación insólita, la pátina real del tiempo.
Está teñido de los accidentes turísticos que sobresaltan nuestra geografía, pero es muy leve porque no creció demasiado ni proliferaron las falsas tabernas o tiendas delikatessen.


                         
 
En cuanto llegué a Casa y tuve algún respiro, me fui derecha al tomito de Dionisio Ridruejo sobre la ex Castilla la Vieja dedicado a Soria (es una faceta del escritor que no me canso de reivindicar, pero ni por ésas), y allí leí, en el capítulo VII ("Calatañazor-El Páramo"), lo siguiente:

Pueblo sorprendente, elegía a traición, ínsula perdida como otras que hemos encontardo a nuestro paso... Está en un altozano que pertenece a la sierra de Hijodejo, amurallado por la naturaleza y por los hombres, con la línea que fue inexpugnable montando sobre las rocas una crestería mellada y pintoresca. Es obra algo primitiva, gruesa, de losas acumuladas que duran y resisten. A su extremo sur se levantan los restos del castillo con harapos de lienzo... Del otro lado se hunde un barranco al que desciende parte del caserío. En el núcleo medio y habitado se han hecho reconstrucciones o construcciones nuevas poco disonantes. Lo demás es todo abandono, pero la mayoría de las casas tiene belleza o valor documental . Se ve con frecuencia aquella construcción que aquí se llama encrestado y en La Montaña zarzo: muros tomados con varas de enebro y rellenos de guijo y barro.




 Ridruejo se detiene luego en las iglesias románicas de Calatañazor y alrededores (otra de mis debilidades. Creo haber hablado aquí del espléndido libro de Cees Nootebom sobre el románico español, El desvío a Santiago, en Siruela), para después concluir la ruta con la referencia al impresionante páramo de Villaciervos:
paisaje magno, de plata oxidada, con las desolladuras calcáreas de pedregal aliviadas, matizadas por el sombreado del enebro, deprimiéndose en hondonadas, elevándose en formas de castillo o muela, cargando a lomos un horizonte que pesa con las cumbres fingidas de la serranía.

(Dionisio Ridruejo: Castilla la Vieja. Soria. Barcelona, Destino, 1981)

            

P.S.  Y OS DEJO... PORQUE AHORA QUE RECUERDO, TENGO CADUCADO EL PASAPORTE Y... POR SI ACASO........ NO PUDIERA VOLVER..........