jueves, 12 de marzo de 2009

TOCAR LOS LIBROS

Un súbito pinzamiento del nervio ciático me alertó, el pasado jueves, de que estaba cargando demasiado la máquina. Suerte que una, además de intuitiva es previsora, y casi un mes antes, ante la nostalgia del viaje, tonteando en Internet di con una estupenda oferta para el no menos estupendo Parador de Sos del Rey Católico (170 € tres noches), y reservé por si acaso (no se pierde casi nada si hay que cancelar la reserva de modo que conviene arriesgar, y que conste que no hay patriotería detrás de la publicidad, sino celebración del bienestar y del buen gusto).
Así que para allí que me fui, pese al cierzo y demás pronósticos adversos.





Y me fui ligerita de equipaje, decidida a no rumiar ni leer más que la prensa nacional, regional y provincial con los múltiples suplementos que los findes acompañan a los diarios. Me llevé un solo libro de formato liliputiense, tan ligero y portátil como inmenso en su capacidad de sugerencia y evocación: Tocar los libros (Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2008), de JESÚS MARCHAMALO, un autor que descubrí allá por 1999 o 2000, cuando publicó en Siruela La tienda de las palabras.



Aclaración: la imprecisión cronológica obedece al hecho de que La tienda de las palabras pasó, un par de años después, a ser lectura gozosa de mi hijo mayor Adrián, entonces un adolescente de catorce años, y luego del pequeño Nico… y en alguna de sus estanterías andará, j’espère. Pero, por no llevarme el sofocón que sobreviene al entrar en esos reductos, renuncio al rigor filológico. Y también por ser consciente de que el “orden” que ellos tienen en sus estanterías no es el mío. Y aquí no hay divagación: uno de los temas de que trata JM en su merodeo sobre nuestras relaciones con los libros es el del orden o el concierto en que cohabitamos con ellos, aspecto que suele aportar datos significativos de nosotros en tanto que lectores.





En líneas llanas, tan próximas como hermosas, Jesús Marchamalo nos habla de los libros con palabras tan sutiles y evocadoras (sensuales, táctiles) como las que empleó Pedro Salinas en su “Defensa de la lectura” o en “Defensa, implícita, de los viejos analfabetos”: dos imborrables ensayos breves reunidos en El defensor (Madrid, Alianza Editorial, 1984), una joyita del ensayo español del siglo XX, por cierto.
En otros epígrafes, Marchamalo habla de la capacidad colonizadora de los libros o del modo de desprenderse de ellos, pese a que los "libros delimitan nuestro mundo, señalan las fronteras difusas, intangibles, del territorio que habitamos”.
Y porque “compartir lecturas, hermana”, seguiré, en sucesivas entregas, hablando de todo cuanto me sugirió el entrañable tomito de Jesús Marchamalo: Tocar los libros.

(Repito: No debo seguir cargando la máquina).

2 comentarios:

  1. ¡Qué gran sopresa encontrarla en al red! Sé que a menudo hablabas de mi en tus clases. Ahora he vuelto, he resucitado gracias a internet. Me ha hecho mucha ilusión volver a saber de usted, profesora. La leeré con interés

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  2. Muchas gracias. Me quedo intrigada. Confío no defraudar tu interés.

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