Como estoy releyendo a Unamuno para mis clases universitarias, voy a comportarme de un modo paradójico y hablar del gran solitario de Baltimore en el 200 Aniversario de su nacimiento: Edgar Allan Poe.
Creo que la mayoría de los chicos y chicas de mi generación lo leyó (a principios de los setenta) en los libritos de bolsillo de Alianza Editorial, alertados por Baudelaire y por Borges, pero también por Rosa Chacel y por Félix Grande, que le dedica un apartado de su lejano y sugestivo ensayo Mi música es para esta gente. Poco después, durante mi primer año de vida en USA, leí a Poe en el abigarrado tomo de Vintage Books, The Complete Tales and Poems of Edgar Allan Poe, publicado en setiembre de 1975. Y ahora, una buena amiga deposita en mis manos el espléndido tomo de los Cuentos Completos, traducidos por Julio Cortázar y publicados por Edhasa.
La tentación de volver a Poe es irresistible.
Pero que no cunda el pánico, porque no voy a hablar de: mesmerismo, gatos negros, escarabajos de oro, cartas robadas, montañas escabrosas, crímenes de la calle Morgue, la máscara de la Muerte Roja, la caída de la casa Usher, Hop-Frog, Eleanora... Ni tampoco hablaré del cuento mil dos de Sherezade... Pero sí de El camelo del globo: The balloon-Hoax.
Publicado por primera vez en 1844, en el New York Sun, Edgar Allan Poe ahí narra una supuesta travesía del Atlántico realizada por Monck Mason (que había construído un dirigible en miniatura propulsado por una hélice accionada mediante un mecanismo de relojería), en un dirigible similar al de su prototipo sólo que de tamaño natural. Se trata, en realidad, de un viaje inmóvil, imaginario y utópico, un viaje en el Tiempo porque es al fondo de la psique a donde se desplazan viajeros como Poe, Baudelaire y Rimbaud. (Aunque el poeta francés que tradujo por primera vez a Poe no secundaba en este punto a su adorado mentor, porque Baudelaire nunca mostró entusiasmo alguno por los globos aearostáticos, y califió de “cómica superstición” las esperanzas que Víctor Hugo había puesto en ellos, en tanto que forjadores de la salvación del género humano).
El relato de Arthur Gordon Pym (1838) y Un descenso al “Maëlstrom” (1841), aunque considerados textos de ficción son, en cierto modo, una paráfrasis o un resumen de viajes realmente ocurridos, como indica Piero Boitani en su luminoso ensayo La sombra de Ulises (Barcelona, Península, 2001), cuya interpretación sigo en este punto. El viaje al Hades dibuja ahí una espiral que se hunde girando en los abismos y tiende inexorablemente a la vorágine final: “En primer lugar, hay que destacar la penetración del yo en sus propias profundidades, el replegarse la psique en sí misma, en su constante enfrentamiento entre impulsos inconscientes y tentativas de racionalización a posteriori”, escribe Boitani, para quien la deliberada catábasis de la psique que narra Poe encierra la pulsión de aniquilamiento y de muerte, la pulverización del yo en espuma: El viaje hacia la vorágine posee también una dimensión metafísica. Sobre el vacío que se abre se halla suspendido el puente delgado y luminoso que enlaza las dos orillas del Tiempo y de la Eternidad. Bajo este paso ondulado, en las fauces de la nada, debería encontrarse la sub-stantia, el sustrato mismo del ser. Vemos que se levantan, de hecho, unos muros gigantescos, y aquí caen iridiscentes cataratas; pero ambas cosas no son en realidad sino meras cortinas de espuma. ¿Deberíamos entonces buscar al ser en ese mismo embudo cuyas paredes parecen macizamente sólidas como el ébano? Estas paredes están formadas por el movimiento voraginoso de las aguas, por el devenir. La única conclusión a la que podría conducir este girar en vacío de la interpretación tiene una naturaleza cuando menos paradójica: el ser subsiste sólo en la absurda vorágine del devenir hacia la nada. No queda, entonces, más que contemplar la esfinge en la que cada contradicción es significada y transcendida: el Atlante blanco y velado, envuelto en un sudario, que emerge del fondo de la Tierra.
Este viaje psíquico y metafísico prosigue según la pauta vertical de Baudelaire y del Rimbaud arrojado a la disgregación y abolición de sí mismo, como evoca Claudio Magris. Para Baudelaire, el mundo es vasto antes de la experiencia, cuando el anhelo ilimitado se proyecta sobre él en la claridad de la imaginación: ahí está el niño que adora los grabados y los mapas en el poema “El Viaje”, y que mide el mundo lo mismo que su vasto deseo.
Ah!, que le monde est grand à la clarté des lampes!.
Pero tras el viaje, en el recuerdo, ese mismo mundo aparecerá infinitamente pequeño:
Aux yeux du souvenir que le monde est petit!.
Pero antes de llegar aquí, Baudelaire había paseado por Edgar Allan Poe. Un paseo al que les invito en este 2009 que ... avanza inexorablemente.
Queda pendiente el relato de los primeros viajes en globo.
Yo también me pierdo por Poe a veces,,, El viaje siempre ha generado ficción y aventura, es por eso que es tan estimulante, verdad? Me apunto las sugerencias. Adeu
ResponderEliminarMi compañera me acostumbró a su blog. Cuéntenos de usted misma. ¿Es cierto cuanto cuenta, esos detalles, o se trata de un personaje de ficción? Saludos afectuosos y si me animo a crear el mío propio se lo comunicaré.
ResponderEliminarSí, sí son ciertos los detalles, joseantonio322... Mi correspondencia con Casavella la conté en el acto del pasado miércoles. Por lo demás... soy Profesora de Literatura en la Universidad de Barcelona (a instancias de ex-alumnos y con la colaboración especial de uno de ellos, Ramón, que se ocupa de las ilustraciones), madre de Adrián y de Nico (hablo de ellos en la siguiente entrega), asturiana, crítica literaria en diversas publicaciones... y lectora que aquí sólo aspira a compartir fraternalmente su "tarea gozosa" (como decía Carmiña Martín Gaite. Gracias!
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