sábado, 20 de abril de 2013

DALÍ FOREVER



Llega la magna exposición daliniana que se inauguró en París.
Soy de aquellas que aprecia (casi más que la pictórica) la obra literaria del controvertido "genio". Por eso me apresuro a rescatar aquí uno de aquellos tomos, cuya reseña me ocupó en su día.

COMO OLAS DE CARNE

Hace tiempo, mucho antes de que apareciera este impresionante y bellísimo volumen que reúne los escritos –poesía, prosa, teatro y cine- de Salvador Dalí, se oyeron algunas voces, como la de Enrique Vila-Matas, que sostenían que Dalí ante todo fue un escritor y después un discreto pintor, según él mismo afirmaba. Repito: mucho antes de que apareciera este volumen de mil y pico páginas que contiene la totalidad de los escritos dalinianos –algunos originalmente en francés y catalán-, ahora reunidos, presentados y anotados por Agustín Sánchez Vidal.

La impresión del lector es bastante curiosa. Uno se acerca a este tomo con la imagen del Dalí-Dalí, y en las primeras páginas lo que encuentra son unos poemas de inequívoco resabio machadiano, como los de estos versos: Los reflejos de un lago…/ Un campanario románico…/La quietud de la tarde moribunda… (“Cuando los niños se duermen”), o el inicio de la prosa “Tardes de verano” -Era una clara tarde de setiembre-, un relato de adolescente enmarcado en el paisaje ampurdanés natal. También, lógicamente -o amorosamente, más bien-, se encuentra el lector con versos muy próximos a los del primer Lorca, como los del poema “Lunas de una noche de amor”, que empieza: Esta luna pasa por un lago puro/ sin estrellas / ¿dónde están ellas?/ están con las nubes de algodón/ y con el mar con pocas olas.

Pero vamos pasando páginas y van pasando también las primeras impresiones cargadas de impurezas para, enseguida, encontrar al Dalí que, tras leer el Romancero gitano de Lorca, le escribía a su amigo sobre la necesidad de romper con el impresionismo en poesía, de salir de la sensación que atenazaba a tantos poetas del grupo del 27 (aunque algunos, los mejores, la recubrieran de humorismo a fin de no resultar demasiado románticos) para jugar con los conceptos, de recurrir a la ironía que para Dalí era sinónimo de desnudez, de ser claro, de ver límpidamente… Aflora, por consiguiente, el poeta moderno que siente que su época está rodeada de una belleza perfecta e inédita, y motivadora de estados nuevos de poesía. Aflora el poeta prendado de las cosas, de las cositas y de las cositaes (léase el espléndido “Poema de las cositas”), el poeta enamorado de la realidad externa y objetiva  (“sólo en lo objetivo veo el estremecimiento de lo Etéreo”, afirmó), que proclama la evasión de lo acostumbrado (de la “realidad anti-real y convencional a que nos ha acostumbrado el arte puerco”), que desenmascara y denuncia cualquier forma de putrefacción, por más exquisita e incluso intelectual que se manifieste aquélla, dado que a Dalí el presudointelectualismo le revienta tanto como el roñoso sentimentalismo. 

Vamos pasando páginas y más páginas… Irrumpe el poeta cuya mirada está llena de la fría afluencia de imágenes inconscientes, el Dalí que canta con toda su alegría antiartística el mar cubierto de hormigas aladas, los pechos extraviados de Lidia, la sibila de Cadaqués, el vuelo lleno de crueldades de las palomas de ojos vacíos, el gran bazar viviente de las ferias y verbenas populares de Madrid (que nadie pintó mejor que Maruja Mallo, apostillo), el grillo, la arena, el maíz y la langosta, las morbideces dormidas de los lavabos y las dulzuras de los finísimos cortes del bisturí sobre la curvada pupila. 

Es también el Dalí que cantará infatigablemente los ojos-ano de Gala, pasando desde la exaltación a la elegía compuesta tras la muerte de su personal Musa-Gradiva.  Y aún aflora al final otro poeta: el que compone una oda a esa “verticalidad metafísica del pueblo español”, la monarquía.

La celebrada Santa Objetividad que Dalí proclama y practica nos lleva a descubrir a un poeta (y él lo es, y altísimo, escriba en verso o prosa, para la pantalla, las tablas o el libro) rotundamente apolíneo, en contraste con la disparatada y dionisíaca  imagen que de la persona Dalí (el histrión) solemos tener. Léase, sino, “Pez perseguido por una uva”. Pero léase, como él le recomendaba hacerlo a su amigo Federico García Lorca: muy despacio, y con una perfecta monotonía en la voz, con completa inexpresión, como se leen los libros de lecciones de cosas. Únicamente así apreciaremos lo que él más buscaba: una poesía ajena al común propósito de ilustrar o mostrar las cosas en su faz aunque bella y/o nueva todavía previsible y conformista. Porque la suya es una poesía que sólo tiene sentido en la evasión de las ideas que nuestra inteligencia va forjando artificialmente hasta dotarlas de su exacto sentido real. Por eso Dalí habla y hace Anti-Poesía, que es el dato  estrictamente objetivo que se obtiene mediante un riguroso método analítico. 

El surrealismo será sólo uno de los medios de esa evasión a la que el poeta tiende. El lector encontrará en estas páginas algunos otros, de los que abundan excelentes muestras: los guiones cinematográficos “La cabra solitaria” y “Babaouo”, sin ir más lejos. 

Y, claro, para los amantes del Dalí pintor, será sin duda un gozo hallar en estas páginas la dilatada expresión de sus lienzos en textos como “El gran masturbador” (poema posterior al cuadro de 1929), “El amor y la memoria”, “Los misterios surrealistas de Nueva York” … o tantísimos más.



SALVADOR DALÍ: Poesía, Prosa, Teatro y Cine.
Introducción y notas de Agustín Sánchez Vidal. Barcelona, Destino, 2004. 1289 páginas.

2 comentarios:

  1. Estoy completamente de acuerdo con V-M. Siempre he pensado que la pintura de Dalí es insulsa, impostada y puro artificio fruto de la moda y pensada para la 'galería', en su doble significado. Yo no me creo a Dalí. Mentía cuando hablaba y mentía cuando pintaba.
    Sus textos no los conozco. Espero que contengan un poco más de alma qus sus cuadros.
    ¡Salud, Ana!

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  2. A mí me parecía interesante el primer Dalí pintor también... antes de que se entregase al personaje y a otras impurezas. Besos!

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