lunes, 3 de agosto de 2009

VACÍO Y LOCURA (DE AMOR)

Leo dos recientes relatos de Ray Loriga, Los oficiales y El destino de Cordelia (El Aleph), y recuerdo su anterior novela, y repaso lo que entonces escribí (que quedó inédito).

Por lo general, no es fácil proyectar la obra narrativa de Ray Loriga sobre una tradición concreta ni tampoco sobre una particular tendencia etiquetada en los estudios genológicos o admitida en el canon (menos aún si pertenecen a la rama troncal de lo hispánico), aunque lo cierto es que suelen percibirse destellos reconocibles.



Cuando leía Ya sólo habla de amor, el carácter quijotesco del conflicto que asuela a Sebastián, el protagonista de esta novela, me llevó a recordar unos pasajes de las Meditaciones del Quijote, de Ortega y Gasset, y muy especialmente las contenidas en el apartado 17 del ensayo, donde la condición heroica se vincula a un destino trágico. Héroe es, escribe Ortega, “quien quiere ser él mismo. La raíz de lo heroico hállase, pues, en un acto real de voluntad […]. La voluntad –ese objeto paradoxal que empieza en la realidad y acaba en lo ideal, pues sólo se quiere lo que no es- es el tema trágico”. Y tras recomendar no detenernos en la tragedia griega, donde es la derrota y la muerte del héroe a consecuencia de una fatalidad excesivamente determinista lo que confiere el status trágico, propone Ortega otra aproximación: “es esencial al héroe querer su trágico destino”. El sentido de este querer también lo explicitó el filósofo: el hombre no elige su destino, pero sí puede elegir serle o no serle fiel; es decir, quererlo o no.

Y si esto es así (que lo es), si un héroe es aquel que quiere ser él mismo (criaturas alentadas por una “pretensión proyectiva”) podemos ya de entrada tildar al Sebastián de Ray Loriga de antihéroe porque si “alguien le hubiese preguntado quien no quería ser, hubiese contestado sin dudarlo, Sebastián. Y sin embargo se adoraba. Como se adora todo lo que se imagina, pero no se posee”. Por eso (o, y sin embargo) necesita crearse un alter ego, Ramón Alaya: un jugador de polo argentino y una celebridad en las revistas del corazón, un personaje ficticio inspirado en el detestable abogado que le descuartizó en su divorcio y que, en realidad, es una antítesis de la función que debería encarnar.




Sebastián es un antihéroe, pero de la modernidad (nada de los pícaros clásicos ni del posterior self made man): un héroe de la inacción, que se define a partir de las carencias, el desengaño y la derrota; un ser corroído por la duda (“¡Dónde está el Dios de los que dudan, cuando los que dudan lo necesitan!”), la apatía y la abulia (“Corregía sin cesar lo que otros hacían, pero no presentaba el resultado de su esfuerzo, ni tenía interés en demostrar que su pericia era mayor que la de nadie”), y la culpa “que le crece en la piel como una sarna”. Sebastián es un alma apagada (“y sin embargo no del todo discapacitada para la arrogancia”), que en estos momentos de crisis y de locura de amor lleva una vida rigurosamente inútil (la libertad perdida), cuya única cualidad positiva se reduce a “la fe con la que había levantado cada una de sus incapacidades”.



Ya adivinarán que el NO es su emblema, pero la suya es una negación que proviene de la derrota y no de la rebeldía. El Sebastián de Ya sólo habla de amor es un hermano pequeño de algunos de los grandes personajes que a lo largo del XIX hurgaron en el malestar nihilista –mal du siècle, ennui, weltschmerz o tedio-, enfermedad que, con la posterior y decisiva ayuda de Nietzsche, infecta al “enfermo” de Azorín, al Andrés Hurtado de Baroja o al Eugenio Rodero de Unamuno. Pero la estirpe no acaba ahí. Hubo una larga década (el periodo de entreguerras) durante la cual, por la literatura europea paseaban criaturas que encarnaban la poetización de un tiempo neutro y cotidiano, personajes que, si no idénticos entre sí, presentaban un peculiar aire de familia que marcaba a toda una casta: el hombre sin atributos (tal vez el primero en tomar el testigo que llegaba del XIX), l’uomo qualunque o, en nuestras letras, el hombre deshabitado (de Alberti), la sombra sin espíritu (de Francisco Ayala) o el Arturo-Nadie (de Jarnés): personajes que, si bien no dudaban de su existencia, la contemplaban y la consideraban en su ir y venir, queriendo hacer de ella, de su vida cotidiana, algo transcendente. Después llegarían Sartre y los suyos.

Desde esta perspectiva he leído la peripecia del Sebastián (un nombre nada inocente, por cierto, ya que en el personaje de Loriga también hay voluntad de apostolado –moderado- y sobre todo vocación de martirio) que deambula por las páginas de Ya sólo habla de amor. Advierto que en el desenlace (la resolución del conflicto existencial con la posterior salida de un vacío demoledor y de pulsión suicida) el autor rebaja algo las exigencias, pues es el encuentro con un joven suizo mundano y frívolo lo que arranca a Sebastián de su impasse. Hay que volver a la cita de Pavese que encabeza la novela para reconciliarse con esa parte final: “El sentimentalismo no se corrige volviéndose cínico, sino volviéndose serio”. Pero tiene sentido.





Y debe reconocerse la voluntad o el esfuerzo (literario, ¡ojo!) que hay en Ya sólo habla de amor por traer a nuestro presente un prototipo humano emparentado con una prestigiosa estirpe literaria. Es decir, actualizarlo: construirlo con señas de identidad próximas en el tiempo (en todos sus planos: social, político, estético) y expresarlo en un estilo afín y coherente, que no admite concesiones ni pactos espúreos, aun por seco y árido que, por momentos, pueda resultar, ya que son leit motif recurrentes los “No tenía”, “No había pues en Sebastián”, “No es casualidad que”, “con tal de no”, “No se le escapaba que”, “no es, en cualquier caso”, “no cabe más que”, “no tenía ningún juicio”, “ninguna virtud que no pudiese”, “tampoco”…
Pero en esta congruencia reconocemos una voluntad (literaria) de no condescender con lo fácil y conveniente...

9 comentarios:

  1. Como siempre me pasa cuando leo estos textos tuyos me dan unas ganas tremendas de bajar a comprar la novela o el relato. Ahora me ha dado ganas de comprar no solo la novela que comentas sino también el ensayo de Ortega y Gaset, del qual no conozco nada pero, que buenas esas palabras sobre el héroe, un poco nietcheanas o como se diga... (si me equivoco me corriges sin problema, que mi formación es básicamente desordenada). Siempre he pensado que me hubiese gustado saber más sobre cuestiones de estética y filosofía del arte, se que me falta la base en muchas cosas, pero en el camino estamos. Sobre el novelista este, mira, sinceramente, siempre me han dado miedo los malditos, porque hasta que no se demuestra que son algo más muchos se quedan en malditos. Cuando tengo un libro de algun maldito entre las manos siempre pienso, a tiempo estamos de dar el paso definitivo y comprar el libro. Pero bueno, si tengo que empezar por alguno igual empiece por Loriga... Estoy de vacaciones plenas, así que mi estado de ánimo es total.

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  2. Me resulta muy atractiva esa estirpe de personajes. En realidad puede que sea el mismo personaje que viaja a través del tiempo... un "Orlando", el hombre mismo, quizás, desde el origen de los tiempos, a pesar de la voluntad de Ortega en sus cómodas y/o acomodaticias circunstancias.

    Viajé hace años al Monasterio de Yuso, en San Millán de la Cogolla, y comprè una postal con las primeras palabras escritas, conocidas, en Euskara. Escribió el monje en el año 1074: "Jzioqui dugu guec ajutu ez dugu" cuya traducción aproximada sería "hemos sido ilumimados, pero que solos estamos". Y así, hasta ahora. ¡Salud!

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  3. Sonia, aciertas. Nietzsche no sólo abrasó a los del 98, como mostró/documentó Gonzalo Sobejano en su clásico ensayo (Nietzsche en España, Editorial Gredos), sino a cuantos seguían en aquella órbita (los del 14, como Ortega, y los del 27; y de ahí en adelante). Ray Loriga no es Kronen ni Nozilla, para entendernos. Comprendo tu renuencia o suspicacia (yo misma la tuve al principio, hace años, por lo mismo). Gracias por tus comnetarios!

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  4. Te entiendo muy bien, Mariano. Esos personajes son tus primos hermanos (para entendernos). De haberle dado densidad (es decir, tiempo)a tu criado o a tu alter ego, en vez de disiparte con los Braulios, los bachilleres y demás...
    Leo (o releo: se trata de una recopilación se artículos periodísticos escritos tras su regreso del exilio) a María Zambrano. En uno de ellos, habla de sus "padres", la generación de hombres "liberales" (Ortega, Azaña, Marañón, Jiménez de Asúa y demás), y reconoce que "en cierto modo, mi adolescencia, aun después de ser discípula del sin par -sin ironía- Ortega y Gasset, era política, fue la política". ¿Sería ese magisterio lo que le lleva a o le permite (intelectualmente hablando)escribir en otro texto que "El poder se va quedando solo por no admitir más que sumandos a su alrededor, por no discernir ni ver siquiera más que aquellas presencias que podrían sumársele, que lo deberían, según él apetece?"

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  5. Siempre nos regalas comentarios y recorridos de larga distancia. Me paso ocasionalmente por tu blog y siempre aprendo algo. Feliz agosto.

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  6. Vaya, por vuestros comentarios se diría que la imagen pública de Ray Loriga ha perjudicado, más que beneficiado, la lectura de sus obras. Curioso, yo había oído con más frecuencia la idea contraria.
    A mí me han gustado mucho las novelas que he leído de él, y eso que no me considero nada moderna ni alternativa… Ésta no me apetece mucho ahora mismo, pero tu artículo me ha recordado que debería revisar algunos clásicos. Tal vez, después de haber leído a Ray Loriga (y de haber madurado un poquillo, que también cuenta), los valore mejor.

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  7. Marta, aquí es casi imposible instalarse en el vértigo, pero de vez en cuando... Por lo demás, a agosto le temo: empieza a ser el final (del verano, se entiende).

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  8. Paloma: mirando alrededor sin ira, ya no se sabe qué perjudica o beneficia. Pronto hablaré de una novela de Jiménez Lozano que acabo de ller estos días, por su lúcido diagnóstico de "los medios".

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