jueves, 26 de agosto de 2010

VELOCIDAD


Marchó sin ser notado... el verano.
Y eso que ha sido largo y pródigo (climatológicamente), permitiéndonos la zambullida diaria en
las magníficas playas de Arnao y Penarronda,
pero...
la mitad de la familia ha emprendido el regreso a Barcelona.
Quedamos aquí Adrián y yo.




Adrián llegó a Asturias hacia el 10 de agosto porque este curso (aparte de las materias habituales) ha trabajado de firme en un proyecto: construir un coche de carreras.
(Me escapé unos días de julio a BCN y me dio mucha pena: cómo se mataban estos chicos, considerando el futuro que les aguarda)
En la foto superior los vemos montando el Fórmula 54 en el patio de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de BCN, un amaneces de primeros de agosto.


En Hockenheim, entre el 4 y el 8 de agosto, se celebró el encuentro, o la competición.
(Adrián está en segundo plano, hacia el centro: Timidez)



Considerando que este proyecto no lleva mucho tiempo en marcha, nuestros muchachos dejaron muy alto el pabellón de la ETSIB 8por delante de Madrid, en cualquier caso, que es una premonición de otros campeonatos en ciernes. Ya hablaré).




Jordi el intrépido, en la Hora H.





El año que viene (5º de carrera), construirán un logotipo de Coche eléctrico.
Yo prometo conducirlo.
Y me sentiré como una reina.
Ya os contaré.

domingo, 15 de agosto de 2010

ECONOMÍA

Este verano (atípico) he tenido que andar de tiendas buscando lo que necesitaba para acabar de acomodarme medianamente.
Una de esas tardes, cuando iba a pagar mis compras, ante el mostrador de la caja se debatían un par de niñas (diez u once años, les eché) contando sus monedas y haciendo cálculos. Buscaban un regalo de cumpleaños para una amiguita y... ¡cachis! no les llegaba el dinero. Sopesaban si renunciar a lo que habían elegido o...
¡ABRIR LA HUCHA!




Avalancha de recuerdos y, sobre todo, el intento de recordar las formas posibles del temido/adorado objeto de los niños.
Yo sólo tenía un baulito o una cajita de metal, con su llave (creo que había sido un joyero), porque la hucha de barro (panzuda o porcina) que se abría de un martillazo en casa debían de juzgarlo innecesariamente bárbaro.
En fin, las que más recuerdo son las del día del Domund o de la raza...



Algo infinitamente menos espantoso que la experiencia de la hucha quehabría tenido el desdichado Jacques Vingtras el protagonista de El niño, primer volumen de la trilogía autobiográfica de Jules Vallès que leo estos días (en temporadas así, aprovecho para completar mis muchas lagunas):

Me prometen recompensas, comoa todos los chiquillos; una perra gorda si me porto bien y, cada vez que sea elprimero, una perra chica. ¿Me las dan? No, mi madree me quiere demasiado.

Y, sin embargo, no me privaba para enriquecerse.
Los diez sueldos no se quedaban en la familia, iban a yacer en el interior de una alcancía cuyas fauces se reían en mis propias narices.

-Es paar ti -decía mi madre, haciéndome contemplar la moneda antes de echarla por la hendidura.
Y yo no volvía a verla.

-Es -añadía- para comprarte un hombre
.

Confieso que al llegar aquí la frase me estremeció. Leo la llamada de la nota del Traductor: "El autor se refiere a una práctica, habitual entre las familias que podían permitírselo, consistente en pagar a un hombre para que hiciera el servicio militar en el puesto del hijo llamado a filas".

Y enseguida el alivio, al comprobar que el niño aprendía:

Siempre juiciosa, impartiendo sin pedantería sus lecciones, mi madre, que seguía las ideas de su siglo, me inspiró de este modo el odio hacia los ejércitos permanentes, y me hizo reflexionar acerca del impuesto de sangre. De vez en cuando me rebelaba y citaba el ejemplo de mis compañeros que gastaban su dinero en vez de guardarlo para comprar un hombre.
-Sin duda son tullidos, créeme.

(Del Cap. XIII: Fregado - Gula -Limpieza)



lunes, 9 de agosto de 2010

ROMANTICISMOS: SEARES


Leo un cuento del escritor estadounidense Leonard Michaels que incluye una estupenda parodia de las novelas de intriga histórica (llamésmoslas así) a propósito de una titulada Las brumas de Shanghai y.... recuerdo casi el único día brumoso de este atípico verano.



































Era domingo y acompañé a mi madre a la misa que ese día se celebraba en su pueblo natal, más bien una aldea: Seares. Como el cura se retrasó y el acto se prolongó, la espera nos permitió pasear ampliamente por los alrededores y mi hijo Nico sacó varias fotos.
Yo recordaba una leyenda, de la que alguna vez hablé (moderadamente) en mis clases de Romanticismo. Lo justo y necesario para justificar mi escepticismo (si no socarronería) respecto a según qué hitos de nuestros vates melenudos.
Y es que, desde mi más tierna infancia, estuve familiarizada con el famoso poema que le oía recitar a mi madre (como hizo hace unos minutos, cuando nos oyó a Nico y a mí manipular en este cacharro para pergeñar la entrada), qye me parece tan o más digno que tantas composiciones celebradas.



POEMA DE LA SEARILA

Solitaria mansión del sepulcro.
Solo en ti mi esperanza se encierra.
Que, perdido mi amor, es la tierra.
Un abismo de mal para mí.
Negro abismo, que ahoga implacable
En un mar de tristezas mi alma.
¡Qué de Dios la piedad me de calma!
¡Ay, Searila, reuniéndome a ti!

Un profundo clamor en mi pecho,
Que te llama y evoca constante,
Sin que pueda acallarlo un instante
De mi vida angustiada y febril.
Espantosas tinieblas me cercan
Y entre ellas venirte a mi veo.
¡Fantasía! ¡Ilusión del deseo!
¡Que, ay, Searila, no vienes a mi!

Cuantas veces gozosa conmigo,
Embargada de amores suaves,
Escuchaste el cantar de las aves
En las dulces mañanas de abril!
Poco tiempo duró nuestra dicha,
¡Y cuán presto acabó mi fortuna!
Pues no quiero tampoco otra alguna
¡Ay, Searila, viviendo sin ti!

Pavorosa visión yo recuerdo
Cuando trémula tú me decías
Que en fatídicos sueños veías
De tu tumba la lápida abrir.
Del destino, cruel anticipo,
Que alejaba de mi la alegría,
Se cumplió la fatal profecía,
¡Ay, Searila, pues vivo sin ti!

En tus brazos morir,¡qué consuelo!
Conmovida otra tarde dijiste,
¡Infeliz! Y siquiera me viste,
Expirando apartada de mí.
Niña aún y tan sola muriendo,
¡Cuán amargo el morir te habrá sido!
Sin oír el acento querido!
¡Ay, Searila, anhelado por ti!