martes, 20 de octubre de 2009

MARK TWAIN

He de ir a Madrid. No será un viaje regio niobedecerá a los motivos que guiaban a nuestros viajeros del XVIII, pero los alumnos pueden aprovechar la ausencia con estas pildoritas sucedáeas rescatadas por la memoria.

En el XIX los viajes todavía se entendían como parte de la educación del hombre, prolongando planteamientos anteriores: Chateaubriand pone el estudio y la formación como el principal motivo que le impulsa a viajar a Oriente, completando así el círculo que siempre se había propuesto acabar, tras haber “contemplado en los desiertos de América los grandes monumentos de la naturaleza” y en las antigüedades céltica y romana, los de los hombres. Sólo después le sigue como propósito el afán de documentarse in situ sobre los escenarios de algunas de sus obras como Los mártires para “corregir mis cuadros, y dar a mi pintura de estos célebres lugares el respectivo colorido de localidad”, entregando así una obra menos imperfecta que Genio del Cristianismo.


Tampoco es casual que, ante el obispo copto de El Cairo, el joven Flaubert que realizaba su Viaje a Oriente fuera presentado como “un cawadja franzús que viaja por toda la tierra para instruirse”. Y es que, como ya censuraba Chamisso, “ahora parece que el dar la vuelta al mundo es uno de los requisitos de toda formación académica y en Inglaterra piensan ya en equipar un correo que por poco dinero lleva tras las huellas de Cook a los ociosos”. Se refiere, claro está, a esa modalidad de inspiración ilustrada y minoritaria conocida como el Grand Tour o el Gentleman’s Tour, que implantaron las clases altas de los países anglosajones y que pronto se extendió por toda Europa. El viaje a Oriente de Flaubert responde en parte a ese mismo motivo, si bien su forma varía notablemente dado que el escritor viaja tan sólo con un reducido grupo de amigos entre los que destaca el pintor Du Camp.




Sobre esta categoría o modalidad encontramos uno de los testimonios más completos en las páginas de Guía para viajeros inocentes, de Mark Twain –recientemente publicado en Ediciones del Viento; con anterioridad, hace bastantes años, había aparecido en la editorial Laertes bajo el título "Un yanqui por Europa camino de Tierra Santa"- donde el escritor reproduce íntegro el programa del viaje y comenta la novedad y expectación que a principios de 1867 había despertado en los diarios norteamericanos el anuncio de aquella “Excursión a Tierra Santa, Egipto, Crimea, Grecia y Lugares Intermedios Interesantes”. Ya en las palabras preliminares observamos el personal sesgo irónico que caracteriza a este escritor, cuando refiere cómo la noticia fue tema de todas las conversaciones de sobremesa durante una larga temporada, dado que no había existido otra excursión igual hasta entonces pues ésta tendría “una escala gigantesca”:

"...los participantes, digo, irían en un gran vapor con banderas desplegadas y estrepitosos cañones, disfrutarían de principescas vacaciones en el océano, en lejanas latitudes y en tierras famosas dentro de la historia. Navegarían varios meses seguidos por el tempestuoso Atlántico y el soleado Mediterráneo. Se desparramarían de día por las cubiertas, llenando el navío de risas y gritos o leerían novelas y versos a la sombra de los quitasoles, o acodados en la barandilla mirarían los peces y los barcos -las ballenas, los tiburones y otros extraños monstruos de las honduras-. Por la noche bailarían al aire libre, en la cubierta superior, ocupando el centro de un salón de baile que se extendería de horizonte a horizonte, bajo la cúpula del cielo, iluminado nada menos que por las estrellas y la luna... bailar y pasear y fumar y cantar y hacer la corte y buscar en el firmamento constelaciones que nunca estuvieron tan fastidiadas de su proximidad a la Osa Menor, a la Polar... Verían los buques de veinte marinas, las costumbres y aduanas de veinte curiosos países, las grandes ciudades de medio mundo. Se codearían con nobles y sostendrían amistosas charlas con reyes y príncipes, Grandes Mongoles y soberanos ungidos de poderosos imperios."

Respecto al programa del anuncio oficial, recortaré al menos estros primeros párrafos:

" Saliendo de Nueva York a primeros de junio, haremos ruta, suave y apaciblemente, a través del Atlántico y, pasando por el archipiélago de las Azores, llegaremos a San Miguel al cabo de unos diez días. Allí pasaremos un día o dos, gozando de los frutos y el paisaje de las islas y, tras tres o cuatro días de viaje, arribaremos a Gibraltar. Aquí nos detendremos un par de días o tres, visitando las fantásticas fortificaciones subterráneas, para lo cual se obtiene fácilmente permiso. Desde Gibraltar, costeando España y Francia, en tres días iremos a Marsella. Entonces larga escala para dar tiempo a visitar no sólo la ciudad, fundada 600 años antes de la era cristiana, y su puerto artificial, el mejor del Mediterráneo, sino para ir a París durante la gran Exposición y visitar la hermosa ciudad de Lyon, desde cuyas colinas pueden otearse, en días claros, el Mont-Blanc y los Alpes. Los viajeros que deseen permanecer más tiempo en París, pueden hacerlo pasando por Suiza, [y] reunirse en Génova con el resto de sus compañeros. De Marsella a Génova hay una noche. Los excursionistas tendrán ocasión de visitar la magnifica «ciudad de los palacios» y el sitio donde nació Colón, a diecinueve kilómetros de distancia, junto a una hermosa carretera construida por Napoleón I. Desde este punto podrán hacerse excursiones a Milán, a los lagos Mayor y Como, a Verona (famosa por sus extraordinarias fortificaciones), Padua y Venecia. O si se desea ver los frescos de Correggio en Parma y Bolonia, pueden ir por ferrocarril a Florencia y alcanzar el navío en Liorna, pasando así tres semanas en las más famosas ciudades artísticas de Italia. "

Lógicamente, en su crónica de la excursión Mark Twain rebajará considerablemente la excelencia de tan selecto viaje y, como Sterne, parodiará el noble propósito que alentaba aquellas travesías, afirmando que “deseamos aprender todas las maneras exóticas y curiosas de comportarse propias de los países por donde pasamos, con el fin de exhibirlas y asombrar a la gente de regreso a los E.U.” y “excitar la envidia de los amigos no viajeros con nuestros extraños modales extranjeros de los cuales no logramos desprendernos”.






De algunas de aquellas peripecias ya di cuenta en la entrada “Cuarentena” y creo que también en la de Venecia. Hay muchas más. Todas igual de divertidas. Hay también reflexiones más hondas ante esa incipiente forma de turismo, si no de masas, sí uniformizado. Viajar debería ser sinónimo de descubrir, que para Mark Twain supone el más noble gozo y el mayor orgullo, trátese de dar nacimiento a una idea, hallar un nuevo planeta, inventar una bisagra o averiguar la manera de que los relámpagos transmitan nuestros mensajes; lo esencial es ser el primero en hacer, decir o ver: “eso es lo que produce un gozo comparado con el cual los restantes placeres de la existencia resultan vulgares y sosos, triviales y de baratillo”. Y recordará a Morse, Gener, Howe, Daguerre o Cristóbal Colón, “en la cubierta de la Pinta, al asomar la cabeza sobre un mar de fábula y mirar un mundo desconocido”. Para Mark Twain esos son los hombres que realmente vivieron y entendieron de verdad lo que es el placer, porque “recorrieron siglos de éxtasis en un solo minuto”. Entonces se pregunta, desolado, qué puede ver, tocar, sentir, aprender, conocer, oír o descubrir en Roma que no haya antes estremecido a tantos otros. “Nada. Absolutamente nada”, se responde. Y por eso cree que allí muere uno de los encantos del viaje.


6 comentarios:

  1. El segundo párrafo citado parece el acta fundacional de la publicidad turística. La misma redacción y el mismo estilo se utiliza hoy día en los catálogos de cualquier agencia de viajes.

    El párrafo de Twain es delicioso "la cúpula del cielo, iluminado NADA MENOS que por las estrellas y la luna"... Ja, ja, qué bueno, qué fino. Parece que a finales del XIX la burguesía ya se había olvidado de mirar el cielo.

    Este verano leí Las Aventuras de Tom Sawyer. ¡Qué grande es Twain! Cada linea linea es un siglo de éxtasis

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  2. Hola, Ana,
    Muchísimas gracias por el libro que me has enviado. ¡Menuda sorpresa me llevé al abrir el buzón, no lo esperaba! Aun no he tenido tiempo más que de echarle un vistazo a las primeras páginas, y ya tengo muchas ganas de seguir, tanto por el tema como el estilo con el que lo cuentas.
    De Mark Twain, como casi todo el mundo, guardo un recuerdo muy especial de mis lecturas de infancia. Ya de mayor, releí alguno de aquellos libros y descubrí que eran algo más que simplemente divertidos. Me encanta cuando un libro que piensas que conoces consigue sorprenderte en cada lectura, es de las cosas que más aprecio de la literatura.
    Un beso

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  3. Hola Ana Rodríguez.
    ¡Qué pocos viajeros quedan ahora y cuántos turistas hay! A este último grupo, me da un poco de vergüenza reconocerlo, pertenezco yo, siempre que el dinero y el tiempo lo permita.
    Por otro lado, a veces me pregunto: ¿existe la posibilidad del viaje en el s. XXI? Ya sabes que el dinero lo ha invadido todo, o mercantilizado, y la idea romántica del viaje se transformó en el s.XX en turismo, de masas o minoritario, pero turismo al fin y al cabo. Creo que parte de la culpa de esto la tiene la invención del avión y la obsesión por la velocidad.
    Sin embargo, cada uno tiene a través de la literatura su libro de viajes favorito. No he leído el de Twain, sin embargo, siempre me gustó Tristes Trópicos de Lévi-Strauss. Ya sé que no es un libro de viajes convencional. Las dos primeras frase con que abre el libro es: "Odio los viajes y los exploradores. Y he aquí que me dispongo a relatar mis expediciones".
    Me gusta ese inicio y después, conforme fui leyendo, Lévi-Strauss me cautivó con sus reflexiones, descripciones y descubrimientos. También sentí una cierta tristeza, pues te das cuenta que esa selva de tribus salvajes de la Amazonía y el Chaco desapareció para siempre y ahora sólo queda de ellos lo que te cuenta este antropólogo.
    En fin, que desaparecieron las tribus salvajes y los viajes. Nos quedan los libros de viajes.

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  4. El libro de Lévi-Strauss es excepcional. Jusrtanmente ahí se plantea a fondo lo de la imposibilidad de descubrir en el XX.

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  5. Mariano, he estado en Madrid y he visto tus Obras Completas. Tengo curiosidad por la Poesía, a qué engañarnos!

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  6. Carne de crítica sincrónica y valor histórico, alguna cosa para Dolores y poco más, de verdad. Vale más la pena más mi obra bloguera (modestia aparte, claro)

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