lunes, 27 de julio de 2009

COLECCIONISTAS


Al hablar del libro de Jesús Marchamalo, Tocar los libros, os prometí que un día trataría del espinoso asunto del coleccionismo, una variante del fetichismo, pasión que analiza magníficamente Jesús Ferrero en su reciente ensayo ganador del Premio Anagrama.


Todavía no ha llegado el momento de revelar qué colecciono yo. Al tiempo. Por lo pronto, nos quedaremos en un plano algo más abstracto.

Después de Orense, cruzamos un par de día a Portugal, visitando la zona de Tras-os- Montes, a la que Julio Llamazares dedicó un hermoso libro de viajes (en Alfaguara, hace ya unos años). Allí recordé que Unamuno también había examinado ese asunto del coleccionismo: admitía que en todo coleccionista vive un alma melancólica, pero también avisaba cuando viajaba por Portugal y admiraba los yugos de los bueyes y se entera de que en Oporto han empezado a coleccionarlos en un museo... Entonces se pregunta: “¿No se hacen acaso, con ocasión de un centenario, sellos para los coleccionistas? En cuanto el hombre da en coleccionar algo, ya este algo tiende a hacerse artificial y destinado a colecciones…” (“La pesca de Espinho” (1908), en Por tierras de Portugal y España).



Meditando en todo esto recordé a un coleccionista muy particular al que tal peligro no le afecta: El coleccionista de almas perdidas, la última novela de Irene Gracia (Madrid, 1956), publicada en Siruela (2006), y que puede leerse como un homenaje al arte del relato, esa antigua y noble pasión que Anatol Chat –uno de los cuentacuentos de esta historia- ve amenazada ya a principios del siglo XX, cuando él crece –no menos que otro hábito que aquélla lleva aparejado: el gusto de escuchar- y que él se propone recuperar y preservar, ensayándolo en las calles y las plazas de las ciudades o en las ferias, donde Anatol mira y habla a las gentes, tejiendo para ellas relatos que simulan estar creando el mundo, haciéndolo aparecer de nuevo ante los ojos como si fuera una primera vez. “Es una locura, y usted lo sabe”, le reprocha el señor Artaud cuando Anatol, con toda la humildad del mundo, le confiesa su propósito y su aspiración de ser uno de los mejores cuentacuentos callejeros, replicándole: “Es la locura habitual de los artistas. Me imagino que a los escritores también les pasa”.



Como su personaje, Irene Gracia es una escritora que también tiene ese mismo tipo de aspiraciones y que sabe del poder mágico de las palabras, a las que, indirectamente, rinde homenaje en esta su cuarta novela, parcialmente hermanada con la que le precedía, Mordake o la condición infame (Debate, 2001), donde la autora partía de una noticia recogida en un estudio de 1896 sobre anomalías y rarezas registradas en la Historia de la Medicina, según la cual, Edward Mordake, heredero de una de las familias más nobles de Inglaterra y joven de excelentes dotes, estudioso y músico de notable habilidad, de porte y rostro comparables al de Antinoo, tenía, en la parte posterior de su cabeza, otra cara: la de una bella mujer, “adorable como un sueño, terrible como un demonio”.


En El coleccionista de almas perdidas, también un dato de la realidad le sirve a Irene Gracia como punto de partida para construir un mundo de ficción en el que, como en la realidad, se enzarzan todos los opuestos: el Bien y el Mal, lo Bello y lo Siniestro, Eros y Thanatos… Ese dato real que la autora rescata del olvido son los Chat, los fabricantes de autómatas más memorables de finales del siglo XIX y principios del XX, algunas de cuyas “criaturas” fueron a parar a manos de Freud y de Lenin, que tenían en sus casas sendos autómatas que representaban a Descartes y Malebranche, respectivamente. El periodo histórico en que se sitúa la vida de los Chat, tan fascinante y convulso, podría ser un buen pretexto para dar lugar a ese tipo de recreaciones de época que tanto parecen gustar a los lectores últimamente, dado que la realidad abarcada en la novela comprende desde los grandes y espectaculares inventos del progreso técnico que se mostraban y exhibían en las Exposiciones Universales (a donde también acudían los Chat con sus fabulosos artefactos) a experiencias espirituales e intelectuales de primer orden, desembocando todo ello en ese primer gran estallido que fue la I Guerra Mundial, en que sucumbe el último de la legendaria estirpe de los Chat, el joven Anatol.
Pero Irene Gracia no se regodea en la recreación del escenario histórico; se limita a puntearlo. La contención obedece al hecho de que, como en otras de sus novelas, lo que más le importa es anclarse en los personajes, en el círculo de los Chat -formado por los padres, Horacio y Leopoldina, y por los hijos, Anatol y Angélica, quedando Edmundo Schartz, el abuelo materno, algo más alejado- y adentrarse en su mundo interior, pulsando emociones, inquietudes, afanes, sueños, sentimientos, figuraciones… Desde esa ladera, en El coleccionista de almas perdidas volvemos a ver algunos de los temas y conflictos más característicos y genuinos del perturbador mundo narrativo de Irene Gracia –que se inscribe en la tradición del expresionismo lírico a lo Djuna Barnes y Violette Leduc, de tan escasa representación en nuestras letras-, tan singular, tan intenso y sugerente, y tan repleto de resonancias, que, esta vez, nos llevan hasta Hoffmann, Mary Shelley, Poe o Las mil y una noches.




Porque, si por un lado asistimos a las andanzas de Anatol, episodios que, unidos, conforman un breve relato de formación o de aprendizaje –en tanto que ese niño extremadamente sensible habrá de aprender a vivir en un mundo sin espejos ni falsas reduplicaciones, y enfrentarse a la vida en su formato y dimensión real-, y lo vemos también en su faceta de creador, primero dando ánimo y voz al muñeco Rocambor y luego a la Orquesta Sinfónica de las Almas Perdidas –veta narrativa que a su vez conforma un microretrato del artista adolescente-, no olvidemos que este personaje (y los suyos próximos) es un prodigioso cuentacuentos, de modo que el despliegue de cada uno de esos relatos es una espléndida lección de vida y literatura. De vida, porque cada uno de ellos –sea quien sea el que los cuenta- va prendido a un suceso o a una experiencia, y hablan del amor, del sufrimiento, de la creación, de la belleza, del conocimiento, de la vida o de la muerte. Y son también esos cuentos una lección de verdadera literatura porque cada uno de ellos viene pautado desde las mejores tradiciones y las más exquisitas voces.

Se titulan ¿Sueña el áspid con el tiempo?, Los sustanciales, El arte de gemir o Dante Lune. Todos, además de un aviso, encierran una estremecedora sorpresa.

7 comentarios:

  1. Fascinante la historia de Edwuard Mondrake. Hay que tener mucha seguridad en uno mismo para acometer una historia como esa. Y no digamos "El coleccionista de almas perdidas". Tal y como lo explicas, es muy certero el adjetivo de perturbador con que defines el mundo al que ha accedido esta autora. Me da la sensación de que es un universo inquietante y de infinitas posibilidades; realmente una veta. Irene Gracia debería escriturar la mina.

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  2. Es excelente también su primera novela, "Fiebre para siempre" (en Planeta), que, entre otros ámbitos, recoge el mundo del boxeo clandestino de la BCN de los ochenta. Irece Gracia es una excelente escritora. Empezamos a escribirnos a raíz de mi reseña de su segunda novela "Hijas de la noche en llamas". Vale la pena adentrarse en su mundo. Procedía del arte, y las primeras novelas de Jesús Ferrero van ilustradas por ella.

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  3. Ana, recuerdo que fue hace mucho tiempo cuando me hablaste ya de Irene Gracia, este fascinante descubrimiento de sensibilidad y de magia. La conoci, como a tantos otros, gracias a tus consejos o a tus criticas, que viene a ser un poco lo mismo. Y creo que el blog complementa sin duda esa voluntad.
    Estoy en Bar. En primer lugar, perdona la ausencia de acentos del portatil, ademas me conecto con un lapiz de esos tan lentisimos. Pero queria mandarte mi particular saludo desde la montaña y desearte que disfrutes de Asturias. Y espero que puedas bañarte en el mar un poco cada dia.
    Ramon

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  4. Gracias, Ramón. También se estará bien ahí. Este otoño pienso volver a frecuentar la Cerdaña. En cuanto me ventile el Si te dicen... creo que me volveré ágrafa una temporadita. Hasta el momento, y pese a la inestabilidad atmosférica, voy salvando el baño (casi diario). El agua está estupenda y esa escapada antes de comer, después de tres o cuatro horas de trabajo, redime. Por la tarde vuelvo a trabajar o leer (poco, o menos de lo que quisiera: demasiadas voces resonando...). En cuanto a mi chico,amordazado de momento.

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  5. Qué buenísimos consejos siempre. Disfruta del mar, de la coyuntura energética, trabaja sólo lo justo y no te olvides de los amigos de la red.
    Sé muy poco de literatura, bueno, sé lo justo, así que me distraigo con esas breves lecciones tuyas que son consejos y que además me aportan. Como esa novela que estoy buscando por las librerías antes de subir desde Barcelona a cerquita de tu tierra y luego escaparme a mi rincón. Tiempo de lectura, por fin, de tranquilidad. Yo sí que pienso trabajar poquito a partir del 1. Pero me seguiré pasando.

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  6. Hola Ana Rodríguez.
    Me ha gustado leer tu artículo y, aunque todavía no leí nada de Irene García, prometo añadirla a mi colección en cuanto pueda y si me aconsejas por que novela es mejor empezar, pues muchas gracias.
    También quiero decir otra cosa que me intriga aún más. Hay un asunto pendiente que al final de tu artículo no revelas. Al comienzo explicas que hay muchos tipos de coleccionistas y que tú revelarás cual es tu afición. Sin embargo no lo dices.

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  7. Joséantonio... Sucede, ya lo sabes, que en estas condiciones se multiplica el tiempo. Y aprovecho tanta generosidad, dado que mi trabajo me permite (cumplidas las clases) mariposear por BCN si se me antoja.
    Anónimo... Sobre el orden para empezar a leer a Irene Gracia... quizás Mordake (aunque sé que guillotinaron la novela y es difícil de encontrar). "Fiebre para siempre" tiene un formato más clásico, y también será inencontrable en librerías. Así que... Gracias por la lectura. Sobre mis fetichismos de coleccionista, ya hablaré.

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