sábado, 19 de junio de 2010

NIETZSKY






Esta semana tuve que responder (bueno,lo hice con gusto, porque era para un trabajo de un estudiante de Bachillerato, alumno de una ex-alumna) a una encuesta literaria sobre gustos, preferencias, el personaje que me hubiera gustado ser y otras cuestiones y... me temo que he quedado sosa y hasta habré decepcionado.

Porque he sido incapaz de declarame (se entiende que fervorosa, exclusiva o rotundamente) joyceana, proustiana, kafkiana, valle-inclaniana, borgeana, cortazariana, cernudiana, chaceliana (pese al C.V.), faulkneriana,jamesiana, onettiana, vilariñana... (para no hablar de los siguen contando o cantando). Aunque dudé con Dostoievsky, caso de tener que decantarme obligatoriamente y elegir.






Me quedé tan pensativa que empecé a meditar. Y concluí que a lo que no renunciaría en literatura sería a las novelas (o poemarios, que también los hay)de ciudad, especialmente a las del siglo XX, que son las que nos han dejado esos espacios vistos al sesgo.Pero a las novelas en las que Boston, Viena, Berlín, Oxford o Madrid aparecen como espacios reales, nada de contrahechuras ni mixtificaciones.

Esta semana se celebró el Bloomsday y recordé que en su día me propuse hablar aquí del vilamatiano Nietzsky, tras el que se oculta (sometido a la peculiar ars combinatoria del autor) uno de esos escritores que sin duda deambularían por Dublín el miércoles 16 de junio: Eduardo Lago.




Su novela "Llámame Brooklyn" fue una de las mejores que leí en los años recientes (Premio Nadal 2006 y luego Premio Ciudad de Barcelona): una novela de novelas… y homenajes. Porque, aparte de las muchísimas historias que encierra, "Llámame Brooklyn" contiene también la historia de una novela: la que se ve obligado a completar Néstor Oliver-Chapman, un periodista del New York Post, a quien su amigo Gal Ackerman había confiado una serie de cuadernos y manuscritos, con el encargo tácito de que terminara su novela Brooklyn, tarea en la que el joven Ness emplea dos años –“dos años de obediencia a una voz que no cesaba”-, y tarea de la que también se incluyen referencias en el libro que el lector acaba por tener en sus manos, abriendo así sus páginas al campo de la metaficción, en apuntes normalmente breves y a menudo articulados como confidencia y coloquio: “¿Voy bien, verdad Gal? Los diálogos sin entrecomillar, entrelazados con la acción, como a ti te gustaba. Y ahora voy a hacer algo que también he aprendido de ti: intercalar fragmentos de mi diario”. Por esa vía, sabremos de los materiales que entran en la escritura de la novela –cartas, informes detectivescos, diarios, blocs de notas, recortes de prensa, relatos sueltos-, de las voces (y fuentes de información) que completan determinadas lagunas de la historia, del modo de tramarla, de las dudas y vacilaciones del segundo autor, de los enigmas que envuelven la escritura.






"Llámame Brooklyn" comienza justamente por el final: con la escena en la que Ness, a modo de ofrenda, deposita el manuscrito terminado en la hornacina construida junto al sepulcro donde yacen los restos de Ackerman, en el cementerio de Fenners Point. Y no es casual que esta escena –aparte de anunciar la radical subversión del tradicional orden del discurso narrativo que le aguarda al lector de estas páginas- sea el marco inaugural de una novela cuyas innumerables y heterogéneas historias llevan como sello común la alianza amor-muerte (y en algunos casos amistad, como la nacida entre Ness y Gal).







Respecto a la filiación cervantina de la novela de Eduardo Lago, no tenemos aquí el truco del manuscrito hallado pero sí el manuscrito legado, la presencia de dos autores, la polifonía o pluralidad de voces narrativas que se suceden y alternan (e incluso disputan entre sí a la hora de fijar matices y detalles), la inserción dentro de una historia-marco de muy diversas historias que responden a otras tantas modalidades narrativas, el empleo del humor, la ironía y la sátira (esta última aplicada a nosotros, los críticos literarios y tótems universitarios: Harry Blum, por ejemplo), el juego especular entre realidad y ficción, la exaltación del amor –loco o fou- como sentimiento fronterizo (que en El Quijote lleva a la acción y aquí, romántica y rilkeanamente, a la creación), e incluso la vida y andanzas de un héroe, puesto que Llámame Brooklyn es, en parte, una novela de protagonista, y éste, Gal Ackerman, un anti-héroe de nuestro tiempo (Lermontov es otro de los escritores homenajeados en estas páginas) que, si no sale por los caminos, sí viaja y (joyceanamente) deambula por los barrios y las calles de Brooklyn, entre sus gentes.
Ackerman escribe su novela con el secreto anhelo de que algún día Brooklyn tenga como lectora y destinataria a Nadia Orlov, una joven estudiante de violín, con quien Gal había mantenido una apasionada y tormentosa relación. En este sentido, la novela quiere ser una carta de amor en la que Ackerman declara quién es, relatando su linaje y autorretratándose en su circunstancia. Y así, una parte de la novela se remonta hasta la Guerra Civil española, en la que el padre legal (que no el biológico) de Gal, Ben, participó como miembro de la Brigada Lincoln, veta narrativa que agavilla un haz de historias de amor y muerte protagonizadas por personajes tan singulares como la miliciana Teresa Quintana (la madre real de Gal); el brigadista italiano miembro del Batallón de la Muerte, Umberto Pietri (el padre); el escritor británico Ralph Bates, y tantos otros. Por esa línea, la novela se remonta también hasta el Brooklyn de principios del siglo XX, que tuvo su cronista y fabulador en el abuelo paterno de Gal, un viejo anarquista colaborador del Brooklyn Daily y activo miembro de la Cofradía de los Incoherentes, en la que Eduardo Lago incluye también a su admirado escritor Felipe Alfau. Y por supuesto, esta otra veta es tan tentacular y plural como la anterior, pues de nuevo aparecen más y más personajes peculiares, portando cada uno su pequeña historia a cuestas.






La circunstancia del Ackerman que se encierra a escribir Brooklyn tiene como epicentro el “Oakland”, un bar regentado por un emigrante gallego, donde recala la más variopinta y heterogénea fauna de desterrados y derrotados, un retablo entre el underground y el malditismo, con toques portuarios y canallescos, y retablo repleto de figuras cuyos pasos y andanzas desparraman las líneas narrativas de Llámame Brooklyn por innumerables y sorprendentes sendas.
En la estela de fragmentación y ruptura respecto del referente canónico diecinuevesco que caracteriza la narrativa vanguardista del XX, Llámame Brooklyn es una novela llena de homenajes directos o indirectos a determinados escritores y/o referentes literarios: ahí están las escenas protagonizadas por Felipe Alfau (cuya conferencia en el Hotel Chelsea –otro espacio emblemático- puede tomarse a modo de una poética de la narración) y Thomas Pynchon (hilarante farsa que cuestiona el vedettismo exhibicionista de tanto escritor contemporáneo), y los múltiples relatos o historias que deben leerse en clave literaria pues son textos deliberadamente escritos a la maniére de… Lewis Caroll o Truman Capote, por poner dos ejemplos extremos.






Y por supuesto, y en tanto que el espacio físico de Brooklyn es otro personaje más (que, como los otros, nos conduce asimismo a más escenarios: el Hotel Chelsea, Coney Island, los Muelles o el Astillero, el gimnasio Luna Bowl, más bares), y muy poderoso, esta novela contiene también homenajes al cine, a la pintura (espléndido es el relato “Kaddish”, en torno al suicidio de Mark Rothko) y al jazz, muy en consonancia con el sincretismo artístico de las vanguardias.
Naturalmente, muy de acuerdo con la estirpe literaria de que procede, Llámame Brooklyn es una soberbia novela de lenguaje(s).



16 comentarios:

  1. Magnífica crítica que me ha azuzado las ganas por esta noveña y por este autor, a quien no conozco.
    Un beso, Ana.

    ResponderEliminar
  2. Pues vale la pena, Isabel.
    Es uno de esos autores que vive (o vivía)al margen, aunque daba clases en Nueva York y ahora dirige el Cervantes.
    Gracias!

    ResponderEliminar
  3. Buenos días, Ana.
    Magnífica tu entrada. Yo también tengo una especial querencia por las novelas en las que la ciudad (una ciudad concreta, con nombre, con historia, real). Y por la mejor novela de Lago. Pero en todo caso, en tu relación inicial de ciudades,he echado de menos Nueva York aunque luego la recuperas al referirte a Eduardo Lago. Una de las grandes novelas de ciudad es, a mi juicio, "Manhattan Transfer", de Dos Passos, hoy relativamente olvidada. Creo que hay que reivindicarla.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Totalmente de acuerdo,Manuel. Por eso también me gusta el Madrid de tus novelas.
    No sé si hay ediciones accesibles de MT, tan fundamental.
    Que tomen nota los editores!
    Un abrazo!

    ResponderEliminar
  5. Muchos de los autores que he leído ultimamente salen de este blog y casi ninguno me ha defraudado. Al contrario, algunos han superado mis expectativas. Esta entrada es una especie de carretera peligrosa en la que hay que conducir despacio, parar cada tanto porque el motor se calienta debido a la pendiente y porque aparecen súbitamente paisajes que hay que parase a ver. Ahora que he llegado a puerto, solamente queda lanzarme a tumba abierta.
    ¡salud Ana!

    ResponderEliminar
  6. Gracias, Hablador. En el caso de Eduardo Lago, me ocupé de "Brooklyn" en Revista de Libros. Creo que el Blog es otro buen modo de difundir la literatura. Un beso!

    ResponderEliminar
  7. Esta novela tiene una pinta estupenda, Ana. Tantas veces la habré tenido en mis manos y no me había decidido. Otra lectura pendiente. Gracias.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  8. No vaciles, Ataúlfa. Será una buena lectura para el verano. Además, ya está en edición de bolsillo. Un beso!

    ResponderEliminar
  9. A mí me ha ocurrido lo mismo que a Ataúlfa, la he tenido en mis manos, me la he remirado y al final nada. Quizás ha sido por prejuicio, conocía a Eduardo Lago como profesor, bueno mejor dicho, como cliente, hace ya bastantes años encargaba libros para sus clases en la librería donde yo trabajaba. Una vez coincidimos en una fiesta y no sé por qué se me quedó en la cabeza un comentario suyo. Era verano, o estábamos a las puertas del verano, la fiesta era en casa de un amigo común y andábamos todos pululando por la casa con nuestras copas. De pronto en la cocina alguien dijo "estoy sudando como un perro", a lo que Eduardo contestó "Yo no sé porque la gente siempre dice eso, los perros no sudan". Es una tontería, pero qué quieres, ha sido lo primero que me ha venido a la cabeza al leer tu entrada sobre el escritor.
    De todos modos decirte que esta vez sí la voy a leer.
    Un saludo

    ResponderEliminar
  10. Ya me contarás qué tal, Ms. Frutos. Además, viviendo en Nueva York, tendrás más puntos de vista al entrar en la parte correspondiente a esos espacios y vidas.
    Coincidí con Eduardo Lago cuando vino a recoger el Premio Ciudad de BCN y hablé unos minutos con él, pero nada más.
    He sacado la entrada por la proximidad de fechas al Bloomsday. De hecho aquí la gente lo conoció primero como crítico literario (también galardonado).
    Buenas noches!

    ResponderEliminar
  11. Ha sido un gustazo tu paseo neoyorquino de la mano de Lago. No me extraña que te gusten los libros de ciudad con los apasionados circuitos que nos traes de tanto en tanto. Apuntas tantas cosas buenas de esta novela que no podemos más que ir corriendo a buscarla.
    P.D. El otro día tu nombre relumbró por encima del de Mark Twain al ver un comentario tuyo en la cinta que acompañaba a la nueva edición de "Guía para viajeros inocentes".

    ResponderEliminar
  12. Gracias, Carlos.
    Sí, reseñé ese libro de Twain que me encanta desde hace tiempo, aunque normalmente nadie se entera. Besos!

    ResponderEliminar
  13. Ahora mismo informo a Nietzky de todo. Allá son las cuatro de la madrugada, pero Nietzky suele estar despierto siempre.

    E.

    ResponderEliminar
  14. Con Nietzsky puedes hacer lo que quieras. Allá vosotros! Otra cosa es E. L.
    Kisses!

    ResponderEliminar
  15. Conozco el Oakland, está exactamente en el mismo lugar donde lo ubica la novela, aunque su nombre es otro: Moreno´s. Estuve allí por última vez hace cuatro años y seguía tal como Eduardo Lago lo describe: las mismas fotos de barcos, de marineros, los salvavidas, el cartel de la corrida de toros en Sada, el billar, la verja de hierro forjado. Lo regentaba el nieto del mismo emigrante gallego que lo fundó a principios del siglo pasado. No sabía que su bar había sido retratado en un libro, no conocía la existencia de Lago, pero me confirmó que muchos de los personajes de Llámame Broklyn eran reales. La prueba más contundente fue una urna sobre la máquina de discos en la que reposan las cenizas de su tío Ramón, el enano. No sé si existió Gal Ackerman ni si ese nombre es álter ego de otra persona, pero descubrí que en la planta de arriba del Moreno´s vivió durante algunos años un escritor: Frank McCourt.
    Os cuento esto porque me intriga conocer la verdadera historia que se esconde tras la novela, me gustaría compartir más información con vosotros e incluso poder hablar de ello con Eduardo Lago. Si alguno de vosotros me pudiese poner en contacto con él, este es mi correo: xurfergar@gmail.com.
    En octubre regreso a Nueva York y pretendo visitar de nuevo el Oakland. Espero que siga abierto, porque es un todo un museo de la historia de Brooklyn.

    ResponderEliminar
  16. ¡Qué envidia, Xurxo! ¡A ver si hay suerte!
    Ya sabes que Eduardo Lago dirige el Instituto Cervantes de Nueva York. Saludos!

    ResponderEliminar