martes, 24 de noviembre de 2009

ANUNCIOS

Alguien muy cercano a este Blog me informó de una feliz coincidencia.

Él no la llamó así pero yo, instalada en pleno Romanticismo en uno de mis cursos, me siento algo tocada por la ironía de aquéllos, "que no se agota ni de lejos con la conocida figura retórica por la que se dice algo y a la vez se deja entrever que se piensa otra cosa, quizás incluso lo contrario de lo dicho". Aparte la ironía socrática, que también conocían los románticos, hasta entonces la ironía se consideraba "una figura retórica, o también un método literario, situado en algún lugar entre el humor, la burla y la sátira". Pero Friedrich Schlegel decide romantizar la ironía y... entonces empieza el gran juego.

Todo esto lo explica muy bien Rüdiger Safransky en Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán. Barcelona, Tusquets Editores, 2009, p. 59 y ss.






Bien, el caso es que me hablan de esa feliz coincidencia y de golpe me acuerdo de un eslogan publicitario, lo que a su vez me lleva a recordar un libro que había ojeado, pero que no había podido saborear a fondo.

Sin embargo, estos días en que la fiebre y otras perturbaciones derivadas de la gripe me impedían sentirme Flex y abordar lecturas más enjundiosas, confieso mi gratitud para con Sergio Rodríguez, autor de Busque, compare, y si encuentra un libro mejor, ¡Cómprelo!, publicado recientemente en Electa.







Y me entretuve con los recuerdos que iban aflorando.

Confieso ser de las que se sabían de memoria la canción del Cola-Cao, porque era adicta a un programa radiofónico llamado "Matilde, Perico y Periquín", y me encantaban las travesuras de aquel gamberrete.

Solía contárselo y cantársela a mis hijos y acaso por eso se pasaron al Nesquick.







¿Y qué decir de la Familia Telerín? Aquí no voy a vanagloriarme de recordar la cancioncilla, pero sí de acordarme de corrido de Cleo, Tete, Maripí, Pelusín, Colitas y Cuquín... Mis simpatías las tenía ganadas este otro desobediente y no sus hermanos, con nombres muy de ...





Admito que sigo siendo adicta a las aceitunas "La Española", acaso por cosa de los astros, pues ese anuncio es de 1957.

Y que me encantaba el capuchón de papel de seda de "La Casera" y que mi hermano mayor desataba mis instintos cainitas cuando me lo arrebataba, lo inflaba de aire y... ¡plop!
Desolación de ¿la quimera?
No, del goce del tacto.





El anuncio de "Terry me va" también me gustaba, a qué negarlo: aquel paseo de aquella chica-amazona, que resultó ser una peluquera de la calle Mandri (según contaba mi tío Alessandro, por entonces aparejador de la inmobiliaria Lamaro, que construí allí y en otros barrios menos nobles).


Luego ya fui creciendo, y me volví... ¿irónica?
El caso es que las muñecas de Famosa... se dirigen al portal y lo de volver a casa por Navidad y el gustirrinín de la Filomatic y el atún calvo, claro....

Pero estos días repaso esas imágenes y recuerdo...

Y me pregundo qué será la memoria de la infancia de aquellos que irán a crecer sin anuncios (como mis hipotéticos nietos).

Y me pongo melancólica.
Y me inquieto.
¿Será cosa del Romanticismo?, me pregunto.






viernes, 20 de noviembre de 2009

Paisanaje

Estos días, a raíz de la muerte de Francisco Ayala, recuerdo que este verano tuve noticia de algunas cosas que desconocía de su biografía y que leí alguna de sus cartas.






Acudía a un acto celebrado en la espléndida Casa de Cultura de mi pueblo (un bellísimo inmueble donado por unos patricios altruistas, posteriormente habilitado con escrupulosa delicadeza), donde se presentaba un minucioso y quizás definitivo ensayo sobre Álvaro Fernández Suárez, veigueño o vegadense ilustre, e intelectual de relieve en la España republicana, que siempre llevó a cuestas la memoria de su pequeño país.

Fue un ensayista admirado -incluso por sus adversarios ideológicos: Maeztu, sin ir más lejos- debido a su penetración analítica y a su agudeza expresiva, y también por su independencia de criterio, apreciable en el hecho de que se fogueó en un periódico libertario -"La Tierra"- y, sobre todo, en el libro que le dio más y temprana fama, "Futuro del mundo occidental" (en diálogo disidente con el famoso título de Spengler, "La decadencia de occidente").



En aquella Edad de Plata, Álvaro Fernández Suárez se codeó con los mejores cráneos de la II República, eso sí, y fue contertulio de Valle-Inclán y otros memorables. Y por supuesto, trató a Augusto Barcia Trelles, nacido también en Vegadeo (¡Hale, hale!) y Ministro de Estado en cuatro gobiernos sucesivos de la II República, además de efímero presidente (durante cuatro días) de la misma durante un gobierno de transición que duró -literalmente- cuatro días, en mayo de 1936.
(No es de extrañar, lo de efímero.)







Hace tres años rendimos Homenaje a Álvaro Fernández Suárez en unas jornadas donde yo hablé de su novela "Hermano perro" (al poco rescatada en la Biblioteca del Exilio, con prólogo de Soldevila Durante, toda una autoridad), y otros ilustres colegas glosaron las varias caras de este personaje curioso e inquieto. Lo hizo, entre otros, el joven Luis Casteleiro, que acaba de dedicarle a nuestro común paisano un grueso volumen biobibliográfico (KRK Ediciones, 2009)






Nacido en Vegadeo, en 1906, la infancia retorna incesante en textos de la madurez cuando los vientos de la Historia lo llevaron a descargar fardos en el puerto de Montevideo en el primer exilio y... sobrevivir como pudo, aunque enseguida lo rescataron (León Felipe, entre otros), y entonces, entre otros medios, colaboró asiduamente en "Marcha", en los primeros años curarenta, justo cuando uno de los colaboradores del semanario era Juan Carlos Onetti, ni más ni menos.
Bien, pero antes Álvaro Fernández Suárez se había codeado con los más ilustres representantes de la intelectualidad republicana, cuyo destino sufrió: en Madrid, Valencia y Barcelona. Tuvo un exilio discreto, aunque colaboró en el citado semanario "Marcha" y en la revista "Sur", de Victoria Ocampo, aparte de en otras publicaciones como "Realidad", gobernada por Francisco Ayala, su compañero de milicias.
De esos años proceden las cartas; y de ellas, mi recuerdo.










Álvarez Fernández Suárez regresó del exilio en 1954. Justo entonces escribió uno de sus más entrañables relatos, "Un pequeño país de cuento", en el que describe (con nostalgia) ese espacio en el que entonces correteaba -como luego yo y mis hijos-: la Ría del Eo (que no de Ribadeo, como reza en según qué mapas, y ya os contaré porqué) y las villas que yacen a lo largo de sus orillas: Figueras, Castropol, Vegadeo y, ya en la raya gallega, Ribadeo.









Son esas evocaciones de la niñez lo que más me convence de su faceta literaria:

"Hay un país pequeño con un pequeño tren y un brazo de mar pequeño por donde navegan pequeños barcos, echando humo.
Este país existe. Ni fue soñado, ni es un juguete..."

(Digamos que, de momento, al menos parte de ese pequeño país sigue existiendo y yo ya me conformo con que mis hijos hayan podido verlo y sentirlo, pero claro, la edad... ¿Y los nietos nonatos? Bien, gracias a la crisis, quizás, quizás, quizás...)

En la obra de Álvaro Fernández Suárez me conmueve y reconforta, sobre todo, la salvación ya no tanto de las cosas (que también, según proclamaba Ortega) como de las vidas.

Mi padre, cuando una vez reseñé el libro de Shirley Manginy sobre las mujeres republicanas, me dijo: Has de hacerme fotocopia para dársela a la Miss: una mujer de belleza extraordinaria, que él recordaba en aquellos años -mi padre nació en el 25- porque la vio desfilar pelona e insultada y... (¡menuda historia, cuando la feroz represión franquista en aquellosprimeros años en que al general episcopal, de Asturias, sólo le interesaba el solar).

A otro registro pertenecía el relato de las exquisitas cañas de crema confitadas por Alvariño (éstas aún las recuerdo, creo), o las magníficas tartas de almendra y brazos de gitano de Bautista (el obrador que confeccionaba los dulces u demás: sigue existiendo, sin perder un ápice de la sublimidad de entonces: pregúntenles a mis hijos), o las disparatadas salidas de Naina y su prodigioso ingenio (un borrachín excepcional, que lo mismo ejercía de limpiabotas y dejaba a los paisanos a medias, si el reloj del ayuntamiento daba la una de la tarde, hora en que también cerraban los comercios y él.. pues lo mismo, o se paseaba por las calles preguntando cuántas truchas querían fulana y zutana y volvía de pescar con el canasto lleno de las piezas que le habían pedido), de aquel otro paciente a quien, recomendándole una cena ligera volvía al poco reventado porque... ¿Hay algo más ligero que una liebre?



Por todo eso, por venir yo de allí, Álvaro Fernández Suárez me resulta más convincente cuando retrata a alguno de los lugareños, como Ramón, el herrero:

"No tenía nunca nada que decir. Silenciosamnete tiraba de la cuerda del fuelle de la fragua; silenciosamnete sacaba el hierro rojo del hogar y silenciosamnete lo machacaba sobre el yunque espantando encendidos meteoros. Silenciosamente se emborrachaba los sábados en compañía de un amigo silencioso y permanecía en beatitud todo el día festivo. [...] Ramón no era callado porque ocultase algún misterioso tormento en el alma. Era callado porque el espectáculo del universo no le sugería ninguna observación..."


¡Sabiduría!

Regresado a España, volvió a tener cierta resonancia cuando publicó....









(Ilustraciones del sufrido Nico)

domingo, 15 de noviembre de 2009

MADRID : RETORNOS

Ando con Bécquer en uno de los cursos, y quizá por eso me viene a la memoria lo de "No digáis que agotado su tesoro, de asuntos falta, enmudeció la lira...".

Y es que siento que me quedan muchas cosas que contar, a raíz del reciente viaje a Madrid. Pero si no escribo más aquí, no es por falta de ideas sino de tiempo.

En cualquier caso, como suelo aprovechar los periodos de docencia para actualizar las lecturas pertinentes, estos días leo, a rachas (la estructuración en capítulos independientes lo permite) un ensayo de autoría múltiple: Heroínas y patriotas. Mujeres de 1808 (Cátedra, 2009)







Los adictos al Blog (véase la entrada sobre Jovellanos) y los alumnos que me sufren esta temporada ya saben que no soy nada entusiasta del Evento de 1808, porque, pese a la lectura "romántica", el pueblo se levantó a defender a Dios y al Rey. Y como dijo un personaje de Zarraluki, si el timbaler del Bruc, en vez de ponerse a tocar el tambor, se tocase los... otro gallo nos hubiese cantado.

Bien, pero voy leyendo el libro. Y averiguo porqué el madrileño Barrio de Maravillas pasó a llamarse Malasaña, en honor a una muchachita de diecisiete años, Manuela Malasaña, fusilada porque (versión mítica) se la halló en el Parque de Artilleros llevándole cartuchos a su padre (un panadero) durante la revuelta, o bien porque (versión real) cuando regresaba del taller de costura a su casa le encontraron en un bolsillo las tijerillas que necesitaba para su labor de aprendiz de modista.
El libro rastrea de manera ejemplar las varias versiones de estas heroínas del 1808, en escenarios múltiples, y sin recurrir a los clisés de los estudios de género.
Deliciosa es también la estampa de María García, "la Tinajera", actuando en la Serranía de Ronda; la de María del Carmen Silva, la Robespierre española (heroína y periodista de guerra avant la lettre); o la de Emilia Duguermeur de Lacy y su liderazgo en el núcleo de aquel liberalismo temprano.





Esta lectura me recuerda que en esa reciente visita a Madrid, en mi habitual escapada al Museo del Prado, esta vez le di prioridad a las recién inauguradas salas del XIX.

Y sí, me encontré con todo un clásico: el lienzo de Padilla del que os hablé (mejor dicho, lo hicieron otros ilustres) en la entrada "La reina loca".






Tampoco me perdí la "Ejecución de Torrijos y sus compañeros", de Gisbert, en parte porque este verano lo había tenido muy presente: no en vano es un elemento central de Si te dicen que caí, ya que el lienzo está reproducido en la alfombra del piso del señorito Conrado Galán y, en la novela, hay una escena soberbia en la que se hace confluir ese elemento decorativo y artificioso, sobre el que Java y Aurora escenifican para el voyeur sus juegos eróticos, con el relato de las ejecuciones reales en el Campo de la Bota, incluida la del guerrillero Artemi :

"Sobre la luz de gas derramada en la playa ficticia de la alfombra, intentaría concentrarse en el caprichoso poder del que dispuso la espectral escena y en el rumor expectante del mar, en la arrogante aceptación de la derrota mirando más allá de la muerte, en la crispación de los puños maniatados y de las lívidas caras donde asomaba la sequedad del hueso, una carne yerta que mucho antes de sonar la descarga ya había dejado de recibir el flujo de la sangre. Uno de los condenados parecía que no se tenía en pie. La playa se repetía en sus ojos como una desolación sin nombre.[…] Por todos los medios tratarían los civiles de mantenerlo erguido, pero él se dejaba caer. El pelotón se puso nervioso. El oficial ordenó que lo sostuvieran por los sobacos. Pero al soltarlo, en el último momento, volvía a caer y el oficial desistió. La primera descarga lo pilló sentado, la cabeza sobre el pecho, las manos atadas chapoteando en el charco, como un niño jugando a la orilla del mar. (p. 326)







Lo que me lleva a recordar que también Javier Marías en Tu rostro mañana III. Veneno y sombra y adiós, acudió a ese lienzo, y lo glosa magníficamente en la página 182 y siguientes, entreverando su discurso con los versos del romance lorquiano:

"... y allí estaban los frailes, que jamás han faltado en nuestros acontecimientos sombríos... uno leyendo o rezando y dos tapando miradas, los tres agoreros, el pelotón de ejecución más atrás, a la espera y difuminado ("Grandes nubes se levantan sobre la tierra de Mijas"), es posible que el que lo comandaba dejara caer el pañuelo blanco que sujeta en su mano izquierda, quizá desde la punta del sable, a la vez que gritaba ¡Fuego!".





(Cuando lo de Bolonia arrecie, a los alumnos de Narrativa del XX les pondré un trabajo "comparativo" y "estilístico" sobre el tema. ¡AVISO!)

Apaciguémonos...


En esa escapada a El Prado, de las nuevas salas donde se exhiben las pinturas del XIX tal vez la que más me cautivó fue la dedicada a Aureliano de Beruete y Compañía. (Acaso porque esas otras telas "históricas" las tenía más presentes.)

Creo que de Carlos Haes sólo había visto hasta entonces una pequeña (pero inmensa) acuarela en Zaragoza, en una Expo sobre el agua. Reproducía una catarata: rústica y elemental, como la que cualquier paseante se encuentra en....
Ahora vi otras de sus piezas






Y también las pinturas de Aureliano de Beruete. No sólo la serie sobre el Guadarrama sino también los paisajes de Cuenca y Toledo y...


Lo que me confirma en lo apuntado en mis clases al hablar de Camino de perfección, cuando comentaba cómo a finales de XIX, y coincidiendo con la expansión de Madrid y la construcción de una vía férrea que acercaba la capital a las cumbres, los pintores de nuestra escuela realista, con Carlos Haes –que además ejercía su influencia desde su cátedra de paisaje en la Escuela de San Fernando– y Aureliano de Beruete a la cabeza, emprendieron el descubrimiento del Guadarrama, con un especial empeño en captar la luz y la refinada atmósfera de la sierra en su delicada gama de grises.







En la literatura, fue don Francisco Giner de los Ríos, a través de las Institución Libre de Enseñanza,uno de los principales divulgadores del gusto por la sierra. Conocidas son las caminatas y excursiones de Giner por los pueblos de los alrededores de Madrid hasta el punto de hacer de esas salidas y excursiones (o de viajes culturales más extensos) un signo y un emblema institucionista. En 1885, según relata su discípulo Manuel Cossío, Giner llevó a cabo la primera de sus expediciones al Guadarrama –ya cantado por nuestro romántico García Tassara, según Unamuno nos recuerda una y otra vez, citando dichos versos–, desde Villalba al Monasterio de El Paular, atravesando los puertos de Navacerrada y los Cotos y, de vuelta, por la Granja y el Reventón.





Todo ello -la impresión de estas telas y el escaso tiempo- me impidió visitar a mis clásicos de El Prado.
Uno de ellos es el cuadro de Patinir "El paso de la laguna Estigia" (que, cuando yo puse por primera vez los pies en ese Museo, estaba casi a la entrada, y ante el que siempre me detenía).
Pero hete aquí que me llega....

El azul del infierno, de Carlos Barral: un breve tomito en el que al poeta se le encargó urdir un relato sobre o inspirándose en el lienzo de Patinir, allá por 1989, a finales de año, justo un mes antes de que el poeta-editor muriera.

Así que estos días también he viajado a ese azul (más luminoso que infernal) gracias a Carlos Barral. Y no me importa que el relato haya quedado inconcluso.





Me bastan las palabras (iluminadas o completadas por las propias anotaciones del autor, en una especie de "Making off" -para entendernos- o Diario o Cuaderno de Bitácora, que se reproduce en el tomito). Párrafos como

El amanecer sería gris, lleno de nubes y agujeros amarillos y grandes lamparones rosados, siempre es así en aquella costa, al menos cuando yo tengo insomnio y sobre todo si no he bebido. Cuando he bebido es mucho más oscuro.








P.S. Ilustraciones de mi hijo Nico.

lunes, 9 de noviembre de 2009

MAGRINYÁ RESPONDE

Menos mal que esta vida atrafagada no perturba aún a según qué aéreos como Luis Magrinyá, que, seguidor avisado del Blog, viene en mi ayuda y.... Literal y fraternalmente... os remito sus palabras, porque son sin duda más valiosas que las mías.





He visto en tu blog que algun curioso manifestaba
interés por el primer mail que te escribí y no encontrabas. Yo sí lo he
encontrado, jeje, es bastante defensivo, pero no airado. Puedes disponer de
él.

L




Querida amiga:

Escribí a Amalia Iglesias para que me pasara tu
dirección de correo y, aunque ha tardado un poco en hacerlo, por fin lo tengo.
Luego me he retrasado un poco yo en escribir. Quería darte las gracias por tu
crítica de mis Intrusos en el número de noviembre de Revista de
Libros.

La verdad es que tu crítica es tan seria y está tan
llena de alicientes que da ganas de comentarla... a mí al menos, aunque esté
bajo sospecha, siendo como soy el autor. Pero, en serio, creo que se trata de
una lectura llena de claves. Me gusta mucho la caracterización del héroe y su
adscripción precisa a cierta tradición literaria europea, que aquí se halla,
ciertamente, históricamente aclimatada. ¡El punto de vista histórico es tan
importante en la crítica! Me siento muy honrado, francamente, de que mi libro se
vea históricamente situado en esa tradición. Por otro lado, las citas que eliges
para ilustrar tu idea no son sólo de mis favoritas sino que me parecen muy
representativas y la descripción del personaje y de su cambio es
perfecta.

Hay una cosa, anedótica, que supongo que es
culpa mía pero que debo aclarar: ya sé que da la impresión contraria, pero la
verdad es que el héroe nunca llega a tomarse el éxtasis la noche que sale
con Pablo. Muchos lectores lo han creído así y he tenido que pedirles que
volvieran a leer ese episodio para que se dieran cuenta. Para mí era importante
que el prota no tomara ninguna droga ilegal en el curso del libro y que, sin
embargo, llegara a sentir sus efectos. En el caso del éxtasis, la empatía --una
de sus pronunciadas propiedades-- debía envolverlo todo y el pobre hombre, al
que vemos empatizando mucho desde el principio (sobre todo con lo malo: en la
escena de la fiesta del estreno, un hombre se ahoga de tos y él se pone a
vomitar), tenía que quedar en todos los sentidos completamente envuelto. Por
otro lado, ese efecto de «tomar sin tomar» está, en el caso del éxtasis,
debidamente documentado y es uno de sus graciosos misterios. Pero también hay
ahí, creo, un efecto político: el hecho de que el prota nunca tome drogas
ilegales impide «explicar» por las drogas --más de uno se habría sentido tentado
de hacerlo-- su inopinada transformación. Y a mí además me apetecía que,
por una vez, fuera alguien que «no toma» quien se viera presionado a dar cuenta
de por qué no toma, cuando la presión por el porqué normalmente
siempre se dirige a los que sí toman. También creo que el hombre da cuenta muy
razonablemente de su actitud «abstemia» y eso para mí era
importante.

¿Puedo atreverme a discutir una cosa ? Creo que
jamás he llamado «novela experimental» a mi libro, siempre he sido muy cauto con
lo de «novela», porque no tengo muy claro que lo sea. De hecho, ¡me gustaría
pensar que no lo es! Por supuesto no estaba dentro de mis pretensiones (que las
tengo, sin duda) que después de Intrusos el género de la novela ya
no pudiera ser el mismo. Pero creo que, si, como bien dices, hay ahí un
«experimento psicológico», y siendo la psicología un centro vital del género,
¿no hay por fuerza también un experimento narrativo? Todo eso me llevaría muy
lejos y temo enormemente fatigarte; me siento como un intruso
diciéndote estas cosas, pero sólo lo hago porque, como te decía, tu crítica
invita al diálogo. El caso es que en mi libro sin duda he querido hacer
una experimento con el yo narrativo, alejándome por una parte del yo
reconstructivo decimonónico (ese que se cuenta desde el final y se presenta a sí
mismo como resultado de algo, como tú bien citas) y, por otra, de dos
tratamientos posmodernos que llevo cierto tiempo detectando y --perdón por el
juego de palabras-- detestando: un yo fragmentario, inestable, sin «identidad
fija» como el de mi personaje, sí, pero no con el acabado melancólico,
neorromántico, del «extraviado» (Sebald) ni mucho menos con la carnavalesca
satisfacción del «poseído» (Vila-Matas). Yo quise hacer un yo en abierta
competencia con esos otros que, como se dice en algun lugar del libro, de un
modo u otro, siempre consiguen hacer un grato retrato de sí mismos.

La segunda mitad de Intrusos puede leerse
como una respuesta a lord Chandos. Me hace gracia constatar que la experiencia
que llevó a lord Chandos a dejar de escribir la describiera Hoffmansthal
prácticamente del mismo modo que algunos iluminados han descrito su experiencia
con LSD.

Bueno, no me enrollo más. Gracias de nuevo y
disculpa esta prolijidad no solicitada. Viene dictada por la gratitud y sólo por
ella.

Cordialmente,
Luis Magrinyà





Tiene razón, Magrinyá. Esta respuesta no era nada airada (sería que andaba yo algo espitada, como de costumbre, y... ante la desmesura de la respuesta y esa pretensión de entablar diálogo o coloquio...). Es sin duda una pieza extra- ordinaria que quiero compartir con lectores amigos (y también con los curiosos que no sean declaradamente impertinentes), por si no llego a escribir mis Memorias.

martes, 3 de noviembre de 2009

SALAS DE ESPERA

He notado lo mucho que a los lectores de este Blog les puede el rabioso presente y las imágenes de actualidad, so zu sagen.

Pues bien, ataquemos las imágenes.
Este verano hubo dos muy destacadas.

Bueno, hubo muchísimas, pese al relajo y la indolencia propias del estío, que, sumadas a la anemia de los diarios (más considerable si nos vemos obligados a contentarnos con la "edición nacional" de un diario universal)...
Aun así, de esas imágenes yo retuve dos: la una por su persistencia; la otra, por su impacto.

La primera, en realidad, era una secuencia de imágenes encadenada: todo lo relativo al injustamente llamado "caso Gürtel" (aquí defiendo la protesta de la parte germánica de la familia: eso de bautizar el chanchullo o choriceo carpetovetónico con nombre ajeno -y específicamente germánico- produce ronchas, como si los Correa y demás hubieran llegado en un barco extranjero, y tatuados).

Pero, bueno, de todo eso ya Juan José Millás glosó su imagen más emblemática en un número de El País Semanal.




(Y confieso que no quiero pensar en esto porque aquí nos está lloviendo a base de bien, y hay que levantarse y cumplir con nuestra condición de servidores públicos.)

La segunda imagen tenía que ver con un miembro -o una miembra, según la locuaz ministra del Ramo, que se decía entonces- de nuestra más rancia aristocracia, la Duquesa de Alba, de repente renacida y vuelta a la vida por el amor..., súbitamente prescindiendo de su imprescindible silla de ruedas y luciendo bañador y después bikini.
¡Guau!






Es posible que estas imágenes no hubiesen persistido ni sedimentado en mi memoria (actual) de no ser porque este verano leía una novela de un autor que admiro: José Jiménez Lozano: Agua de noria (RBA, 2008).


A Jiménez Lozano (¡OJO! No Jiménez Losantos, que hasta esta confusión estúpida tiene que pagar uno de los que siempre fue, antes de que llegaran los bárbaros a sueldo) lo sigo desde siempre (ya hablaré de él), pero eso de que de repente se saliese con una novela policíaca como "Agua de noria"... no figuraba en mis prioridades y allí fue quedando, en Asturias. Así que este verano me aguardaba ese tomo o volumen (siempre me quedan restos de lecturas, en Asturias).

Y hete aquí que Jiménez Lozano se descolgaba con una espléndida novela sobre el poder y la corrupción, y sobre determinados experimentos biomédicos al servicio de...

Y ahora, al ver en la 1 de TVE un documental sobre el tráfico de órganos humanos, y al encontrarme en las salas de espera de las consultas clínicas una vieja revista con las imágenes playeras e ibicencas de la mencionada duquesa, recuerdo la novela de Jiménez Lozano, que arranca con el descubrimiento de un cadáver y la consiguiente pesquisa policial que va tejiendo una trama que nos llevará a descubrir un turbio y sórdido asunto relacionado con la investigación científica, en su rama privada y lucrativa, se entiende, donde nada ni nadie es lo que parece.

Agua de noria está repleta de excelentes reflexiones de índole moral (sin moralina, ¡ojo!, pues suelen expresarse en forma de fábula antropológica) que versan sobre la mutación de los viejos científicos humanistas en científicos-técnicos, sobre el poder de los media a la hora de manipular los hechos para crear una opinión pública, sobre las nuevas formas y aspectos del delito o sobre cuestiones de bioética.

Pero también nos habla Jiménez Lozano de la minúscula realidad cotidiana que siempre ha llevado a un primer plano de sus obras. Sean deliciosas puntualizaciones sobre el lenguaje "actual";

... pero ahora era la rutina burocrática diaria, y comenzaba a entrar en ella la delincuencia que se consideraba específica y se describía como "malos tratos dentro del domicilio conyugal con resultados de muerte" y los más imbéciles denominaban ·violencia de género-, asunto de gramática.

O la transferencia al plano íntimo de un conflicto externo:


La más intrincada investigación de policía no será nunca nada, comparada con la que siempre hay que hacer en las familias para descubrir cualquier razón inexplicable o secreta, o simplemente para lograr alguna nitidez en el retrato familiar de grupo, cuando ya está enmohecido o borroso. Aunque quizá mucho más, cuando ya está coloreado, o se trata de una fotografía en color de gran técnica, porque entonces es claro que todo es mentira simplemente. La verdad siempre está a una luz débil o se revela entre dos luces como en el ocaso, o entre sombras, porque entonces los rostros y las almas, las sangres de más de cien años, y sus adentros, transparecen.





Agua de noria contiene una lúcida reflexión sobre las fronteras éticas que debe asumir la ciencia. Y otra sobre las relaciones de poder (económico: apenas hay otro, temo).

Recordaba todo esto en una sala de espera clínica o ambulatoria (¡vaya palabro!), al ver esas imágenes "de actualidad". Y sentí tanta nostalgia por la poesía Baudelaire, primer cantor que, como dijo T.S. Eliot, "inventó un nuevo género de nostalgia romántica" al escribir sobre la poésie des départs, la poésie de salles d'attente.

Mayormente en estas horas, en que es imposible el viaje.